Cafetines de Buenos Aires: una esquina con perfume a tango donde se alimentaban los secuestradores de Macri

El Bar Florencio Sánchez es un símbolo del barrio Parque Patricios. Funciona desde 1929. En 1991 unos vecinos raros almorzaban allí y llevaban un plato demás. El bar está a metro de donde estuvo cautivo el ex presidente de la Nación

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El bar se llamó Florencio
El bar se llamó Florencio Sánchez porque antaño estaba emplazada una estatua del escritor frente al tradicional reducto porteño

Tengo dos amigos uruguayos que me transmitieron la curiosidad por los tangos compuestos entre músicos y poetas de ambas orillas del Río de la Plata. También son amantes de los viejos cafés y bares, por eso cuando estuvieron de visita en Buenos Aires y me dijeron “Llevanos hasta los Corrales Viejos, queremos conocer la casa de Milonguita”, puse primera y encaré hacia Parque Patricios. Más exactamente hacia el Café Bar Florencio Sánchez.

Se llamó Corrales Viejos o Matadero de los Corrales a la zona donde hoy se encuentra el Parque de los Patricios y la barriada lindera. El matadero comenzó a funcionar en la esquina de Caseros y Monteagudo en el año 1872. Sólo estuvo treinta años en esa ubicación. Sin embargo, por muchos años —las letras de muchos tangos lo confirman— se le siguió diciendo a la zona “Corrales Viejos”.

El Café Bar Florencio Sánchez queda en la esquina aguda —por el ángulo menor a los noventa grados que se forma con la diagonal— de Chiclana y Deán Funes, Parque Patricios. Abrió en 1929. Es un prodigio camino a cumplir sus primeros cien años. Debe su nombre a la estatua —obra del escultor Esteban Riganelli— dedicada al poeta y dramaturgo montevideano emplazada en el bulevar que existía sobre Chiclana. Hoy ni la plazoleta ni el monumento están en su lugar. Por la traza del antiguo paseo circula el Metrobús. El atajo que rompe con la cuadrícula se convirtió en la vía rápida que conecta con los barrios del sudoeste porteño.

El Florencio Sánchez fue sede
El Florencio Sánchez fue sede de recordados torneos de Truco. La combinación era lechón y juego de cartas

La imagen corpórea de Don Florencio, por su parte, deambuló por toda ciudad. Estuvo un tiempo, hasta 1974, en la vereda del Teatro General San Martín. Y como la placita que la había contenido en su origen ya no estaba más, la mudaron cerca, a otro rincón urbano producto de la misma diagonal, en la plazoleta Esteban de Luca.

En el café nos recibió Gustavo Agulleiro, al frente del boliche desde que sus padres Jesús y Alsira —no hay error, es con ese—, llegados de La Coruña y Pontevedra, se retiraron a disfrutar de una merecida jubilación. El matrimonio Agulleiro entró al negocio, junto a otros socios, en 1960. Veinte años más tarde tenían la totalidad de las acciones y compraron la propiedad. La adquisición se celebró como un casamiento.

Gustavo entró a trabajar tiempo después. Le costó mucho “jubilar” a sus padres. “Los gallegos son duros, les cuesta soltar”, confesó entre carcajadas. Jesús hoy tiene 98 años y, de vez en cuando, se pega una vuelta por la esquina. Alsira va por 89 y sigue dando una mano en la cocina. En la actualidad el Florencio Sánchez se parece más a un club social —podría afirmar que sus balances contables lo demuestran— presidido con sabiduría por Gustavo quien, pese al “espertís” adquirido, nada supo decirnos sobre aquello por lo que los amigos uruguayos habían cruzado de orilla: Milonguita.

En 1991 los parroquianos notaron
En 1991 los parroquianos notaron que había gente extraña que almorzaba en el bar. Luego descubrieron que estaban involucrados en un caso policial muy importante

El tango “Milonguita” es una creación rioplatense con música del pianista y compositor porteño Enrique Delfino y letra del dramaturgo y periodista montevideano Samuel Linnig. Los primeros versos del tango dicen: “¿Te acordás, Milonguita? vos eras / la pebeta más linda e’ Chiclana / la pollera cortona y las trenzas / y en las trenzas un beso de sol”. El tango se estrenó en 1920 en el Teatro Ópera de la calle Corrientes. Formaba parte del guion del sainete Delikatessen Haus. Cuenta la historia que Delfino y Linnig estaban buscando inspiración para un tango y enfilaron hacia los arrabales en busca de una musa. Y mientras caminaban por Chiclana vieron a una jovencita y uno de los dos dijo: “Mirá que linda milonguita”. Sin más.

¿Y quién fue en verdad la Milonguita de la calle Chiclana? Distintas investigaciones dan cuenta que Milonguita o Esthercita existió. Una de ellas fue iniciada por José Barcia, a la sazón presidente de la Academia del Lunfardo. Don José sostuvo que la protagonista del tango era una tal Esther Torres con domicilio en Chiclana 3051. Es decir a una cuadra del Florencio Sánchez. Más tarde el escritor Ricardo Llanes dio con el verdadero nombre de Esthercita: María Esther Dalton. Y en una comunicación oficial de la Academia, el investigador Juan Carlos Etcheverrigaray aportó el acta de defunción de María Esther Dalto —sin ene final—: el 10 de diciembre de 1920. La historia de Milonguita o Esthercita cuenta que fue una muchacha que, seducida por los tentadores ingresos que aseguraba la mala vida, dejó el barrio para mudarse al Centro y comenzar una vida licenciosa en los cabarets de la luminosa calle Corrientes. Y como nunca pudo olvidar su vecindario volvió, pero murió muy joven. Los testimonios confirman que fue velada en su misma casa de la calle Chiclana, aunque posteriores pesquisas revelaron que el verdadero domicilio fue en Chiclana 3148.

El fútbol se respira en
El fútbol se respira en el bar. Hay recuerdos de San Lorenzo, Huracán y por supuesto, también de los equipos gallegos

Todos esos hechos ocurrieron antes de la existencia del Bar Florencio Sánchez. Caso contrario, los amigos Delfino y Linnig lo hubieran escrito en sus mesas. Pero qué más da. Cuando el bar abrió todavía estaba muy presente por Corrales Viejos el recuerdo de una joven vecina de Chiclana que dio origen a un mitológico tango que llegó a ser grabado por Carlos Gardel. Con seguridad que las menciones a Milonguita deben haber ocupado largas charlas entre los parroquianos de un recién inaugurado Florencio Sánchez.

Entre vermú y vermú salimos con los hermanos uruguayos por Chiclana hacia la casa de Esthercita. No encontramos nada. No quedan en pie ninguna de las dos direcciones documentadas. Tampoco supieron darnos información los vecinos que consultamos. Y no. Pasaron cien años. Ya somos bastante afortunados como pueblo por el hecho de que, en pocos años, celebraremos el primer centenario de un bar en Parque Patricios.

Una dama del barrio que
Una dama del barrio que rodea al Florencio Sánchez fue la inspiración para los autores del tanto Milonguita

¿Tiene más historia que ofrecer el Florencio Sánchez? Por supuesto, un café bar nonagenario no puede reducirse sólo a la anécdota de dos tangueros casuales en busca de inspiración. Y volví por más. Antes vale la pena decir que, quizás por el raro ángulo que se forma en la esquina, sus grandes ventanales tienen orientación este y noroeste. Es decir, el sol está asegurado en las cuatros estaciones. Debe ser uno de los bares con mejor iluminación natural de toda la ciudad.

El mobiliario es sencillo. Puerta de entrada a doble hoja, la vieja foto de todos los socios parados en la vereda, imágenes de Galicia, y los infaltables trofeos que conforman los altarcitos de todos nuestros cafetines. En este caso, son de Torneos de Truco que se jugaban en su interior. El programa era los sábados. Incluía lechón y luego truco. Mi Buenos Aires querido. Otra de las características de la esquina es que funciona de mojón entre Boedo y Parque Patricios. Y, como le corresponde por localización, el fútbol del clásico barrial se respira en sus mesas. Por ejemplo, fue el boliche del Bambino Veira —jugador de San Lorenzo y Huracán— y su revoltoso grupo de amigos. También sirvió como set de filmación de la serie documental “El deporte inspira”, que el escritor Eduardo Sacheri grabó para DeporTv. Y Juan Sasturain grabó allí algunos episodios de “Ver para leer”, el programa emitido por Telefe.

La vieja imagen de los
La vieja imagen de los propietarios del Florencio Sánchez en la puerta del bar

Hay más. Gustavo también me contó que en 1991 comenzaron a frecuentar el café dos personas sospechosas. Decían que venían de un taller de la vuelta, ubicado, supuestamente, sobre la Avenida Garay. Llegaban todos los días a la hora de almuerzo. Vestían mamelucos impolutos. Nunca una mancha de aceite. Comían y permanecían en el bar mucho más tiempo que el que habitualmente utilizaban para alimentarse otros empleados de locales cercanos. Y cuando se retiraban se llevaban una porción del plato del día. Decían que era para un compañero que nunca los acompañaba. Esa rareza en una barriada donde todos se conocen duró algún tiempo. Hasta que se conoció que en una casa de Garay 2882, a solo treinta metros del café, había estado secuestrado Mauricio Macri. Los platos los preparó el propio Gustavo que se vanagloria de haberle dado de comer a un futuro presidente. Seguro que incluyó pollo al horno, albóndigas y ravioles con estofado, todas exquisiteces que Alsira le enseñó a cocinar a su hijo.

Me levanto para pasar al “biorsi” como reza el cartel de los sanitarios y que homenajea a Minguito Tinguitella, el entrañable personaje de Polémica en el Bar. Cuando paso por la cocina la veo a Alsira y me asomo para felicitarla por el “trabajo” realizado con su hijo. Agradece y me dice: “¿Vio? Salió bueno pa’ la milonga”.

Instagram: @cafecontado

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