Alejandra Susacasa es especialista en medicina general y en medicina estética: es, a su vez, cirujana general. Nicolás Lusicic es médico cirujano plástico y experto en medicina capilar. Él es el presidente de Hair Recovery, una institución especializada en recuperación, prevención y mantenimiento capilar, con treinta centros médicos especializados, más de 70.000 pacientes atendidos y más de trescientos millones de pelos trasplantados. Ella es la vicepresidenta de la compañía que fundaron en 1996, después de llevar a la práctica eso que antes parecía una locura, que habían rechazado los consultores y los colegas.
“Yo soy de Córdoba, estudio y me recibo allá, vengo a Buenos Aires a hacer mi especialización. Alejandra ya había estudiado acá en Medicina en la Universidad de Buenos Aires y una amiga en común y compañera de un hospital nos presenta”, recuerda Nicolás. Se conocieron, se enamoraron y pronto se convirtieron en socios. Ella hizo su residencia de cirugía general, realizó un curso de medicina estética y empezó a interesarse en la medicina del embellecimiento. Él trabajaba en el Hospital Piñero del barrio porteño de Flores. Descubrió que tenía especial interés en las incisiones pequeñas, donde la cicatriz desaparece y la sutura contribuye a pensar una intervención delicada y sin marcas. Así se sumergió en el mundo de la estética y la cirugía plástica.
“En un momento, antes de que la conociera a ella, ya me estaba formando en cirugía plástica, estética y reparadora. Me voy seis meses a Brasil. Ahí estoy con una persona que ya era pionera en trasplante de pelo con técnicas nuevas”, relata. El médico con el que trabajó y con el que se formó se llama Carlos Weber. Vislumbró el éxito de una nueva forma de regenerar el pelo en las personas con alopecia. Se formó durante un semestre. Entendió que tenía una idea audaz, un campo fértil, virgen, sin mercado, con todo para ganar y todo para perder. Concentrarse en un centro médico dedicado exclusivamente al trasplante de pelo, para dejar de hacer la cirugía plástica, estética y reparadora.
“Ya lo empiezo a ver como una idea muy interesante, pero era una locura. No había ningún estudio de mercado. No había nada. Era ensayo y error. Por eso hoy la podemos contar. Pero lo más probable, en términos porcentuales de probabilidades, era que no hubiese funcionado. Pero la verdad es que funcionó y realmente muy bien”, constata él. Ella cuenta cómo él le trajo la propuesta: “Nicolás me dice ‘¿qué te parece si nos dedicamos a la restauración, a la recuperación capilar, al microtrasplante capilar?’. En ese momento el tratamiento más efectivo era el quirúrgico. ‘¿Te parece que esto puede generar interés?, le pregunté. Yo confío en vos, vamos para adelante’. Y empezamos a idear una clínica dedicada exclusivamente a la recuperación capilar”.
“En cirugía plástica, Argentina es un país con alta demanda porque la gente quiere verse bien”, dice Nicolás y estima que para esa década del noventa, los implantes mamarios eran los embellecimientos más solicitados en las clínicas. “Pero los hombres no se operaban -compara-. El que era pelado, era pelado. Veía el portarretrato y decía ‘mi abuelo era pelado, mi viejo era pelado, yo voy a ser pelado’. Había una sola palabra: resignación. Los pacientes venían a la clínica a pelear porque no nos creían: ‘quiero saber si ese pelo crece, si se cae, si hay alguna garantía firmada, no quiero quedar como tal porque eso se nota, pelo de muñeco no’. Eran debates, eran discusiones... Este proyecto no resistía el más mínimo análisis de una consultora”.
“El riesgo -acota Alejandra- consistía principalmente en dedicarse con exclusividad a la medicina capilar, porque la cirugía plástica, la medicina estética, es sumamente amplia y trata todo el cuerpo. Realmente dedicarse a algo exclusivo como es el pelo era algo que nuestros colegas y amigos nos decían ‘pero ustedes están locos, ¿cómo vas a dejar de hacer rinoplastias, mastoplastias y liftings?’”. Y recuerda el comentario del CEO de una multinacional, esposo de su amiga, a quienes le presentaron el proyecto: “Esto va al fracaso, no arriesgaría”.
Arriesgaron. Pero se encontraron con tres barreras. “En primer lugar, un montón de pacientes decepcionados que habían intentado cosas que no funcionaron. Punto número dos: éramos muy jóvenes, teníamos 26 y 27 años. Cuando venían los pacientes, nos decían ‘¿vos me vas a hacer el trasplante? Si vos sos más chica que mi hija. ¿Y ustedes qué experiencia tienen?’. Y punto número tres: había una barrera cultural. Invertir en embellecerse, en verse más lindo, más joven, hace casi 30 años, no era algo que estaba instalado en la sociedad. Entonces los pacientes lo veían como una cosa que tenían que ocultar”.
En 1996 se lanzaron. La inversión fue una apuesta inmensa. “Teníamos departamento nuevo a estrenar, autos y todo. Vendimos todo y nos fuimos al centro para iniciar con esto en avenida Córdoba 827, donde sigue siendo nuestra casa matriz. Luego de haber vendido todo, quedarnos sin nada y haberlo puesto todo en esta idea, en este proyecto, al año y medio más o menos se acabó el dinero. No estábamos en equilibrio ni menos recuperando. Entonces ahí hubo un momento que ya no teníamos más combustible para avanzar”, explica Alejandra.
La publicidad era por prensa gráfica. Los llamados diarios eran de apenas cinco personas interesadas. La ansiedad los abrumaba. Sortearon ese precipicio en su viaje hasta la cima luego de que Nicolás viajara a su Córdoba natal para encontrarse con su primo, también cirujano plástico. “Después de quedarnos sin dinero, solo nos quedaba salir a pedir a mamá y papá que no le habíamos pedido nada hasta ese momento. Y justo Nicolás hace un viaje a su provincia. En ese momento, nosotros hacíamos las cirugías en el Instituto del Diagnóstico, en el Sanatorio Anchorena. Entonces eso se llevaba bastante dinero del procedimiento. Este primo le dijo ‘si esto es una cirugía de bajísima complejidad, es 100% con anestesia local, podés armar un centro de cirugía ambulatoria dentro de tu propio centro’. Eso implicaba una inversión y una habilitación. Pero lo último que nos quedaba la jugamos, a cara o cruz, era hacer esa inversión. Y ahí terminamos de quemar las naves, de transformar nuestro consultorio en un mini centro de cirugía ambulatoria y hacer los trasplantes ahí. Eso hicimos”, relata la vicepresidenta.
Lo que los llevó a convertirse en referencia en materia de medicina capilar -dicen- es que educaron al paciente, lo guiaron, lo convencieron, lo formaron, le explicaron por qué se cae el pelo y cómo se hace para recuperarlo. Lo que sirvió de punto de despegue fue la interacción entre pacientes. Al formar un centro de cirugía ambulatoria dentro del consultorio, los pacientes que llegaban sin pelo se encontraban con los pacientes que salían con pelo nuevo. “Le preguntábamos al que venía a hacer una consulta y justo terminamos de hacer un trasplante. ‘¿Querés conversar con él? ¿cómo te fue? ¿te dolió?’. O de repente estabas ahí y venía un paciente que se había operado el día anterior. Se venía a lavar la cabeza. Entonces empezamos a hacer encuentros entre un paciente que ya había pasado por la experiencia y el que venía todavía con incertidumbre. Y eso nos cambió todo, porque fue un éxito”.
Organizaron cónclaves tipo showroom: encuentros entre pacientes que ya habían pasado por la experiencia con quienes aún tenían incertidumbres. Cuenta Alejandra: “Eran pacientes que se habían operado y que generosamente se ofrecían a venir a la clínica y nosotros armábamos un grupo de pacientes escépticos que venían a chequear si había funcionado. El paciente con el pelo nuevo estaba ahí sentado rodeado de veinte personas que le preguntaba ‘¿cómo fue?, ¿me dejás tocarte?’, y le tiraban del pelo. Hubo momentos muy incómodos”.