La primera vez que pisó Buenos Aires fue en 2016. Sin embargo, la conexión de Alberto Landi (66) con la ciudad había comenzado muchos años antes, cuando cursaba una maestría en Gerencia de Empresa en Turín, Italia, donde nació. En una de sus largas jornadas de estudio, un compañero puso play a un cassette que una de sus hermanas había traído de Argentina. “Pasábamos las noches leyendo con los tangos de Miguel Caló de fondo. Escucharlo era una maravilla”, dice.
Tiempo después, en 1997, mientras aprendía a hablar en español de manera autodidacta, empezó a bailar tango. “Me enseñó un amigo. Mi mujer, Marité, y varios íntimos ya habían aprendido mucho antes. Algunos, incluso, viajaron a Buenos Aires; pero yo nunca había ido”, explica.
Un tercer guiño apareció tras la muerte de su padre, en 2018, cuando Landi ya había conocido nuestra ciudad. “Encontré una escritura de venta de un terreno en Buenos Aires, fechada en 1888, que me conectó con un ancestro. En el documento figura que vendió un pedazo de tierra y una casa en la calle Patagones, en Capital Federal, donde después se construyó un edificio”, sigue. El dato fue una confirmación de que acá podía volver a echar raíces.
Ahora es un miércoles caluroso de verano en CABA: la sensación térmica trepa a los 35° y los noticieros hablan de una “nueva ola de calor”. Del otro lado de la pantalla, Landi cuenta que Turín llueve y pregunta si acá ya arrancaron los cortes de luz. Aunque está en otro continente, conoce muy bien los pormenores de Buenos Aires, a la que define como su “segunda casa”.
Un “tano” en CABA
Después de tantas conexiones con nuestro país, Landi finalmente aterrizó en Argentina una mañana de invierno de 2016. Hacía un año y medio que había quedado viudo después de tres décadas de matrimonio y decidió viajar. Alquiló un departamento en Scalabrini Ortiz y El Salvador, en pleno Palermo, y se quedó un mes recorriendo la ciudad.
“Como soy arquitecto y fotógrafo, me dediqué a conocer, indagar y capturar su esencia. En muy poco tiempo me enamoré de Buenos Aires”, dice, como si se tratara de una persona. Pero Alberto no se “enamoró” de cualquier parte de la ciudad. Según explica, le gustó más la periferia que el centro. Prefirió las veredas anchas y la calma de algunos barrios, como Mataderos, Villa Crespo y Chacarita, a la multitud y el ruido del microcentro.
Según recuerda, el entusiasmo de aquellos primeros días era absoluto. “No podía parar de caminar por esa ciudad que tenía muchas cosas que yo conocía, pero que nunca había vivido en carne propia. Ahí no más, empecé a frecuentar milongas: iba a Canning, El Rodríguez de Marta Famá, y a Lo de Celia; e ingresé en el mundo del tango porteño, que tiene sus códigos”, explica Alberto. Y sigue: “La gran diferencia entre el tango porteño y el europeo es que en Buenos Aires, la milonga tiene una pista. La pista es como una cancha. Todos están ronda, mirando de un lado hacia el otro y mirándose. En Europa no se usa esto de la mirada: directamente te invitan a bailar, aunque eso pueda generar incomodidad”.
En sus paseos, las paredes intervenidas se convirtieron rápidamente el blanco de la lente de Alberto. “La estética de la ciudad, caótica, me fascinó. Buenos Aires tiene mucha libertad en los muros. Y muchas personas realizan microintervenciones artísticas. Es muy estimulante, muy interesante, encontrar algo en cada cuadra”, dice.
La comparación con Turín es inevitable para él. “Acá -dice desde Italia- hay gente que, con spray, va a ensuciar un muro. Piensan que van a hacer una gran obra de arte... y no es así. Allá hay un muchacho que se llama el Tano Verón, que va empapelando la ciudad con manifiestos y afiches, con poesías o palabras evocativas. Alrededor, otros artistas suman lo suyo. Son obras de arte mínimas. Yo los definí en esta manera. Esto caracteriza a Buenos Aires. Mucho más que a otras ciudades”.
Asado, milanesa, pizza y chori
Tras ese primer viaje, Alberto regresó a Italia con una buena cantidad de fotos y una certeza: iba a volver. Desde entonces, regresa dos veces al año: una en marzo y otra en agosto. “De los doce meses del año, dos y medio, los paso allá”, cuenta. Un dato color: en casi una década de idas y vueltas, Alberto no quiso conocer otra parte de la Argentina. “Siempre elijo Buenos Aires”, asegura.
Para su segundo viaje, y desde ahí en adelante, cambió Palermo por Villa Crespo y hasta se hizo hincha de Atlanta, aunque nunca fue a ver un partido. “El fútbol no es lo mío; pero este, definitivamente, es mi barrio”, asegura. Boedo y Barracas también califican entre sus preferidos.
Landi dice que espera cada viaje con ilusión. Antes de salir, suele hacerse una lista de lugares para seguir conociendo y restaurantes para ir a comer. Como buen “tano”, su infaltable es la pizza. “Cada vez que llego a Buenos Aires voy a La Mezzetta a comer una fugazzeta rellena”, dice entre risas. “Si bien la comida argentina tiene una relación de raíz con la cocina italiana, la pizza allá es diferente a la de acá. Incluso dentro de la propia Italia es diferente: no es lo mismo la pizza de Roma, que la de Nápoles o Turín”, explica.
Además del asado, Alberto dice que le encantan las milanesas. “Lo increíble es cómo esta tradición italiana, la milanesa de Milán, se transformó ahí. En Buenos Aires, la milanesa es una institución. Otra cosa que me mata es ‘el chori’: es la comida identitaria de los porteños. Hay una marcha y, de repente, uno sale con la parrilla, el carbón y se pone vender choris en la Plaza de Mayo”, dice.
Un libro, una mirada
Con las fotos que sacó entre 2016 y 2023, más de 6.000, Alberto decidió publicar un libro. Lo llamó La urgente necesidad de la ciudad intermedia. Buenos Aires (Díaz Ortiz Ediciones). El ejemplar, de 152 páginas, reúne 115 imágenes en blanco y negro que reflejan la mirada de Landi sobre la Reina del Plata.
“El objetivo era investigar el territorio y su uso. Mi instinto me llevó fuera del centro, a los barrios intermedios y a los periféricos, donde el espacio privado se mezcla con el público y hacia los lugares públicos como los cafés, en los cuales podemos mantener nuestra individualidad, simplemente leyendo un periódico”, escribió Landi en el prólogo.
Acerca de la elección de sacarlas en blanco y negro, Alberto explica que es parte de su estilo. “El color es muy interesante, pero desvía la atención. Toda mi vida he hecho fotografía en blanco y negro porque nací con la película en blanco y negro. De hecho, el libro está construido como una película, como una historia”, detalla.
Al pie de algunas imágenes, Landi incluyó pequeñas reflexiones. Muchas de ellas, cuenta, se desprendieron de los intercambios que tuvo al momento de tomar las fotos. “Yo pedía permiso y, mucha gente, abría sus vidas con sus historias. Recuerdo la de un hombre que se tatuó el barrio en la espalda. Me pareció increíble. Fue en Comandante Luis Piedra Buena, en Villa Lugano. Había una relación tan fuerte de identidad, que se hizo un tatuaje en la espalda. En agosto pasado fui a visitarlo y me contó que se iba a seguir tatuando. Con esta persona tengo una relación muy buena. Los porteños son muy abiertos y enseguida me hicieron sentir parte“, cuenta.
Como ya es costumbre, en marzo próximo Alberto tomará un avión con destino a Ezeiza y se instalará en Villa Crespo durante un mes. Ese viaje, dice, no será uno más porque va a aprovechar para presentar su libro, algo que lo tiene muy entusiasmado.
“En Turín tengo mi vita. Tengo mi trabajo, al frente de Al bicerín café (el más antiguo de la ciudad), que requiere de una gran responsabilidad. Cuando estoy en Buenos Aires, si bien sigo conectado, voy a relajarme. Me siento mío cuando estoy allá”, se despide.
*Para conocer el trabajo de Alberto Landi: www.reperta.org o @albertolandi.photo