En este tiempo de vacaciones, muchos irán a la Mesopotamia argentina y ahí, se encontrarán con la Virgen de Itatí, uno de los símbolos más venerados del cristianismo en la Argentina. Es una advocación mariana con una historia cargada de fe y milagros que tiene raíces profundas en el corazón de Corrientes, una provincia donde la espiritualidad y la devoción han construido una tradición que atraviesa generaciones. Su nombre proviene del guaraní “íta-tí”, que significa “punta de piedra”.
La historia de la Virgen de Itatí comienza en el siglo XVI, con la evangelización de los pueblos guaraníes por parte de los misioneros franciscanos. Según las crónicas, fue en 1589 cuando el padre Luis de Bolaños, un destacado fraile franciscano trajo consigo la pequeña imagen de la Virgen María para impulsar su labor misionera. Esta estatua, tallada en madera policromada, se convertiría con el tiempo en el centro de una devoción inquebrantable.
Uno de los episodios más conocidos en torno a la Virgen de Itatí es su protección milagrosa ante ataques indígenas. Según la tradición, la imagen fue rescatada del peligro en varias ocasiones por apariciones luminosas que asustaron a los agresores. Este suceso reforzó la creencia de que la Virgen estaba destinada a proteger a su pueblo ya ser un símbolo de fe para los habitantes de la región.
El primer santuario dedicado a la Virgen de Itatí se construyó en 1615, en el asentamiento que más tarde se convertiría en el pueblo de Itatí. Fue el padre Luis de Bolaños quien impulsó esta obra, erigiendo una modesta capilla de paja y adobe. Ese pequeño recinto no solo sirvió como centro religioso, sino que también fue un punto de encuentro para la evangelización de las comunidades indígenas guaraníes.
El diseño inicial reflejaba las limitaciones de la época, pero también la profunda dedicación de los misioneros. Aunque era una estructura humilde, el lugar se convirtió rápidamente en un punto de peregrinación, atrayendo a fieles de toda la región que deseaban rendir homenaje a la Virgen y pedir su intercesión.
Con el tiempo, ese primer santuario quedó pequeño frente al crecimiento de la devoción popular y las necesidades de los feligreses. Eso llevó a la construcción de un segundo santuario en el siglo XVIII, más amplio y resistente, que mantuvo viva la tradición mariana en Itatí.
Pero este segundo santuario también quedó pequeño así que hubo de construirse otro. El santuario que hoy conocemos fue inaugurado en 1950, y representa una de las mayores obras arquitectónicas religiosas de la Argentina. Su construcción fue impulsada por el crecimiento exponencial de la devoción a la Virgen de Itatí, que atrajo a peregrinos de todo el país.
Diseñado con un estilo neoclásico, el santuario actual es imponente. Su cúpula, que alcanza los 83 metros de altura, es una de las más grandes de Sudamérica. En el interior, se destaca el altar mayor, donde se encuentra la imagen de la Virgen, rodeada de detalles artísticos que reflejan la cultura guaraní y la influencia católica.
Cada año, miles de fieles llegan al santuario para participar en las festividades del 9 de julio, día en que se celebra a la Virgen de Itatí. Durante esta fecha, el lugar se llena de cantos, procesiones y expresiones de gratitud, consolidando su papel como un epicentro espiritual y cultural.
El fundador del pueblo de Itatí fue el gobernador de la provincia del Guayrá, Hernando Arias de Saavedra, conocido como “Hernandarias”. En 1615, bajo su gestión, se desarrolló oficialmente la reducción de indígenas que dio origen al pueblo de Itatí, con el apoyo del padre Luis de Bolaños. Este último fue fundamental en la misión de convertir y proteger a los guaraníes, además de introducir prácticas agrícolas y sociales que favorecieron el desarrollo del asentamiento.
La imagen de la Virgen de Itatí es una talla que mide 1,26 m de altura cuyo cuerpo fue tallado en timbó y su rostro en nogal y representa una clásica pose de “inmaculada Concepción”. Posee cabello negro, está de pie sobre una media luna, con las manos juntas en posición de oración. Es una talla de vestir por tanto lleva un manto azul, con detalles bordados en dorado y en su cabeza una túnica blanca, sobre la que reposa la corona, rodeada de doce estrellas. El 16 de Julio de 1900, en el atrio de la Iglesia de la Cruz de los Milagros de la Ciudad de Corrientes, Rosendo de Lastra y Gordillo, por ese entonces obispo de Paraná, Corrientes y Misiones, colocó la corona sobre las sienes de la Virgen. Esa imagen de la Virgen de Itatí fue bendecida por el Papa León XIII, en su capilla del Vaticano el 23 de abril de 1918.
La Virgen de Itatí fue proclamada Patrona de la Diócesis de Corrientes, creada en 1910 por el Papa Pío X, y hoy es reconocida como protectora de todo el NEA. Después de la ceremonia de la proclamación de la Virgen de Itatí como Patrona se bendijo el nuevo camarín, en el templo antiguo. Allí quedó entronizada la imagen hasta el 16 de julio de 1950, fecha en que la imagen fue solemnemente trasladada al nuevo y actual santuario. El camarín actualmente es el baptisterio.
A lo largo de los siglos, la imagen ha sido objeto de innumerables relatos de milagros. Desde curaciones inesperadas hasta la protección de la región frente a catástrofes naturales, los fieles atribuyen a la Virgen de Itatí una intercesión constante en la vida de quienes la veneran.
Una de las anécdotas más contadas por los habitantes de Itatí se relaciona con la protección de la Virgen sobre los navegantes. Según el relato, un grupo de pescadores que recorría el río Paraná se vio atrapado por una fuerte tormenta. Las olas agitadas y la oscuridad de la noche los dejaron sin esperanza, hasta que uno de ellos, devoto de la Virgen de Itatí, rezó con fervor pidiendo su ayuda. De repente, cuentan, una luz brillante apareció sobre las aguas, iluminando el camino hacia la orilla. Los pescadores siguieron la luz, que, según ellos, emanaba de la imagen de la Virgen colocada en una pequeña capilla cerca de la costa. Todos sobrevivieron, y desde entonces, se la conoce como la “protectora de los navegantes”.
Otra de las gracias que concede es en tiempos de falta de precipitaciones. Se le reza para llueva y que los cultivos crezcan. Según la tradición, durante una intensa sequía que amenazaba las cosechas y la vida de la comunidad, los fieles organizaron una procesión en su honor para pedir lluvia. La imagen fue llevada hasta un claro en el monte donde se hicieron oraciones colectivas. Al día siguiente, llegó la lluvia. Pero lo que más sorprendió a los pobladores fue que, en el sitio exacto donde la imagen había sido colocada, floreció un ceibo, a pesar de las condiciones áridas. Este árbol, que sigue mirando cada año, es considerado un símbolo del vínculo entre la Virgen y la tierra que protege.
Otro relato muy conocido en la región data del siglo XVIII y tiene como protagonista a un niño guaraní llamado Tupá, quien estaba gravemente enfermo de una fiebre que los médicos locales no podían tratar. Desesperados, sus padres llevaron al niño al santuario de la Virgen, donde lo colocaron a los pies de su imagen y pasaron la noche rezando. A la mañana siguiente, Tupá se levantó completamente recuperado. La noticia se difundió rápidamente, y desde entonces, las familias de Itatí y otras localidades cercanas comenzaron a llevar a sus enfermos al santuario en busca de sanación. Esa tradición perdura hasta hoy, y muchos devotos aseguran haber recibido el “milagro de la salud” gracias a su intercesión.
Otra historia emblemática ocurrió en 1638, cuando la reducción de Itatí fue atacada por un grupo de indígenas hostiles. Los habitantes, superados en número y sin armas suficientes, se refugiaron en el primer santuario, llevando consigo la imagen de la Virgen. Allí, rezaron con fervor pidiendo su protección. Según las crónicas locales, cuando los atacantes se acercaron, una luz cegadora surgió del santuario, haciendo que huyeran aterrados. Los sobrevivientes atribuyeron este suceso a la intervención divina de la Virgen de Itatí, lo que fortaleció aún más la fe en su poder protector.
Más cercano en el tiempo ocurrió que en el año 1904, el río Paraná amenazaba con desbordarse y arrasar gran parte del pueblo de Itatí. Los habitantes, atemorizados, organizaron una procesión con la imagen de la Virgen, llevándola hasta la ribera. Allí rezaron durante horas, y según el relato, el nivel del agua comenzó a bajar de forma inexplicable. Para los itateños, este evento fue una muestra más del cuidado de la Virgen hacia su pueblo. Desde entonces, se celebra una misa especial en agradecimiento cada vez que se detecta una crecida importante del río.
La historia de la ciudad de Itatí no puede entenderse sin la figura de su Virgen, cuya protección y milagros continúan atrayendo a multitudes. Así, el santuario se mantiene como un testimonio vivo de fe y esperanza, un lugar donde lo divino y lo humano convergen en perfecta armonía y es mucho más que una figura religiosa: es un puente entre la espiritualidad, la historia y la identidad cultural de Corrientes. Desde su humilde inicio en un santuario de paja hasta la majestuosidad del templo actual, su presencia ha inspirado a generaciones de fieles y ha dejado una huella imborrable en el corazón del pueblo argentino.