Azucena Villaflor, presidenta de Madres de Plaza de Mayo: secuestrada el mismo día en que se publicó una solicitada para pedir por los desaparecidos

La mañana del sábado 10 de diciembre de 1977, un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada la “levantó” en Avellaneda cuando iba a comprar el diario donde salió la primera solicitada en la que se reclamó la aparición con vida de los desaparecidos por la dictadura

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Azucena Villaflor buscaba a su
Azucena Villaflor buscaba a su hijo desaparecido y se reunió con otras madres en la misma situación. Así nacieron las Madres de Plaza de Mayo

La mañana del sábado 10 de diciembre de 1977, los lectores tempraneros que recibían el diario en sus casas se desayunaron con las noticias del día. Los principales medios nacionales informaban que un Consejo de Guerra militar había condenado a varios de los integrantes del llamado Clan Graiver por asociación ilícita calificada, aunque evitaban decir que –antes de ser sometidos a ese proceso judicial inconstitucional– habían sido torturados salvajemente para que “confesaran” mientras estaban detenidos desaparecidos en un campo clandestino. También informaban que el aumento del costo de vida en noviembre era del 9 por ciento, pero sus analistas económicos se cuidaban mucho de mencionar que el plan económico de la dictadura, diseñado por José Martínez de Hoz, estaba haciendo agua por todas partes.

La censura y la autocensura de prensa eran leyes no escritas en una Argentina sin otras normas que las impuestas por la dictadura que llevaba un año y casi nueve meses en el poder. Por eso, al recorrer las páginas interiores del diario, muchos lectores del matutino La Nación se toparon con una solicitada de gran tamaño titulada: “Por una navidad en Paz – Solo pedimos la verdad” y dirigida al presidente de la Corte Suprema de Justicia, a los altos mandos militares, a la Junta Militar, a las autoridades eclesiásticas y a la prensa nacional. Los firmantes, alrededor de ochocientos, reclamaban información sobre la suerte corrida por sus familiares desaparecidos.

Azucena Villaflor de De Vincenti no recibía La Nación en su casa de Avellaneda, de modo que se levantó temprano ese sábado para ir a hacer las compras y, de paso, comprar el diario. Sabía que, si había evitado una censura de último momento en la imprenta, la solicitada estaría allí. Lo sabía porque, como presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, había sido su principal impulsora.

Era la primera denuncia pública de esa magnitud que ponía en negro sobre blanco en un medio argentino lo que sucedía en un país donde las personas eran secuestradas en sus casas, sus trabajos o en la calle y no volvían a aparecer. Los desaparecidos ya se contaban por miles y entre ellos estaban el hijo y la nuera de Azucena.

Azucena Villaflor y sus cuatro
Azucena Villaflor y sus cuatro hijos

La solicitada era un gran paso en la lucha de las Madres, pero a Azucena la euforia que había sentido por ese logro se le había esfumado hacía dos días, cuando Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, otras dos fundadoras de la organización que con sus rondas y denuncias más molestaba a los dictadores, habían sido secuestradas. El jueves 8 un grupo de tareas se las había llevado por la fuerza al salir de una misa en la Iglesia de la Santa Cruz, luego de ser señaladas con un beso por el represor Alfredo Astiz, infiltrado entre las madres haciéndose pasar por el hermano de una militante desaparecida. Junto a las dos Madres, el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) se había llevado a otras ocho personas: Angela Auad, Remo Berardo, Raquel Bulit, Horacio Elbert, Julio Fondovilla, Gabriel Horane, Patricia Oviedo y la monja francesa Alice Domon, que colaboraban con ellas en la búsqueda.

La primera presidenta de Madres de Plaza de Mayo se había salvado esa vez porque no había participado de la reunión, pero sabía que ella también estaba en peligro de correr la misma suerte. Sin embargo, estaba decidida a no detenerse. También pretendía –aunque sabía que era imposible– mantener una mínima normalidad en la vida familiar. Por eso, la mañana del sábado 10, antes de salir a la calle, se asomó a la habitación donde dormía su hija Cecilia, de 15 años, y le preguntó:

“Nena, ¿Qué querés comer, carne o pescado?”. “Pescado, mamá”, contestó Cecilia, que nunca olvidó esa conversación mínima, íntima, la última que tuvo con su madre. Minutos después un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada la secuestró en plena calle. Días más tarde sería arrojada viva al mar desde un avión. Tenía 53 años.

La “madre” de las Madres

El 30 de noviembre de 1976 otro grupo de tareas de la dictadura había secuestrado a uno de los cuatro hijos de Azucena y Pedro De Vincenti, Néstor. Con él se habían llevado a su novia, Raquel Mangin. Desde entonces, nada se sabía de ellos. Solo que se los habían llevado vivos. Azucena había empezado la búsqueda de Néstor en soledad, recorriendo comisarías, cuarteles y reparticiones oficiales. Siempre le daban la misma respuesta: no sabemos nada. En ese peregrinaje había encontrado a otras mujeres que, como ella, querían saber dónde estaban sus hijos desaparecidos.

Decidieron organizarse y luchar juntas con ese objetivo. Por iniciativa de Azucena, que quería visibilizar sus búsquedas, se citaron el 30 de abril de 1977 en la Plaza de Mayo para exigir que alguien las recibiera en la Casa Rosada. Eran trece mujeres: Azucena Villaflor de De Vincenti, Josefa de Noia, Raquel de Caimi, Beatriz de Neuhaus, Delicia de González, Raquel Arcusín, Haydee de García Buela, Mirta de Varavalle, Berta de Brawerman, María Adela Gard de Antokoletz y sus tres hermanas, Cándida Felicia Gard, María Mercedes Gard y Julia Gard de Piva.

Cómo única respuesta, mientras esperaban infructuosamente en la plaza, se les acercó una patrulla policial y el oficial al mando les ordenó:

-¡Circulen!

La ronda de las Madres
La ronda de las Madres alrededor de la Pirámide de Plaza de Mayo comenzó cuando durante la dictadura les ordenaron que circularan. Las cenizas de Azucena Villaflor fueron enterradas al pie de la Pirámide (AGN)

Obedecieron la orden, pero en lugar de irse empezaron a “circular” alrededor de la Pirámide de Mayo. Ese día nacieron las Madres de Plaza de Mayo. Desde el principio, Azucena se mostró como líder del primer grupo de Madres. “Cuando investigué para mi libro entrevisté a muchas de sus compañeras de la primera hora y todas, sin excepción, la elogiaron y resaltaron el papel fundamental que cumplió en esos primeros tiempos”, le dice a Infobae el periodista y escritor Enrique Arrosagaray, autor de “Los Villaflor de Avellaneda”.

Una de las fundadoras, Haydee de García Buela, le contó, no sin algo de vergüenza, un entredicho que tuvo con Villaflor, en esos primeros días, cuando eran menos de veinte mujeres. Azucena aportaba ideas constantemente sobre qué hacer y dónde reclamar, a veces de manera un poco impetuosa. Eso molestó a Haydee, que en una de las reuniones la interrumpió de mal modo: “¡¿Pero vos quién te creés que sos que venís a dar órdenes?!”, la cortó y discutieron fuerte.

Más tarde, Haydee le pidió disculpas a Azucena. “Por suerte me di cuenta pronto de la calidad de mujer que era Azucena y entendí que ella conducía naturalmente porque tenía una gran capacidad para organizarnos”, le contaría años después a Arrosagaray. Otra Madre de aquellos primeros días, María del Rosario Carballeda de Cerruti, la definió con cuatro simples palabras: “Era una líder natural”.

El secuestro de las “locas”

Después de aquel 30 de abril de 1977, cuando la policía les ordenó circular y ellas comenzaron a dar vueltas alrededor de la Pirámide, las “locas” de Plaza de Mayo –como se las llamó para descalificarlas– se transformaron en un problema para la dictadura. Como respuesta, Julio Cortázar las reivindicó usando ese mismo calificativo: “Sigamos siendo locos, madres y abuelitas de la Plaza de Mayo, gentes de pluma y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos, argentinos: no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la verdadera patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo”, escribió.

Las primeras Madres comenzaron a reunirse también en iglesias y parroquias. Incluso en bares, donde fingían celebrar el cumpleaños de alguna de ellas, e intercambiaban datos y documentos, disfrazados en paquetes que parecían de regalo. El grupo fue creciendo y se fortaleció con el apoyo de otros organismos de derechos humanos. El 14 de octubre de 1977, realizaron una marcha en la Plaza que congregó a cientos de militantes y familiares de desaparecidos. Azucena Villaflor y muchos de los participantes fueron detenidos por la policía, pero los liberaron pocas horas después.

Por entonces, Alfredo Astiz, bajo el nombre falso de Gustavo Niño y haciéndose pasar por hermano de una persona desaparecida, se había infiltrado en las Madres para detectar a quiénes las lideraban y cortar de raíz un movimiento del cual ya se empezaba a hablar en el mundo. Señaló a Azucena como una de ellas.

"Madres de la Plaza, el
"Madres de la Plaza, el pueblo las abraza", era una de las consignas cantadas durante las rondas de los jueves

Después de perpetrar los secuestros del 8 de diciembre de 1977 en la Iglesia de la Santa Cruz, los grupos de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada no dieron por terminada su labor de descabezar a las Madres de Plaza de Mayo. Les faltaban Azucena y también otras personas a las que Astiz había señalado, entre ellas otra monja francesa, Léonie Duquet.

El 10 de diciembre a la mañana, después de preguntarle a Cecilia qué quería comer, la fundadora de Madres caminó hasta la avenida Mitre, la principal de Avellaneda, para comprar el diario en el kiosco al que iba siempre. Cuando cruzaba la avenida, un grupo de tareas integrado por hombres de civil que se movilizaban en varios Ford Falcon se la llevó.

“Ella se resistió, gritó para que la vean, un colectivo que pasaba por ahí paró, pero los militares sacaron armas largas y le dijeron que siga. Unos vecinos vieron y vinieron a contar lo que había pasado”, reconstruyó Cecilia para Infobae. Pedro y los hijos creyeron al principio que lo de Azucena iba a ser “un susto”, porque para ese momento ya eran muchas mujeres las que habían empezado a ir a la Plaza de Mayo. Pensaron que en dos o tres días la iban a liberar. La esperanza los engañaba. Azucena fue trasladada al centro clandestino de detención y tortura de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde ya estaban todos los secuestrados del 8 de diciembre y también la monja Léonie Duquet.

Del paso de Azucena por las mazmorras de la ESMA se supo muchos años después, por el testimonio de algunos sobrevivientes que la vieron allí. “Una de las detenidas recordó que le habían alcanzado un mate y ella les había dicho que seguramente le iban a dar un susto, que hicieran la lista de los que estaban ahí para informar a sus familiares cuando la liberaran”, recordó Cecilia. Los testimonios coinciden en que un día después de haber llegado a la ESMA tenía muchos moretones en su cuerpo porque había sido torturada.

Después de la muerte

La noche del 17 al 18 de diciembre, Azucena, María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga, las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, junto con el resto de los secuestrados en la Iglesia de la Santa Cruz, fueron subidos a un vuelo de la muerte y arrojados vivos al mar. El 20 de diciembre de 1977 comenzaron a aparecer cadáveres provenientes del mar en las playas de la provincia de Buenos Aires a la altura de los balnearios de Santa Teresita y Mar del Tuyú. Los médicos policiales que examinaron los cuerpos en esa oportunidad registraron que la causa de la muerte había sido “el choque contra objetos duros desde gran altura”, como indicaban el tipo de fracturas óseas, sucedidas antes de la muerte.

La solicitada publicada el 10
La solicitada publicada el 10 de diciembre de 1977. Horas después era secuestrada Azucena Villaflor

Sin realizar más averiguaciones las autoridades locales dispusieron de inmediato que los cuerpos fueran enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle. Allí quedaron, sin identificar, los restos de los muertos que había traído el mar hasta que fueron exhumados en 2003. El 8 de julio de 2005 el entonces camarista federal Horacio Cattani recibió un informe del Equipo Argentino de Antropología forense donde se establecía que uno de los cadáveres individualizados pertenecía a Azucena Villaflor. Esas identificaciones serían claves, años después, para reconstruir los métodos y la geografía de los “vuelos de la muerte”, uno de los sistemas más siniestros de la dictadura para eliminar a los desaparecidos.

El 8 de diciembre de 2005, al culminar la 25° Marcha de la Resistencia, las cenizas de Azucena Villaflor de De Vincenti fueron sepultadas en la Plaza de Mayo, al pie de la Pirámide, en el mismo lugar donde las Madres empezaron a marchar para no detenerse jamás. Al despedirla, Martha Vázquez, presidenta de Madres – Línea Fundadora recordó las palabras con que Azucena las convocó a organizarse y luchar juntas. “Nos dijo: ‘Unámonos, compañeras, no trabajemos cada una por su cuenta, y vayamos a Plaza de Mayo’. Hoy seguimos aquí, Azucena, tus deseos se han cumplido”.

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