Vestía una sotana, poncho, solía llevar un sombrero negro, caminar con un cigarro entre los dedos y tomar mate. Bastante cansado, José Gabriel Brochero llegó a Villa El Tránsito en diciembre de 1869, luego de andar tres días entre las sierras de Córdoba, montado en su mula, Malacara. En ese lugar, unas 10 mil personas vivían esparcidas por una zona tan hermosa como vulnerable; por eso, el joven sacerdote entendió que era justo el lugar donde él, que descubrió su vocación de servicio a los 16 años, debía estar. La certeza fue mayor al enterarse de que allí vivían prófugos de la ley por distintos delitos y que había mucha —demasiada— pobreza y faltaba casi todo lo indispensable.
Aunque joven (de edad y en el sacerdocio), ya se mostraba como “un distinto”. “No era un cura de Biblia, nada más”, contará más tarde un no católico que escribió tres libros sobre la vida de Brochero, el hombre que decidió arropar las necesidades del pueblo que adoptó y que lo adoptó como propio: en El Tránsito prestó servicio religioso y, sobre todo, sacó a la luz su altruismo tras tomar nota mental de todas las necesidades que veía: se propuso devolverles una vida digna a esas personas y no tardó en armar un proyecto para levantar todo el valle que hoy se conoce como Traslasierra y, en especial, el pueblo que desde 1916, como homenaje, lleva su nombre: Villa Cura Brochero.
En épocas de estudiante, el padre José hizo amistad con quienes, mucho más tarde, ostentaron importantes cargos políticos y no demoró en exigirles que cumplieran con su gente. Se dice de él que era algo testarudo y obstinado, y que poco tenía que ver con los religiosos de la época: dejó de lado las misas en latín para darlas en español, hizo foco en la educación para niñas, logró que se realizaran importantes caminos y obras de infraestructura, que aún son relevantes; y hasta logró que extendieran las vías del tren, lo que hizo que su gente no tuviera que trasladarse a la capital de Córdoba, entre otras tantas cosas. Su trabajo visionario dejó un impacto que contribuyó profundamente en el desarrollo de la región serrana, particularmente en las áreas rurales que él atendió. Pero, sobre todo, dejó un legado cultural, espiritual y social.
Por esto y tanto más, al hombre bonachón comenzaron a llamarlo el “Cura Gaucho”, aún cuando los gauchos no eran considerados de los más amigables. Pero Brochero se sentía un paisano más en el pueblo que amó, al punto de quedarse allí hasta el final de sus días: víctima de la lepra, murió el 26 de enero de 1914.
En 2016, —y luego de que la Iglesia comprobara que hizo dos milagros— el papa Francisco lo canonizó y convirtió en el primer santo argentino nacido, criado y consagrado en el país, un hecho inédito que reunió a miles de personas en su lugar, Villa Cura Brochero, y en el Vaticano.
De familia humilde a sacerdote
José Gabriel del Rosario Brochero fue uno de los diez hijos del matrimonio entre Ignacio Brochero y Petrona Dávila, trabajadores rurales. Nació el 16 de marzo de 1840 en Carreta Quemada, cerca de Santa Rosa de Río Primero, provincia de Córdoba. Fue hijo de una familia muy religiosa que lo mandó a estudiar el catecismo a la capilla más cercana, pero él descubrió allí una vocación: quería ser cura. Su familia no aceptó de entrada la idea, al menos su padre, pero de todas maneras ingresó al seminario en 1856. Estudió Teología y Filosofía en la Universidad Nacional de Córdoba, donde trabó amistad con quienes, más tarde, se convirtieron en importantes decisores de la provincia y el país. Esto fue importante para su obra.
El 4 de noviembre de 1866 fue ordenado sacerdote, con 26 años, y en sus primeros años en ejercicio demostró un compromiso excepcional con los más vulnerables, especialmente durante la epidemia de cólera de 1867, cuando cuidó de los enfermos y los moribundos de su provincia. Se acercó a quienes los demás dejaban de lado.
El cambio más importante en su vida comenzó en 1869 cuando, luego de ser ordenado sacerdote, a los 26 años asumió el desafío de liderar el curato de San Alberto, al ser designado párroco de Villa del Tránsito, en el valle de Traslasierra, donde inició su obra más trascendental. Entonces, era una región aislada, azotada por el abandono y la pobreza, con caminos casi intransitables.
Sin embargo, no se asustó. Por el contrario, Brochero decidió actuar para cambiar esas realidades: organizó a la población para construir caminos, acequias, capillas, escuelas y una casa de ejercicios espirituales en Villa del Tránsito, lo que facilitó no solo la evangelización (que era el motivo por el cual lo enviaron allí), sino también el progreso económico y social de la región.
A los ojos de sus vecinos, era el cura que no sólo promovía la infraestructura, sino que les proponía una profunda transformación espiritual desde el ejemplo: inspiró a la comunidad a participar en los ejercicios espirituales, lo que fue una experiencia de retiro y reflexión religiosa que presentaba como accesible para todas las personas. Él mismo se encargó de llevar personalmente a los interesados hasta la ciudad de Córdoba; por esto, demostró que era necesario construir una casa de ejercicios en Traslasierra, que fuera de fácil acceso.
¿Cómo lo logró? No dudó en tocar la puerta de su amigo, entonces gobernador, Miguel Juárez Celman (posteriormente presidente de Argentina). Se habían conocido en la universidad y hecho grandes amigos. A través de sus vínculos, Brochero impulsó el desarrollo de la región, insistiendo sobre todo en la creación de escuelas, la instalación de telégrafos y bancos, y la mejora de la infraestructura local.
Entre los episodios más conmovedores de su vida destaca su relación con Santos Guayama, un gaucho perseguido por las autoridades. Aunque Brochero valoraba su amistad y confiaba en la bondad de Guayama, no pudo evitar su trágico final, un evento que lo afectó profundamente.
En sus últimos años, Brochero sufrió lepra, enfermedad que contrajo al compartir mate con un enfermo. A pesar de quedar sordo y tener que enfrentar serias limitaciones físicas, nunca dejó de trabajar por su comunidad. Murió a los 73 años y, aseguran, que sus últimas palabras fueron: “Ahora estoy listo para el viaje”, lo que refleja la serenidad y el compromiso con el que vivió.
Dos años después de su fallecimiento, en 1916, la localidad de Villa del Tránsito fue renombrada Villa Cura Brochero en su honor. Décadas más tarde, en 2013, un milagro atribuido a su intercesión permitió su beatificación, y finalmente, en 2016, otro milagro consolidó su canonización como santo. Fue el papa Francisco quien canonizó al cura gaucho y amigo de los pobres, que nació, se crió y murió en la Argentina, eso fue un hecho inédito que reunió a miles de personas en Villa Brochero y en el Vaticano.
Según el testimonio recogido en el proceso de canonización, se describió al cura como un “paisano más entre los paisanos”, un hombre sencillo que marcó un antes y un después en las sierras de Córdoba: su obra dejó un ejemplo de liderazgo y fe.
Un estadista sin Estado
Miguel Ángel Ortiz es periodista de Córdoba y en 2013 comenzó a indagar en la obra de Brochero: entonces, se hablaba del primer milagro y se le encargó escribir un libro, y publicó El santo de los pobres, donde repasa la vida y obra del cura lejos de un vínculo religioso, sino que buscó resaltar sus lazos con la gente.
“Brochero decía que había que salvar el alma, pero también salvar el cuerpo. Entonces empezó a ver que no había escuelas, o había muy pocas; que no había caminos, que no había tarjeta postal, que no había acueductos para el riego de cultivos. Y empezó a trabajar con la gente: Brochero llegaba a un lugar y, simplemente, proponía trabajos por hacer y él trabajaba a la par. Llegó a formar comisiones con los pobladores para que administrara las donaciones, como cuando había que levantar una iglesia, por ejemplo. Como los criollos eran católicos, tenía recepción con ellos y les generaba confianza. Era mutuo”, relata el también autor de “Brochero, un santo cordobés”, de 2016.
Ortiz cuenta sobre las obras de acueductos y destaca la escuela de niñas de 1886. “¿Te lo imaginas? ¡En esos años una escuela para niñas! Él observaba la necesidad de que se educaran las mujeres también, porque en ese tiempo, si en una familia había muchas niñas, los padres trataban de buscarles ‘buenos partidos’, hombres que aunque no fueran acaudalados, pudieran mantenerlas. Y en el caso de una familia más o menos alfabetizada, si había niñas y niños, hacían estudiar al varón. Esto pasaba en casi todo Occidente, pero acá estaba muy marcado. Viendo eso, Brochero crea una escuela para niñas y a la que llevó a unas 16 monjas que luego se convirtieron en maestras. Funda también una casa de ejercicios espirituales. Esas obras aún están intactas. Es decir, la iglesia principal, la escuela de niñas y la Casa de Ejercicios Espirituales, que hoy es el Museo Brochero, forman parte del Casco Histórico de Villa Brochero. Ese lugar conserva también edificios de la época del Centenario”. destaca el habitante de Villa Dolores, en Traslasierras.
A eso agrega las otras obras que encabezó el sacerdote y cómo están en la actualidad: “Del acueducto quedan vestigios, muy pocos. Pero también se encargó de que en las construcciones se usaran ladrillo de adobe: él fue un impulsor del ladrillo cocido y eso aún se conserva”.
El cura que insultaba y viraba a la izquierda
Hernán Lanvers, médico y autor de cinco novelas históricas, relata un encuentro fugaz entre Brochero y el secretario de la presidencia de Juárez Celman. El relato vislumbra el carácter del hombre detrás de la sotana.
“Se hizo muy conocido. Era amigo de Juárez Celman, el cordobés que llegó a Presidente. Y, por eso le fue a pedir que el ferrocarril llegara a su pueblo. Brochero no pidió audiencia. Viajó a Buenos Aires y cuando llegó a la puerta de la Casa de Gobierno, el Jefe de Protocolo se sorprendió al verlo. ¿Qué podía querer ese cura disfrazado de gaucho en un lugar así? El funcionario vestido de frac le preguntó al sacerdote, que traía un sospechoso bulto envuelto en rústico papel madera de almacén, qué quería. ‘Dígale a Miguel que ha venido a verlo un amigo’, le dijo.
Cuando el ceremonioso empleado le dijo que era imposible. El cura insistió. Lo hizo una y otra vez, hasta que le puso el bulto marrón en sus manos, entregándoselo. Y moviendo la cabeza de un lado a otro le dijo, con esa tonada de Traslasierra que hace esdrújulas casi todas las palabras: ‘Mire, vaya entonces y dígale a Miguel que el Cura Brochero lo quiso ver. Y que le deja este queso casero que le manda una paisana, para que lo pruebe. Con la condición de que no le dé a usted, de él, ni una pizca, por ser tan, pero tan pelotudo...’. Y dándose media vuelta, el cura que se haría leyenda desde las Altas Cumbres hasta el mismo Vaticano, tomó hacia la Plaza de Mayo y caminando despacio se fue. El Cura Gaucho, como todos lo llamaban, era, a veces, malhablado. Sobre todo, con quienes se lo merecían...”.
“Con Juárez Celman eran amigos, se conocían desde la Universidad. También fue amigo de Yrigoyen, antes de que también entrara a la vida política”, revive Ortiz.
“Cuando decidió ser sacerdote, la familia lo manda a estudiar a Córdoba capital. En ese tiempo la universidad, que habían fundado los jesuitas hacía 500 años, era muy clerical. Ahí se junta con miembros de la clase dominante de la provincia y se hace amigo de quienes iban a ser importantes decisores políticos. Brochero, en plena etapa estudiantil, comienza con el trabajo social: fue voluntario en la cárcel de Córdoba capital, trabajó con los vecinos, con agricultores, por ejemplo”, resume Ortiz.
Al destacar una de las obras más importantes de Brochero dice: “Él quería que el ferrocarril llegara a Villa Dolores, donde yo vivo actualmente, una ciudad de unos 30 mil habitantes. Su idea era que el tren se extendiera unos 120 kilómetros hacia el norte. Imaginate la Sierra de Córdoba, que es un cordón montañoso que en el mapa cruza de sur a norte, y norte a sur... En ese tiempo, el ferrocarril era lo más importante y marcaba el progreso. Lo habló con Yrigoyen, lo gestionó y logró que llegara hasta Villa Dolores, en 1905. Y se levantó en 1989, en época menemista. Esos predios que eran del ferrocarril hoy están tomados y hay mucha gente pidiendo que vuelva la línea ferroviaria. Aunque antes de sacarlo no había viajes de pasajeros, sí había de carga porque esta es una zona de mucha producción de papas y de ladrillos. Esos productos salían por el ferrocarril”.
Pese a las amistades con la clase política que tenía Brochero, Ortiz explica que “no tenía vínculo partidario con ellos”.
“La política era muy precaria en aquellos años también. No era lo que fue después, pero no participaba directamente. Pero sí tenía muchos vínculos con muchos actores políticos, que él trataba de traer al valle para que vieran las necesidades que habían. Brochero para nada era un cura de escritorio o un cura de Biblia. Era un tipo que vivía en sotana y que se ataba la sotana a la cintura con una bufanda y se ponía a trabajar donde hacía falta. Siempre al lado de la gente y por eso, la gente lo seguía. Algunos hacendados le donaban mucho y las cuentas siempre estaban claras. Nunca nadie sospechó nada en contra él”, aclara.
Pese a no tener un partido político que lo representara, sí tuvo sus ideas bien marcadas, según opina Ortiz. “Creo que Brochero fue demasiado zurdo para su época, y eso no fue bien visto por la iglesia argentina del siglo 20. Su trabajo es admirable. Me parece que la santidad de él pasa por hacer, por ser un hombre extraordinario y por hacer en vida. Pensá que pese a todo lo que socialmente hizo, recién en 2013 hubo que demostrar que hizo un milagro para canonizarlo, digo esto entrando en lo más mítico, pero hay un montón de pequeños ‘milagros’ que hizo Brochero”.
Convencido en su hipótesis, sigue: “Creo que haya gracias a él una Iglesia tan cerca de la gente y que el actor social se comprometiera tanto, en lo personal, con esa gente, es un legado que el cura ha dejado y lamentablemente no ha sido seguido, porque la clase política lo usa para el turismo, para congraciarse con los votantes, pero Brochero dejó una huella muy profunda y muy clara. Es decir, había que arremangarse, y lo hacía. No marcaba diferencias... A finales del siglo 19, le dio una importancia distinta a la mujer e impulsó para que se eduque. Eso es muy importante y no olvidemos en qué época y con qué pensamiento reinante en el país lo logró”.
Resaltando las igualdades que proclamó con el ejemplo, compara: “Él comía en Buenos Aires con el presidente de la Nación de la misma manera lo hacía debajo un árbol con un pobre, con trabajador de un camino o de una escuela. No es casual que Jorge Bergoglio lo haya canonizado. Él que estuvo en Cura Brochero en 2008 y fue parte de un encuentro anual de sacerdotes y sabe bien qué hizo Brochero. Por eso, me parece que dentro de la actividad pastoral de la Iglesia, en los últimos años, el legado de Brochero pegó mucho porque fue muy cercano a la gente. Y su idea es seguida por los curas de la izquierda latinoamericana, como fue el padre Mujica”.
Lo más trasformador para Ortiz, es la el ejemplo que dio. “Su ejemplo es la humildad ante las cosas. Porque recordemos que veníamos de una iglesia que era una autoridad religiosa, pero también era una autoridad social, sobre todo en lugares donde no estaba el Estado. No había un registro de nacimientos que no fueran los chicos, entonces una persona tenía un nombre porque tenía un acta de bautismo. Brochero, como actor social, se comprometió mucho con la gente. Y ahora su lugar creció como él soñó y ahí está también su legado”, finaliza.