En tiempos en que aún no nos habían acostumbrado a esa temible medición que es la sensación térmica, el martes 29 de enero de 1957 fue un verdadero infierno en la ciudad de Buenos Aires. A las tres de la tarde el termómetro registró la increíble temperatura de 43,3°, récord de los últimos 100 cien años.
Fue un fenómeno que generó, por lo menos once muertos por insolación -aunque algunos diarios informaban hasta veinte- y más de un centenar de personas que debieron ser atendidas en hospitales y centros asistenciales.
Estaba al frente del país un gobierno de facto encabezado por el general Pedro Eugenio Aramburu, quien el 13 de noviembre de 1955 había desplazado al general Lonardi, jefe de la autodenominada Revolución Libertadora, que derrocó al general Juan Domingo Perón.
Ese 1957 estaría signado por la reforma de la Constitución peronista que había sido sancionada en 1949, por la división del radicalismo, por la inauguración, a mediados de año, del Monumento a la Bandera, en Rosario y tragedias como el hundimiento del buque Ciudad de Buenos Aires, en el que perdieron la vida más de sesenta personas; la CGT alertaba sobre los elevados índices de inflación y ya se miraba al dólar como índice de la marcha de la economía.
Hasta entonces, el pico de calor se había registrado el 2 de enero de 1920 en la localidad del norte cordobés Villa María del Río Seco, el pueblo natal del poeta Leopoldo Lugones, con 49,1°. Hubo altísimos registros, por ejemplo, el 31 de enero de 1935, con 40,5°; el 18 de diciembre de 1995, con 40,5° o el 18 de enero de 1943, cuando la temperatura llegó a los 40,3°.
Ese martes fue la crónica de un calor anunciado: a la madrugada se registraron 28,2°, a las nueve de la mañana el termómetro marcó 33,6° y ese viento pesado del noroeste la elevó dos horas después a los 38°, con cielo nublado. Para los porteños, el termómetro había iniciado un ascenso sostenido desde días antes y parecía no tener límite.
No fue una sorpresa, ya que el domingo anterior las temperaturas habían trepado a los 39,5° y el lunes, a los 39,3°.
<b>Mediciones</b>
Cuando el físico, matemático y astrónomo italiano Octavio Mossotti llegó al país por 1827 e instaló en una celda del convento de Santo Domingo un precario observatorio astronómico y meteorológico, registró hasta 1833 algunos datos, como temperatura y humedad. Pero fue el 4 de octubre de 1872, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, que se inauguró, en dependencias del Observatorio Astronómico, en Córdoba, la primera oficina meteorológica, que era la tercera que se abría en todo el mundo.
Entonces, se hacían tres mediciones por día, a las 7, a las 14 y a las nueve de la noche. Luego, fueron cuatro: a las 3, 9, 15 y 21 horas.
Las fuentes de la ciudad se convirtieron en piletas callejeras donde los chicos daban rienda suelta a esa permitida transgresión. El Balneario Municipal, que había sido inaugurado el 11 de diciembre de 1918 en Costanera Sur, y la gigantesca pileta de 800 metros de largo que el gobierno peronista había levantado donde ahora está el estacionamiento de Aeroparque, se llenaron de gente, ávida por refrescarse.
Los que debían transitar la ciudad en traje, dejaron la formalidad de lado y se desprendieron de saco y corbata y otros aparecían con sus torsos desnudos. En búsqueda de un refresco, se sorprendieron cuando en bares y confiterías solo ofrecían café, ya que se habían agotado las existencias de gaseosas y cervezas. Los comercios no daban abasto con la venta de ventiladores, en una época en que el aire acondicionado era un deseo inimaginable, y que solo tenían unos pocos edificios, como el Kavanagh.
Como si la historia volviese a repetirse, la Compañía Argentina de Electricidad S.A. (CADE) -que era en realidad la vieja Compañía Hispano Argentina de Electricidad, seriamente comprometida por pagos de sobornos por irregularidades en la prestación del servicio- puso las manos para no caerse y advirtió que se realizarían cortes en el suministro de energía.
A las tres de la tarde fue el pico tan temido: 43,3° y dos horas después, un milagroso chaparrón, con viento del sudeste, trajo un poco de alivio. Ese día, la temperatura bajó a 29,4°.
Al día siguiente, los 16° de la mañana hizo que se pudiera respirar. Por lo menos hasta el próximo sofocón abrasador.