Una argentina en la única capital del mundo donde no viven personas: “Me sentí una intrusa en un decorado abandonado”

Aldana Puentes Garrido y su marido César Dimeo, quedaron impactados al recorrer esa imponente y desértica ciudad, ubicada en una isla del Océano Pacífico

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"Son edificios majestuosos que se levantan en el medio de la nada", describió la argentina que visitó la única capital del mundo donde no viven personas

La creación de la capital de Palau, una pequeña isla de Oceanía ubicada sobre el Océano Pacífico, tiene una historia muy particular. Oficialmente fundada el 7 de octubre de 2006, alberga la sede de gobierno, las cámaras legislativas, un tribunal de justicia, una oficina de correos y un banco. No hay hoteles, restaurantes ni tiendas, y la mayoría de los trabajadores viajan diariamente desde pueblos cercanos solo para trabajar.

La fundación de esta ciudad respondió a la transformación de Palau en una república, en 1979, y a la ratificación de su constitución en 1981. Si bien inicialmente su capital provisional se encontraba en Koror, la ciudad más habitada del país, la Carta Magna estableció una nueva capital permanente en la isla de Babeldaob. Así fue como construyeron Ngerulmud, que se convirtió en la única capital del mundo donde no viven personas.

Al tratarse de una ciudad exclusivamente administrativa, nunca se concretó la migración interna esperada y actualmente nadie la elige como residencia. De hecho, las condiciones de vida en ese lugar pueden ser desafiantes debido a la falta de infraestructura y servicios. No hay transporte público, acceso a Internet, instalaciones médicas ni opciones de entretenimiento. El suministro de agua y electricidad es irregular, y solo hay una carretera: llamada Capitol Road.

La argentina Aldana Puentes Garrido,
La argentina Aldana Puentes Garrido, oriunda de Mar de Las Pampas, posa en la puerta del Palacio Legislativo de Palau, ubicado en la ciudad de Ngerulmud, su capital

Hasta allí llegaron los argentinos Aldana Puentes Garrido, de 37 años y su marido César Dimeo, 43 años, para documentar esa exótica experiencia a través de sus redes sociales @vecinosporelmundo. Ambos son oriundos de Mar de Las Pampas y combinan su trabajo -ella es abogada y él, administrador hotelero- con viajes poco convencionales, como el que hicieron a Palau, un archipiélago de la Micronesia compuesto por 340 islas.

El paisaje con que se encontraron en Ngerulmud parecía sacado de una postal: colinas verdes cuidadosamente podadas, carreteras limpias y un silencio que calaba hasta los huesos. “No había nadie. Ni un alma”, así describió Aldana a Infobae su visita a uno los lugares más peculiares del mundo.

“Llegamos por la tarde, todavía en horario laboral, pero el lugar estaba desierto” recordó aún sorprendida. “Solo vimos edificios enormes y bien cuidados, pero ni un auto, ni una persona, ni siquiera un guardia. ”Me sentí una intrusa. Fue una sensación muy extraña, como entrar en un decorado abandonado”, relató sobre su travesía.

Aldana y su marido se
Aldana y su marido se hospedaron en el Hotel Sea Passion, en la ciudad de Koror, que es donde vive la mayoría de los habitantes de Palau y es la más turística

El viaje hasta allí ya había sido una odisea. Desde Taiwán, donde Aldana y su esposo estaban de vacaciones, consiguieron un vuelo hacia Palau. Al aterrizar en Koror, la isla principal, descubrieron que las opciones eran limitadas. Los hoteles eran caros —200 dólares la noche, incluso los más básicos— y las actividades turísticas, escasas pero exclusivas. Sin embargo, Aldana tenía claro que quería conocer Ngerulmud.

“Cuando le dijimos a la recepcionista del hotel que íbamos a visitar la capital, se nos quedó mirando como si estuviéramos locos. Nos dijo: ‘¿Qué van a hacer ahí? No hay nada’. Pero nosotros queríamos verlo con nuestros propios ojos", contó entre risas.

Con un auto alquilado, emprendieron el recorrido por la carretera principal, un camino estrecho rodeado de vegetación exuberante que los condujo hasta el corazón administrativo del país. “A pesar de su diseño moderno y su infraestructura que podría competir con la de cualquier ciudad desarrollada, la falta de población la convierte en una curiosidad mundial”, enfatizó Aldana.

Palau está compuesta por 340
Palau está compuesta por 340 islas, y las más importantes están conectadas por puentes

Lo que más le impresionó a la pareja de argentinos fue el contraste. Por un lado, edificios enormes, casi palaciegos. Y por el otro, nada alrededor: ni casas, ni comercios, ni calles secundarias. Es como si todo estuviera diseñado para ser visto desde lejos, no para ser usado.

“Mi marido quiso entrar a uno de los edificios, pero me dio miedo. Pensé que podía haber cámaras de seguridad y terminar en problemas. Era como meterte en un lugar que no te pertenece. Nos sentíamos intrusos hasta para sacarnos una foto. Así que nos sacamos una foto en la entrada y seguimos nuestro camino”, señaló.

Aldana y César contrataron una
Aldana y César contrataron una excursión que los llevó a hacer snorkel entre medusas y a visitar diferentes playas de Palau

El aislamiento de Ngerulmud refleja las peculiaridades de Palau como nación. Aunque el país es conocido por sus paisajes paradisíacos, su capital no cuenta con servicios turísticos, ni un flujo constante de personas.

“Es difícil de explicar, ni siquiera se siente como una ciudad. Es solo un grupo de edificios en medio de la nada”, dijo Aldana, al referirse al contraste entre la opulencia de las oficinas gubernamentales y las viviendas rústicas de sus habitantes.

Es que tras dejar la capital, el camino los llevó por pequeñas aldeas de casas de madera y chapa, muchas en condiciones precarias. “Hicimos dos cuadras y ya estábamos en otro mundo. Había una tienda donde compramos agua, pero la dueña ni siquiera tenía cambio”, ejemplificó.

“Fue una sensación muy extraña,
“Fue una sensación muy extraña, como entrar en un decorado abandonado”, admitió Aldana al conocer Ngerulmud, la capital de Palau, donde solo hay imponentes edificios gubernamentales

Además de su paso por Ngerulmud, Aldana y César viajaron en lancha para conocer las distintas islas, hicieron snorkel en arrecifes de coral y visitaron el famoso Lago de las Medusas, que se promociona como uno de los mayores atractivos del país. Sin embargo, la realidad fue decepcionante.

“Pagamos una fortuna por la excursión, y cuando llegamos al lago nos dijeron que las medusas estaban extintas. Vimos apenas unas pocas, y eso fue todo. Me pareció una estafa”, admitió con una mezcla de humor y decepción.

En su relato, Aldana destacó la contradicción entre el discurso oficial sobre la preservación del medioambiente y la realidad en algunas playas. Aunque los visitantes deben firmar un compromiso ecológico al entrar al país, y está prohibido usar productos contaminantes como ciertos protectores solares, encontraron basura acumulada en el agua.

Es paradójico, Palau se vende como un paraíso prístino, pero en algunas playas vimos botellas, plásticos, y una sensación de abandono. Es un problema que viene de fuera, pero choca con la imagen que intentan proyectar”, admitió.

A pesar de las limitaciones y las sorpresas, Aldana describió su visita a Palau como una experiencia enriquecedora. Entre los restos de aviones y barcos de la Segunda Guerra Mundial que exploraron haciendo snorkel y la tranquilidad de las playas privadas de su hotel, encontró momentos de conexión con la naturaleza que difícilmente se olvidan.

La cascada de Ngardmau es
La cascada de Ngardmau es la caída más alta de Palau y otra de sus principales atracciones

“Encontramos un pequeño parque de monolitos de piedra, similar a los que hay en la Isla de Pascua”, contó Aldana. “No había carteles ni señales que anunciaran su extensión, tampoco guías que explicaran su historia. Era, como tantas otras cosas en el archipiélago, un tesoro escondido”, aseguró la mujer, quien llegó al lugar de casualidad, luego de dar varias vueltas por la isla.

El lugar estaba salpicado de enormes bloques de piedra que parecían haber sido colocados allí por gigantes. Algunos estaban tallados, mientras que otros se alzaban como columnas naturales, erosionadas por el tiempo. Según supieron después, estos monolitos, conocidos como Badrulchau, son vestigios de una civilización antigua, posiblemente vinculada a rituales religiosos o estructuras ceremoniales. Sin embargo, el misterio sobre su origen y propósito permanece.

“El parque no tiene ninguna infraestructura turística: no cobran entrada, no hay carteles informativos, nada. Es solo un claro entre los árboles con esas piedras extrañas”, contó Aldana mientras repasaba el itinerario de su viaje en Palau, que duró cinco días.

Aldana visitó los monolitos de
Aldana visitó los monolitos de piedra de Ngarchelong, una serie de 39 piezas construidas en el año 100 D.C., con una altura de 1,20 metros y un peso de hasta cinco toneladas

Otro descubrimiento fue la cascada de Ngardmau, un oasis oculto que requirió un largo y caluroso paseo a pie para alcanzarlo. La recompensa fue un espectáculo de agua cristalina que caía entre las rocas, formando una piscina natural para refrescarse.

Para llegar hasta allí tuvieron que subir muchísimos escalones, vadear un río y caminar por una vía férrea minera ya en desuso. “Era una mina abandonada, un lugar que parecía haber sido tragado por la selva tropical. Las viejas vías del tren, corroídas por el tiempo y cubiertas de maleza, atravesaban el terreno como un vestigio de la época en que la isla estuvo bajo control japonés. Durante esa etapa colonial, se extraían piedras preciosas, pero al agotarse los recursos, el sitio quedó en el olvido y aún conserva su encanto”, relató Aldana.

Luego de haber visitado Palau los argentinos lo describen como un país lleno de contrastes: pobreza y lujo, modernidad y tradición, paraíso e imperfección. “Un destino tan remoto como fascinante”, concluyó Aldana, quien junto a su esposo ya llevan dada media vuelta al mundo y en abril tienen planeado conocer a su país número 100, que podría estar “en el Caribe o Medio Oriente”.

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