El “otro” Napoleón: gobernó Francia durante 20 años y la transformó, pero se lo quiso borrar de la historia

El París que hoy conocemos es obra suya; los obreros le deben el derecho de huelga, y el país, su industrialización. Pero la prolija obra de sus detractores -Marx entre ellos- prácticamente borró su firma de ese legado. ¿Fue el imperio del sobrino del Gran Corso tan sólo una farsa?

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Carlos Luis Napoleón Bonaparte, Napoleón
Carlos Luis Napoleón Bonaparte, Napoleón III

¿Cuántos responderían “Napoleón III” a la pregunta de quién fue el primer presidente de Francia elegido por sufragio universal?

¿Cuántas le atribuirían la instauración por ley del derecho de huelga?

¿Por qué se habla del París Haussmaniano en referencia a su remodelación, cuando todo eso fue iniciativa y diseño de Luis Napoleón Bonaparte, que contrató al Barón Haussman como ejecutor de su proyecto?

El pasado 9 de enero se cumplió el 152° aniversario de la muerte de Napoleón III, y algunos historiadores señalaron que ya es tiempo de una restauración que haga justicia con un protagonista de la historia de Francia que, si bien carente del genio político-militar y del carisma de su célebre tío, fue víctima de una de las operaciones de borrado de la historia más exitosas, realizada por sucesores que necesitaban asentar su legitimidad y por contemporáneos que buscaban borrar su parte de responsabilidad en la derrota de Francia a manos de Prusia, en 1871, el hecho que puso fin al Segundo Imperio y envió al gobernante depuesto al exilio, donde moriría dos años después.

El sobrino de Napoleón el Grande estuvo lejos de tener la talla política de su tío, sin embargo también la suya fue una vida de novela. El gobierno que lo sucedió -que se autopercibía democrático- lo llenó de oprobio y lo pintó como un dictadorzuelo autoritario, sanguinario y déspota, cuando las masacres que sucedieron a las revueltas obreras de 1848 -5000 muertos- y a la Comuna de 1871 -20 mil muertos- fueron obra de estos “republicanos” anti bonapartistas; en cambio, el emperador caído, cuya memoria pisoteaban hizo gala de bastante sensibilidad social durante su mandato.

Las águilas imperiales y la
Las águilas imperiales y la N de Napoleón, símbolos del Primer Imperio. Su sobrino, Carlos Luis Napoleón, logrará restaurar el Imperio contra todo pronóstico (REUTERS/Sarah Meyssonnier)

Carente de la brillantez del Napoleón más famoso, sí demostró tener voluntad y constancia. Desde joven se propuso como objetivo la restauración del Imperio -concluido en 1815- y nunca cejó en ese propósito. Fue un conspirador nato. Integró sociedades secretas y promovió levantamientos militares, pero el destino quiso que volviera un Bonaparte al poder de Francia por una vía totalmente impensada para el autócrata que sus detractores dicen que fue: un aplastante triunfo en las primeras elecciones presidenciales por sufragio universal celebradas en Francia en 1848.

El futuro Napoléon III nació el 20 de abril de 1808 en el palacio de las Tullerías, en la Francia napoleónica, en pleno auge del imperio de su tío.

Carlos Luis Napoleón Bonaparte -tal su nombre completo- tenía un doble parentesco -de sangre y político- con Napoleón Bonaparte y a la vez es posible que no tuviera ninguno.

Veamos: era hijo del hermano menor de Napoleón, Luis Bonaparte, que fue rey de Holanda, y de Hortensia de Beauharnais, hija de Josefina, la primera esposa de Napoleón. Por lo tanto, Carlos Luis Napoleón Bonaparte era sobrino del Gran Corso y nieto o nietastro.

Luis Bonaparte, hermano menor de
Luis Bonaparte, hermano menor de Napoleón, padre de Carlos Luis Napoleón Bonaparte, el futuro Napoleón III

Pero el matrimonio -forzado- de Hortensia con Luis Bonaparte fue desgraciado desde el principio y ella tuvo más de un amante holandés. Nacieron 3 hijos durante esa unión. Con excepción del primero, casi nadie creía que los otros dos hijos de Hortensia fuesen de Luis. Por lo que siempre pesó sobre Napoleón III el rumor de que era bastardo. Fuese como fuese, el destino, y su voluntad, lo convirtieron en potencial sucesor de su tío. Potencial e improbable, ya que casi nadie hubiera creído que llegaría alguna vez a dirigir los destinos de su patria.

En 1815, cuando concluye el Primer Imperio, Luis, 7 años, parte al exilio en Suiza con su madre. Desde temprano mostró vocación por la política y en particular por el complot para la toma del poder. Era el espíritu del tiempo. Su primera experiencia fue en 1830 en Italia, cuando con 22 años ingresó a una organización secreta -carbonarios-.

Hortensia de Beauharnais, hija de
Hortensia de Beauharnais, hija de Josefina y madre de Napoleón III

Los dos hermanos mayores de Luis Napoleón habían fallecido. Poco después, en 1832, la muerte por tuberculosis de Napoleón Il, único hijo legítimo de su tío, lo convierte en jefe de hecho del partido bonapartista, una fuerza que por entonces tenía escasísima influencia. Eran los tiempos del reinado de Luis Felipe de Orleáns, monarquía constitucional instaurada en 1830 y que contaba con el apoyo de la burguesía. No había espacio para otro partido del orden.

Tras un levantamiento militar fracasado en Estrasburgo en 1836, Luis Napoleón deberá exiliarse, esta vez en los Estados Unidos.

Pero en julio de 1840, Adolphe Thiers, presidente del Consejo, le sugiere al rey Luis Felipe que repatríe los restos de Napoleón desde Santa Elena como operación de propaganda.

La llegada del barco que
La llegada del barco que trasladaba el féretro de Napoleón Bonaparte al puerto de Cherburgo, en Normandía, el 8 de diciembre de 1840. El Emperador había muerto el 5 de mayo de 1821 en Santa Elena

El traslado del féretro hacia el panteón en los Inválidos se convierte en una ceremonia masiva y muy popular que tiene lugar el 15 de diciembre. La multitud corea: “¡Viva el Emperador!”

Este hecho constituyó un impulso importante para el partido bonapartista y le dio ínfulas a Luis Napoleón para intentar una nueva conspiración. Cruzó el Canal de la Mancha con unos 60 hombres el 5 de agosto de 1840. Su intento fracasó y fue arrestado y condenado a cadena perpetua. Encerrado en el castillo y fortaleza de Ham, al norte de Francia, muy cerca de Bélgica, dedicó los seis años que estuvo allí al estudio. Años después, se refería a esa prisión como “la Universidad de Ham”. Se interesaba por cuestiones técnicas, como la química, la electricidad y hasta estudios de factibilidad de un canal entre los océanos Pacífico y Atlántico. Además, escribió un ensayo sobre economía política, “La extinción de la pobreza”, donde decía: “La clase obrera no es nada, hay que hacerla propietaria. No tiene más riqueza que sus brazos, hay que dar a esos brazos un empleo útil para todos. Ella es como un pueblo de ilotas en medio de un pueblo de sibaritas. Hay que darle un lugar en la sociedad (...): hay que darle derechos y porvenir y elevarla ante sí misma a través de la asociación, la educación, la disciplina”.

El castillo y fortaleza de
El castillo y fortaleza de Ham, donde Napoleón III estuvo seis años preso

“Nunca abandonará esas sinceras preocupaciones”, dice el profesor de Historia Alban Dignat, en la revista Hérodote.fr, preocupaciones que le valieron entonces el apoyo de la escritora George Sand, que le escribe: “¡Háblenos con frecuencia de liberación y emancipación, noble cautivo!”

Pero el cautivo decide finalmente huir. Sus condiciones de detención eran bastante laxas y un disfraz de obrero le bastó para engañar a los guardias.

El reinado de Luis Felipe, el “rey burgués”, está en crisis. Hay descontento entre las clases populares olvidadas por el régimen y la misma burguesía busca alternativas.

La Revolución de febrero del 48 derriba la monarquía y proclama la Segunda República. Luis Napoleón presenta su candidatura en las elecciones legislativas. El 4 de junio es electo diputado. “Sus votantes pertenecen a los nostálgicos del Imperio (poco numerosos), los defensores del orden y de la propiedad, pero también los marginados de la revolución industrial, sensibles a las ideas sociales del sobrino de Napoleón el Grande”, dice Alban Dignat.

El 23 de junio de 1848 se produce una brutal represión de disturbios obreros, en protesta por el cierre de obras públicas que les daban empleo. La Segunda República envía tropas militares contra las barricadas populares, matando a más de 5 mil trabajadores.

Muerte en las barricadas
Muerte en las barricadas

Esto genera un quiebre entre la clase obrera y los republicanos moderados que será aprovechado por Bonaparte, quien se presenta ante los sectores populares como un reformador social, receptivo a sus reclamos, y ante los burgueses como un representante del orden.

“La verdad es que Luis Napoleón representa ambas cosas”, dice Dignat.

Es entonces cuando un célebre diputado, el poeta Alphonse de Lamartine, propone elegir un Presidente para la República mediante sufragio universal, por un período de 4 años sin reelección.

Cuando Bonaparte presenta su candidatura nadie lo toma en serio. Lo ven como un mediocre. Pero Alexis de Tocqueville, que había sido congresista bajo Luis Felipe, tiene una mirada algo más realista del candidato: “Es muy superior a lo que su vida precedente y sus locas empresas podían con justicia inducir a pensar de él”.

El 10 de diciembre de 1848 el resultado electoral sorprende a todos. Favorecido evidentemente por el prestigio unido al nombre de su tío, Luis Napoleón arrasa con casi 5,5 millones de votos, mientras que el candidato que le sigue obtiene apenas 1 millón 448 mil.

Hay hartazgo de la hipocresía del parlamentarismo bienpensante que tiene un discurso tolerante y progresista pero no duda en reprimir duramente los reclamos populares. En Recuerdos de la Revolución de 1848, Tocqueville describe muy bien los motivos de la decadencia de esa élite legislativa y su alejamiento de la realidad.

Alexis de Tocqueville, congresista durante
Alexis de Tocqueville, congresista durante el reinado de Luis Felipe, fue un duro crítico de los parlamentarios de su tiempo

Luis Napoleón es un outsider, un candidato antisistema. Sus votantes son de diferentes sectores sociales, obreros, campesinos, burgueses, y de diferentes sensibilidades políticas: socialistas unos, conservadores otros.

La convivencia del presidente Napoleón con la Asamblea, no era cómoda. Él logra hábilmente quedar al margen de las medidas más conservadoras que toma este parlamento de unos 500 diputados, casi todos temerosos de una insurrección obrera, aunque divididos entre los que querían alguna versión de restauración monárquica y los republicanos.

Un ejemplo de estas medidas impopulares es la supresión, el 31 de mayo de 1850, del sufragio universal y la vuelta al voto censitario. Son 3 millones menos de votantes de clases populares.

A fines de 1851, Napoleón pide a la Asamblea que restablezca el sufragio universal y reforme la Constitución para habilitar su reelección, cosa que no logra. Sus adversarios sabían que en elecciones con voto libre y masivo, no podrían derrotar a un Bonaparte.

Biografía de Napoleón III, publicada
Biografía de Napoleón III, publicada en 1990, en el marco de un comienzo de rehabilitación de su figura

Finalmente, ante la imposibilidad de competir por otro mandato en las elecciones previstas para marzo de 1852, el 2 de diciembre de 1851, Luis Napoleón da un golpe -autogolpe en realidad pues era el presidente- y proclama el Imperio. Lo que sus detractores no dicen es que esta decisión de Napoleón se adelantó al proyecto de restauración monárquica que promovían otros congresistas, con Thiers a la cabeza. La República tenía de todos modos los días contados.

Los diputados republicanos no lograron sublevar a las masas contra el golpe porque éstas respaldaban a Napoleón, lo que no significa que no haya habido resistencia. La represión fue dura pero mucho menos sangrienta que en el 48. En París hubo 200 muertos. Y se multiplicaron los arrestos en todo el país y las deportaciones.

El 20 diciembre de 1851, el flamante Emperador organizó un plebiscito, con sufragio universal, en el cual la aprobación al golpe se impuso con 7 millones 400 mil voto.

Bajo su Imperio, que durará casi 20 años, Francia experimentó una inmensa transformación. Se industrializó, saldando el retraso de 10 años que llevaba respecto de Gran Bretaña. Gran desarrollo de la metalurgia, expansión del ferrocarril y creación de muchas instituciones económicas y financieras. Además, se formó una unión monetaria con Bélgica, Italia y Suiza, llamada Unión Latina. Pero también un acuerdo de libre comercio con Gran Bretaña no muy bien recibido por los industriales franceses, desde ya.

La proclama del golpe firmada
La proclama del golpe firmada por Luis Napoleón Bonaparte en el Eliseo, disolviendo la Asamblea Nacional, con fecha 2 de diciembre de 1851

Es la época del surgimiento de los “grandes almacenes”: el Bon Marché, en 1854, las Grandes Tiendas del Louvre (1855), Au Printemps y La Samaritaine (1865).

En 1864, consagra por ley el derecho de huelga (1864) en paralelo con una mejora de las condiciones de vida ayudada por la industrialización.

Pese a la censura, sobre todo inicial, la vida cultural fue floreciente. Proliferan grandes escritores, como Gustave Flaubert, Guy de Maupassant y Émile Zola, entre otros.

Napoleón III relanzó la educación pública, nombrando al frente de esa tarea a un republicano, Victor Duruy, que elaboró un programa de educación laica, pública y gratuita, luego retomado por Jules Ferry, durante la Tercera República. Éste último es considerado padre de la Educación pública en Francia, pero de Duruy no se acuerda nadie.

El Emperador también sentó las bases de un nuevo imperio colonial (Senegal, Camboya, Cochinchina, Nueva Caledonia), que la Tercera República que lo sucede -y estigmatiza- se dedicará con entusiasmo a ampliar, sin pruritos del estilo que exhiben hoy sus sucesores con patéticas escenas de arrepentimiento extemporáneo.

Impuso un estricto control sobre la prensa al momento de asumir el poder y la vigilancia se extendió también a la universidad pero, al revés de lo que suele pasar, el régimen se fue liberalizando con el correr de los años, adquiriendo caracteres liberales e incluso parlamentarios.

Napoleón III, junto a su
Napoleón III, junto a su esposa, la española Eugenia de Montijo, y su hijo Eugenio

Amnistía a opositores y liberalización de la prensa a partir de 1865. Y un cuerpo legislativo en el que la oposición obtendrá el 45 % de los votos en 1869.

Pero la imagen del gobierno se vio afectada por la derrota de la operación México (en 1862 envió un cuerpo expedicionario con la intención de formar un Imperio latino y católico que contrarrestara la creciente influencia de los EEUU, pero el intento fue un completo fracaso).

También se veía acechado por el amenazante ascenso de Prusia.

Todo se derrumba justamente con la guerra francoprusiana y la derrota de Sedan, el 2 de septiembre de 1870. Cae el Imperio y se proclama la III República. Napoleón III se encontraba en ese momento ya muy debilitado por la enfermedad renal. Sufría de cálculos, con ataques por momentos incapacitantes, y murió el 9 de enero de 1873, en Inglaterra, luego de una operación.

Víctor Hugo fue uno de los principales detractores de Napoleón III. Desde el exilio no abandonó nunca sus diatribas e ironías - “chacal de sangre fría”, “¿porque tuvimos a Napoleón el Grande, tenemos que tener a Napoleón el Pequeño?” El escritor era republicano, pero su inquina venía de lejos: había apoyado la candidatura presidencial de Luis Napoleón y tenía la expectativa de ser ministro, pero fue ignorado.

El escritor Víctor Hugo
El escritor Víctor Hugo

Luego está la famosa frase de Karl Marx, en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”: “Hegel dijo que la historia se repite; olvidó decir que la primera como tragedia y la segunda como farsa”.

Finalmente, los representantes de la Tercera República competirán por ver quién lo critica más, por destacar su “brutalidad”, en un intento de disipar el recuerdo de las masacres por ellos cometidas.

Hubo algunos arrepentidos: Emile Zola, que así lo explicó: “... yo veía en el sobrino del gran Napoleón a un bandido, al ladrón nocturno [que] había prendido su lámpara con el sol de Austerlitz. Caramba, crecí con las furias de Víctor Hugo: Napoleón el pequeño era para mí un libro de historia de una verdad absoluta (...). Pero no, el Emperador fue un buen hombre, acechado por sueños generosos, incapaz de una mala acción, muy sincero en la inquebrantable convicción que lo llevó a través de los acontecimientos de su vida…” (citado por Philippe Séguin, en Louis Napoléon le Grand, 1990).

El nombre del Barón Haussmann quedó definitivamente asociado al rediseño de París, la transformación de su centro histórico y la apertura de grandes avenidas; de hecho una de ellas lleva su nombre. Sin embargo, él fue sólo un ejecutor de la voluntad y las ideas de Luis Napoleón Bonaparte cuyo nombre, como en buena medida también el de su tío, ha sido víctima de censura toponímica.

En memoria del Gran Corso,
En memoria del Gran Corso, en París una calle fue bautizada Bonaparte, pero sin el "Napoleón", demasiado imperial para el relato republicano (REUTERS/Sarah Meyssonnier/File Photo)

El propio Haussmann lo dice en sus Memorias: “El Emperador se apuró en mostrar un plano de París en el cual se veían trazados por él mismo -en azul, rojo, amarillo y verde según su grado de urgencia- las diferentes vías nuevas que se proponía hacer ejecutar”.

La remodelación no se limitó a la ampliación de avenidas, también fueron demolidas muchas casas y construidas unas cuantas más, se acondicionaron los bosques de Vincennes y de Boulogne y otros espacios verdes de la capital. Se construyeron 600 kilómetros de alcantarillas, para sanear la ciudad.

Dos de los parques más lindos de París, ubicados uno al noreste (Parc des Buttes-Chaumont) y otro al sur (Parc de Montsouris) deben su existencia a la expresa voluntad de Napoleón III de crear sitios de recreación para las clases populares. Ambos están en zonas excéntricas de la ciudad que en aquel entonces eran intransitables por ser antros de maleantes y prostitutas.

Veamos qué dice la wikipedia de Montsouris: “El Barón Haussmann decidió su construcción en 1860….” Napoleón III, si te he visto, no me acuerdo.

El parque de Montsouris en
El parque de Montsouris en París

Cuando no se puede eludir la autoría de esta remodelación, se le atribuyen motivaciones inconfesables: había que ampliar las avenidas para que pasaran con más facilidad las tropas que iban a reprimir a los obreros e insurrectos, dice la izquierda… pero la represión fue en realidad obra de las repúblicas, IIa y IIIa.

Sobre estos hechos se aplica una ley histórica frecuente: la que tiende a disculpar los crímenes cometidos por gobiernos de izquierda o progresistas y a agigantar los perpetrados por la derecha o el conservadurismo. Cuando la derecha mata, es masacre, genocidio. Cuando lo hace la izquierda, está pariendo futuro.

Tras la derrota de Sedan, no fue muy difícil convertir al Emperador en el chivo expiatorio de todos. Ninguna responsabilidad fue atribuida a los jefes militares ni mucho menos a los congresistas que trabaron la modernización y reequipamiento del ejército, mientras la Prusia de Bismarck hacía lo opuesto. Algo similar le sucedería a Charles de Gaulle en la entreguerra: todas sus advertencias y propuestas para el reequipamiento en defensa cayeron en saco roto y, desatada la guerra, los alemanes cruzaron la línea Maginot como en un paseo.

Pero la Tercera República necesitaba hacer tabla rasa del pasado y empezar a crear su mito, para lo cual la estigmatización de Napoleón III era un buen punto de partida.

Napoleón III y familia
Napoleón III y familia

A su muerte, un diario titula: “La leyenda napoleónica está terminada. Se vuelve de Santa Elena; no se vuelve de Sedan” (11/1/73, Le Rappel).

Para borrar su huella, la Tercera República vende las joyas de la Corona -literalmente hablando-. Miles y miles de piezas son malvendidas.

La Comuna había incendiado las Tullerías, palacio asociado a Napoleón III. Pues bien, sus cimientos fueron demolidos a pesar de que todos los expertos decían que era muy factible su reconstrucción. Una práctica de desmemoria que evoca la demolición en Buenos Aires del hermoso Palacio Unzué -donde se alza hoy la espantosa Biblioteca Nacional- por el solo hecho de que allí vivieron Juan Perón y Eva Duarte.

En las antípodas de su tío, Napoleón III fue anglófilo. Arrastró a Francia a una guerra en la que ésta no tenía intereses -Crimea-, por seguir a Londres. Pero llamativamente las críticas de los demócratas nunca se dirigen a ese aspecto de su política. El alineamiento con quien fuera, y en muchos planos sigue siendo, adversario estratégico de Francia, no molesta a los republicanos de ayer ni a los progresistas de hoy, que con demasiada frecuencia, como Napoleón III, se dejan seducir por los británicos.

A los francesitos se les enseña que Napoleón III era malo. Lo positivo de su imperio es deliberadamente ocultado, “invisibilizado”, como se dice hoy. No se crea que con Napoleón (el Grande) no se intentó lo mismo. Pero la figura del Gran Corso se proyecta más allá de las fronteras de su país.

También a Napoleón la corrección
También a Napoleón la corrección política ha intentado minimizarlo en la historia, pero su figura es demasiado ineludible (Enrique Breccia)

A muchos historiadores -y patriotas- franceses les duele esta relación incómoda que tiene Francia con su pasado.

Cuando en 2005 Francia decidió no participar de la conmemoración, en la actual República Checa, de los 200 años de la batalla de Austerlitz (uno de los más resonantes triunfos de Napoleón), el historiador Pierre Nora escribió, profundamente dolido: “Tocamos fondo, el fondo de la vergüenza y el fondo del ridículo”.

Mientras los checos organizaban “una gran cita con Napoleón”, “Francia -escribió Nora- cancelaba su presencia, se hacía chiquita, mandaba excusas, se escondía de las miradas”.

Aquel mismo año 2005, Bernard Poignant, entonces eurodiputado socialista, rechazaba la pretensión de revisión culposa y vergonzante del pasado porque “toda la historia de Francia puede pasar por ello hasta quitarnos el orgullo de ser franceses”. El título de la tribuna que publicó en Le Monde lo decía todo: “Francia, amo tu historia”.

En 2021, al cumplirse los 200 años de la muerte de Napoleón Bonaparte en Santa Helena, Jean d’Orléans, descendiente directo del rey Luis Felipe, dijo: “La epopeya napoleónica forma parte de nuestra historia y contribuyó a forjar nuestra conciencia nacional, sean cuales sean sus zonas oscuras”.

Guardando las debidas proporciones, lo mismo puede decirse del sobrino.

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