La viuda Felicitas Guerrero tenía solo 24 años cuando estaba por anunciar con alegría su compromiso con Samuel Sáenz Valiente y un pretendiente, enfurecido por los celos, se le apareció en su casa y la amenazó de muerte: “O te casas conmigo o no te casás con nadie”, le habría dicho Enrique Ocampo con una pistola en la mano. Minutos antes, la joven había desoído a su familia que había recibido al hombre enloquecido y le había recomendado que no lo atendiera. Era demasiado tarde, huyó de inmediato por el salón, intentando esquivar la muerte, pero no llegó muy lejos. El hombre le disparó a quemarropas por la espalda, a la altura de la médula espinal. Felicitas Guerrero cayó y agonizó en el suelo, en medio de un charco de sangre. La mujer más bella de la Argentina y una de las más ricas a fines del siglo XIX, dejaba atrás este mundo que se había ensañado con ella en los últimos tramos de su corta vida. Justo en el momento en que comenzaba a ser feliz fue víctima de lo que hoy llamamos femicidio. En la época, se hablaba de drama pasional.
Nacida un 26 de febrero de 1846, Felicitas Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto provenía de una familia adinerada y bien conectada. Desde su adolescencia era dueña de una belleza que cautivaba en los salones que frecuentaba de la clase alta porteña. Además era interesante y culta. Le apasionaba el teatro, la pintura y tocaba el piano. Más de uno soñó con pedir su mano. Pero no pudo elegir a ninguno. Los padres lo hicieron por ella, como se estilaba en la época y los intereses económicos primaron sobre el amor.
Al cumplir 18 años, sus padres, Carlos José Guerrero y Reissig y Antonia Reissig Ruano decidieron casarla con su amigo Martín Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente, poseedor de una cuantiosa fortuna y grandes extensiones de tierras. El detalle es que el hombre tenía 50 años. A pesar de que la adolescente imploró a sus progenitores que no le concedieran la mano, Felicitas no tuvo más remedio que aceptar esta unión y encargar su vestido de novia.
La pareja se casó el 2 de junio de 1864. A partir de ese momento, comenzó a dividir su tiempo entre su barrio, la actual Barracas y el campo, donde realizaba sus actividades su flamante marido. Con el paso de los meses, Felicitas aprendió a quererlo, a tenerle cariño y comenzaron a llegar los hijos. Primero Félix, quien le dio una de las más grandes alegrías de su vida, y también de tristeza al morir a los 3 años por la epidemia de fiebre amarilla. A punto de parir a su segundo hijo, Martín, su marido Martín de Álzaga, muere, afectado por la pérdida de su primogénito y ella, al día siguiente, pierde el embarazo avanzado de su hijo Martín. A los 24 años, con un dolor inconmensurable, quedaba viuda y heredaba una de las riquezas más grandes del país. Las miles de hectáreas de campo estaban principalmente en la provincia de Buenos Aires. A partir de ese momento, su hermano Carlos comenzó a ayudarla con la administración de esas tierras, porque en esos tiempos no estaba bien visto que una mujer lo hiciera.
Felicitas Guerrero amaba la naturaleza y tenía una conexión especial con la estancia La Postrera, situada en el partido de Castelli, en la provincia de Buenos Aires. Este lugar, que se extendía desde el río Salado hasta el actual partido de General Madariaga, era uno de sus parajes favoritos, su refugio principal. En estas tierras se criaban ovejas. Otras propiedades de gran extensión, recuerdan su presencia en la región. Camino a Mar del Plata, a la altura del kilómetro 168 de la ruta 2, se levanta el imponente castillo de la estancia “La Raquel”, que se construyó después de su muerte, pero yacen sobre tierras que alguna vez fueron suyas.
Siendo tan bella, joven y rica, atrajo como un imán a muchos candidatos para volver a casarse. El poeta Carlos Guido Spano la definió como “la mujer más hermosa de la República”, según cuenta el historiador Enrique Puccia en su libro “Barracas. Su historia y sus tradiciones 1536-1936″.
Uno de sus pretendientes fue Enrique Ocampo, el tío abuelo de las escritoras Silvina y Victoria, también de la alta sociedad. El hombre se había enamorado perdidamente de Felicitas y no perdía la esperanza de que ella lo aceptara. A los seis meses de enviudar, le declaró su amor y todas las semanas le enviaba cartas expresando su pasión.
En 1871 la joven había salido a caminar por el campo con unos amigos y en medio de una lluvia torrencial, se perdieron. Fue cuando apareció un hombre montado a caballo, un vecino de ella. -¿Dónde estamos? -preguntó la viuda de Álzaga .-En su casa, señora. En mi campo - respondió. “El jinete era Samuel Sáenz Valiente y la casa de la estancia quedaba cerca. Allí fueron, como en las novelas (y de acuerdo con lo que he oído). El encuentro imprevisto se convirtió en idilio y el idilio en compromiso. Cuando Enrique se enteró de que un rival afortunado le había arrebatado a Felicitas, enloqueció de celos”, narró Victoria Ocampo en “El archipiélago”, el primer tomo de su autobiografía. Y continuó: “Poco después de circular la noticia del compromiso, se encontró en la calle con Guerrero y (padre) y le advirtió: “Dígale a Felicitas que la voy a matar”. El padre no tomó en serio aquella amenaza”.
El 29 de enero de 1872 se celebraba la inauguración de un puente de hierro hecho en Europa para poder cruzar el Río Salado, que permitiría unir los actuales partidos de Lezama y Castelli. La fiesta tendría lugar en la quinta de Felicitas en Barracas, sería el momento oportuno para anunciar el compromiso. Desde aquella tarde de lluvia ella y Samuel se habían vuelto inseparables.
Pero esa tarde, se presentó Enrique en la casa de la novia y pidió hablar con “la señora”. Le dijeron que ella no había regresado todavía y él decidió esperarla. Según el relato de Victoria, lo hicieron pasar a una salita y cuando llegó la dueña de casa le aconsejaron que no lo recibiera. “Felicitas se encogió de hombros, dijo que lo recibiría, pero que antes iba a cambiarse de traje. Entre tanto, Sáenz Valiente había llegado y la estaba esperando en otra sala. Felicitas salió de su cuarto (...) y se dirigió a la salita donde estaba Enrique. Recomendó que no los molestaran. A pesar de eso, la señora de Cueto (...) se quedó cerca de la puerta cerrada. Oyó una discusión acalorada y después de un rato un tiro, y otro tiro. Acudieron los hombres. Se encontraron con Felicitas tendida en el suelo, ensangrentada, y a Enrique con un revólver en la mano y cara de loco. No sabemos si se mató o lo mataron como a un perro rabioso. Recibió una bala en la boca y cayó muerto. Ella sobrevivió unas horas. Alguien cuenta que preguntó por Enrique. Pero todo el asunto es confuso”, narró la escritora.
Felicitas agonizó durante horas y murió en la madrugada del 30 de enero de 1872. El crimen conmocionó al país. La justicia determinó que Enrique Ocampo se suicidó después de dispararle a Felicitas y el caso fue cerrado. No obstante, como plantea Victoria en su libro, cabría la posibilidad de que lo hayan matado los familiares de Felicitas tras el disparo. Se cree que el cuerpo de Ocampo tenía más de un orificio de bala.
La joven fue velada en la casa de los Guerrero en la calle México 524 y sepultada en el Cementerio de Recoleta, donde su familia vivió un momento aún más amargo cuando el cortejo fúnebre se topó con el del femicida, que ingresó a la misma hora.
Con una infinita tristeza, los padres de Felicitas, que heredaron el patrimonio de su hija, hicieron construir una iglesia en su honor, en el lugar donde la habían matado. Así nació el 30 de enero de 1879 la iglesia de Santa Felicitas, frente a Plaza Colombia, en Barracas. El templo posee una estatua de la joven y su esposo Martín. La tradición dice que las mujeres que deseen casarse deben atar un pañuelo en sus rejas y si amanecen húmedos a la mañana siguiente, es por las lágrimas de Felicitas. Muchos sienten que ella está ahí.