Los manchones grises que salpican las veredas de Buenos Aires se convirtieron en una característica más del aspecto que tiene la vía pública. Son los chicles que la gente tira al suelo sin reparar en la cantidad de tiempo que permanecerá allí ese desecho. Este es un fenómeno que ocurre en casi todas las grandes ciudades, y que a cuentagotas ensucia de forma perpetua el espacio público.
La observación la llevó el periodista y artista Gabriel Levinas a la mesa de Radio Mitre. Según contó, se percató del tema mientras visitaba Holanda: “Ellos son muy limpios, pero a pesar de eso, en Róterdam estaban estas manchas. Pregunté qué era y me dijeron que eran chicles, me parecían un montón”, describió en contacto con Infobae.
En las calles de esa ciudad portuaria se cruzó también con las obras del artista plástico Ben Wilson. Lo apodaron como “el hombre chicle”, porque pinta cuadros en miniatura sobre las gomas de mascar secas y aplastadas que encuentra en distintas partes del mundo.
“Me pareció muy divertido y sentí que estaba diciendo algo el tipo, como que algo hay que hacer con el desastre que hace la gente”, evaluó Levinas.
Regresó a Buenos Aires y notó que en las veredas porteñas pasaba lo mismo, así que se puso a investigar más sobre el asunto. Encontró, por ejemplo, que un chicle puede tardar hasta 25 años en descomponerse en la vía pública.
“Además, Ámsterdam acumula 1.500.000 kilogramos de chicle al año que tienen que sacar del suelo. Depende el país, se gastan entre 1 y 5 dólares por cada unidad que se levanta”, agregó. En la capital de los Países Bajos este fenómeno está segundo en el ránking de la basura que se tira en la calle, y solo es superado por las colillas de cigarrillo.
Otro caso más cercano: en Ecuador hicieron una inversión de 180.000 dólares para limpiar el Centro Histórico de Quito, donde llegaron a encontrar hasta 36 chicles por metro cuadrado.
En 2017, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires hizo una campaña de limpieza y concientización que se limitó a la calle Florida, que se extiende por poco más de un kilómetro. Solo en esa traza retiraron 90.000 chicles pegados a lo largo de la peatonal.
Para removerlos hizo falta equipamiento criogénico, que enfría la capa de chicle con hielo seco suave y un aditivo especial. El barrido habitual no alcanza para deshacerse de este residuo, aunque se haga diariamente.
Además, desde el GCBA alertaron que esta problemática no solo ensucia la vía pública, sino que puede ser “un foco de infección” para los vecinos y una trampa mortal para la fauna, que puede confundir el chicle con comida.
Gabriel Levinas señaló lugares como la Facultad de Económicas de la Universidad de Buenos Aires, donde “sobre la entrada de la calle Uriburu hay un montón, lo que significa que los tiran antes de entrar”. También lo observó en esquinas muy transitadas, y resaltó lo “insólito de que en este caso están al lado de los canastos de basura, y en vez de tirarlos adentro los dejan en el piso”.
Para encontrar alguna solución por fuera de la responsabilidad de cada ciudadano, Levinas rescató iniciativas como las del Reino Unido y Singapur.
En el Parlamento británico se discutió un proyecto que planteaba cobrarle un impuesto a los fabricantes -similar al que se aplica para las tabacaleras-, y que ese dinero se destine a la limpieza de las veredas. La propuesta no prosperó.
Singapur eligió un camino más extremo: prohibieron el consumo de chicles en 1992, y solo pueden utilizarse bajo indicación médica.
“Es una cosa desagradable porque si vos pasás con la zapatilla y lo tiraron recién, después es un asco sacarlo. Hay que pensar un poco en el prójimo. Además, la imagen que da ver las veredas con esas manchas genera una polución visual, al mismo tiempo perjudica al vecino que vive ahí y genera un gasto enorme para limpiarlos”, completó el reconocido artista y comunicador.