Su vida estuvo signada por el nombre de Graf Spee. Siendo Hans Langsdorff aún un jovencito, lo que lo llevó a enrolarse en la armada alemana fueron las historias que le contaba su vecino en la ciudad de Düsseldorf, el almirante Maximilian von Spee, quien moriría combatiendo en las aguas de las islas Malvinas el 8 de diciembre de 1914, durante la Primera Guerra Mundial. Las vueltas de la vida lo habían llevado a ser el comandante de un acorazado que llevaría el nombre del modelo de marino a imitar.
El 21 de agosto de 1939 había zarpado de Alemania el acorazado de bolsillo Graf von Spee, que cumplía con las limitaciones de armamento impuestas a Alemania en el Tratado de Versailles pero que la ingeniería nazi lo había convertido en un arma letal.
La misión que recibió su capitán fue la de atacar a flotas mercantes, pero no enfrentar a buques de guerra, salvo que fuera atacado. El buque tanque Altmark debía abastecerlo en alta mar en fechas, horas y puntos predeterminados.
Navegaba por el Atlántico cuando fue informado del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Luego de capturar el mercante Clement y, una vez que su tripulación estuvo en los botes, lo hundió. Los ingleses comenzaron a buscarlo.
El Graf Spee se cobraría nuevas víctimas en el Atlántico. Aparecía de pronto, enarbolando banderas de otros países y recién dándose a conocer cuando su víctima no podía escapar. Además, había hecho pintar el nombre de Admiral Scheer -un acorazado gemelo- por sobre el nombre original.
La batalla del Río de la Plata
A fines de noviembre anunció que volverían a Alemania, aunque advirtió que se apartaría de sus órdenes, y que atacaría a los barcos enemigos que se le pusieran a tiro. Los aliados especulaban en la zona donde se hallaba ya que los buques mercantes que fueron atacados habían logrado dar el aviso por radio. Barcos británicos como el Exeter, el Ajax, el Achilles y otros tantos estaban tras su rastro.
El 7 de diciembre de 1939 capturó un buque que había partido de Buenos Aires con cinco mil toneladas de granos para Gran Bretaña. Sería su última presa. A esa altura, había hundido a nueve barcos.
El 13 de diciembre, cerca de las seis de la mañana, desde el Graf Spee avistaron a un buque de guerra. Langsdorff interpretó que era escolta de un mercante. Pero era el Ajax, acompañado del Achilles. Estaban a 290 millas al este del Río de la Plata.
El combate comenzó entre el Graf Spee y el Exeter. El buque alemán le provocó serios daños al inglés que, en vano, le disparó torpedos que esquivó. Langsdorff fue el que estaba en el timón. El Achilles también le disparaba. El capitán alemán no se inmutó cuando esquirlas lo hirieron en el brazo y en el hombro. Se desmayó cuando una explosión lo hizo caer al suelo.
El Graf Spee zigzagueó, amparándose en un humo negro. Es un misterio por qué no liquidó al Exeter, casi fuera de combate. Por el contrario, enfrentó al Ajax y al Achilles y, entre las tres naves, le dispararon sin cesar. Sorpresivamente, los británicos se retiraron y Langsdorff, en lugar de perseguirlos, se dirigió al Río de la Plata, que sería su trampa mortal. Su principal daño era un boquete en su casco. Especulaba con que en Montevideo repararía el buque y luego saldría a liquidar a sus enemigos. Tenía 35 muertos y 60 heridos, muchos de ellos operados a bordo sin anestesia. Casi a las once de la noche entró a la capital uruguaya.
Langsdorff, con el brazo izquierdo y la frente vendadas, se reunió con el ministro alemán Otto Langmann, quien le advirtió que Uruguay no le permitiría estar más de dos días. Pero necesitaba por lo menos dos semanas. A los buques británicos se sumó el Cumberland, que había navegado a toda máquina desde las Islas Malvinas. Langsdorff pensó en romper el cerco e ir a Buenos Aires, donde sabía de las simpatías al Eje. El capitán acompañó a sus muertos al cementerio del Norte. Fue el único que no hizo el saludo nazi -hasta los curas lo hicieron- sino la venia convencional.
Volar el barco
Sabía que en 72 horas debía abandonar el puerto. La diplomacia británica intentó retrasar lo máximo posible la partida para asegurarse la presencia de la mayor cantidad de buques de guerra de su país. De todas maneras, al buque alemán apenas le quedaban municiones para media hora de lucha. De Alemania le dieron amplia libertad de acción. A las dos de la mañana del 17 de diciembre, Langsdorff comunicó a sus oficiales que volaría el barco. Y nadie debía sospechar nada.
Junto al Graf Spee atracó el mercante alemán Tacoma. Extendieron lonas para que no vieran los movimientos. Pasadas las 18, comenzó a dejar el puerto, contemplado por una multitud expectante y ansiosa. Los presentes vieron cómo puso proa a Buenos Aires pero de pronto se detuvo. Nadie se dio cuenta de que en el buque había solo 43 tripulantes. El millar de hombres ya estaba en el Tacoma. Colocaron en distintos puntos del acorazado seis cabezas de torpedo para ser detonados en veinte minutos. Arriaron la bandera y abordaron una lancha. Langsdorff fue el último en bajar. Luego de salir mucho humo, se vieron explosiones, llamaradas y cañones volando por los aires.
Del Tacoma, Langsdorff y sus hombres abordaron remolcadores de bandera argentina y a la mañana siguiente, desembarcaron en Buenos Aires, recibidos por el embajador von Thermann. La tripulación fue alojada en el Hotel de Inmigrantes, y el capitán y los oficiales en el Arsenal de la Marina.
Su muerte
La noche del 19 de diciembre Langsdorff escribió tres cartas. A sus padres, a su esposa Ruth Hager, con quien se había casado en 1924. “Te escribo esta carta en el último día que soy comandante de este orgulloso barco…”, y al embajador alemán le dijo que luego de una lucha interior evaluó que hundir el buque fue la mejor opción, para que no cayera en poder del enemigo. “Decidí, desde un principio, sufrir las consecuencias que esta decisión llevara implicada, puesto que un Capitán, con sentido del honor, no puede separar su propio destino del de su barco”.
La tarde anterior, este marino de 45 años, condecorado con la Cruz de Hierro, que manejaba perfectamente el francés y el inglés, había hablado con su tripulación en el patio del Hotel de Inmigrantes. Como no era un lugar amplio, debió hacerlo por tandas. Dijo que estaba conforme de que su gente fuera recibida por nuestro país, que estaban en buenas manos, ya que los germanos-argentinos cuidarían de ellos. Aclaró que no le había faltado valor para enfrentar al enemigo, pero que si se hundía con el barco, hubiera arrastrado con él a toda la tripulación.
En la cena, que compartió con sus oficiales y con funcionarios de la embajada alemana en Buenos Aires, lo vieron tranquilo. Había sido una semana en la que había estado bajo mucha presión. Esa noche, pidió la bandera alemana, esa última que habían arriado del buque antes de volarlo. La colocó sobre la cama, se acostó vestido con su uniforme de gala y se pegó un tiro en la sien derecha.
El teniente Hans Dietrich era su ayudante: fue el último en verlo con vida. La noche del martes 19 de diciembre de 1939, al pasar por el cuarto que ocupaba, en el Arsenal de la Marina lo vio escribiendo, mientras fumaba y bebía whisky. Y a la mañana siguiente, como no se presentaba a desayunar, fue a buscarlo. Lo encontró muerto.
El velatorio fue en el mismo Arsenal de la Marina, al que concurrió el ministro de Marina, León Scasso. A las cuatro de la tarde del día siguiente, un multitudinario cortejo -los propios alemanes se sorprendieron por la reacción de los argentinos- acompañó los restos al Cementerio de la Chacarita. Habló el embajador, se leyó el telegrama de pésame de Adolf Hitler, habló el segundo comandante del Graf Spee y el capitán de navío Daniel García por la marina argentina. Luego todos lo despidieron cantando “Yo tenía un camarada”, una marcha fúnebre de las fuerzas armadas alemanas. Junto a él, están enterrados cuatro tripulantes del buque: Johannes Eggers, Wolfgang Beyrich, Josef Schneider y Peter Kranen.
El mismo día pero de 1945 moriría su hijo mayor, de 20 años, combatiendo en Amberes. En 1937 había fallecido su otro hijo, Johann, a los 13 años. Quedaría su hija Ingeborg, nacida en 1937 y quien, cuando se cumplieron los 80 años del histórico combate, visitó Montevideo.
El último sobreviviente del acorazado era Hans Eubel, torpedero y encargado del avión de reconocimiento que llevaba el buque. Murió en Punta del Este en 2017, a los 101 años. Sobre Langsdorff dijo que “todos le debemos la vida. Gracias a mi comandante he sobrevivido a todo”.
En 1997 fue rescatado de las aguas del Río de la Plata uno de sus cañones; en 2004, el telémetro, el dispositivo de puntería de 27 toneladas y en 2006 un águila de bronce con la esvástica, de 400 kilos y dos metros de alto, que estaba ubicada en la popa del buque.
Hace años que existen proyectos para reflotarlo. El Arsenal, donde Langsdorff se quitó la vida, fue demolido. En la actualidad, ese predio se utiliza para amarrar al Rompehielos Almirante Irízar y también funciona el Centro de Aislamiento y Asistencia Médica Bahía Esperanza. Lo único que queda de cuando la Segunda Guerra Mundial se vio en vivo y en directo en estas tierras descansa en las barrosas aguas del Río de la Plata.