Es el escenario donde los familiares van a honrar a los suyos, donde en viajes exprés de medio día, personas de todas las edades vuelan desde el continente, recorren 55 kilómetros por tierra y durante un par de horas, permanecen frente a las tumbas de aquellos que murieron en la guerra.
Hay madres muy ancianas, hijos que eran muy chiquitos cuando su papá se fue, hermanas que con lágrimas y sonrisas a la vez evocan recuerdos de la infancia y otros que, a pesar de los años transcurridos, no encuentran consuelo y casi no pueden hablar. Todos los sentimientos comprimidos en una hectárea, que durante la visita se transforma en un sitio de pura intimidad, congoja y profundos silencios que gritan lo injusta que suele ser la vida.
En el espacio delimitado por una cruz y una placa de granito, con el nombre grabado del caído, se transforma en un ámbito único, donde lo que se dice con los labios y la mirada forman parte de un lenguaje indescifrable para el extraño, que tampoco quiere conocer más. Es claro que todo es pura tristeza y dolor.
Todo eso y mucho más es lo que percibe aquel que no tiene un familiar o amigo caído en la guerra en el cementerio argentino en Darwin, en la isla Soledad del archipiélago de Malvinas.
<b>El cementerio</b>
Hace 42 años estaba muy cerca del escenario de la guerra y cuando ésta terminó, allí fueron enterrados los argentinos que murieron en la batalla de Pradera del Ganso, librada entre el 27 y 29 de mayo de 1982 y que descansaban en una fosa común.
Ese fue el origen del cementerio argentino ubicado a escasos dos kilómetros de Puerto Darwin, detrás de una lomada para que no fuera visible para los habitantes del lugar, y a 88 kilómetros de Puerto Argentino. En una hectárea de tierra donada por un granjero, se sepultaron los cuerpos que habían caído en las distintas batallas y enfrentamientos. Muchas tumbas, señalizadas con una cruz de madera, estaban sin identificar.
Rápidos de reflejos, en su momento el Reino Unido se ofreció a trasladar los restos al continente, propuesta que fue rechazada de plano por los familiares.
Fue Geoffrey Cardozo, un capitán de 32 años del ejército británico el encargado de organizar las inhumaciones, en triples bolsas, cada uno con las pertenencias del fallecido. Fue una tarea supervisada por la Commonwealth War Comission y la Cruz Roja.
Y así estuvo durante veinte años.
En el 2003 el entonces embajador británico en nuestro país, Robin Christopher armó una lista de media docena de empresarios a los que les pediría ayuda para poner en condiciones ese cementerio que estaba tal cual desde 1983. Los familiares de los caídos estaban cansados de las vanas promesas de los distintos gobiernos que se ocuparían, pero que nunca lo harían.
Cuando el diplomático llamó al primero de la lista, el problema se resolvió. El empresario Eduardo Eurnekian aceptó enseguida y puso manos a la obra.
<b>La labor de la Comisión</b>
Ya desde el primer viaje realizado en 1991 surgió entre los familiares la necesidad de luchar por lo que ellos definen como la identidad individual y colectiva. La cantidad de cruces no identificadas los llevaron a adoptar una cruz en la seguridad de que homenajear a uno era dirigido a todos. De aquí surgió la idea de realizar un monumento en honor a todos los caídos, con sus nombres y apellidos, sin exclusión. Sería un espacio protegido para honrar a los que allí descansan.
Se eligió a la Virgen de Luján como la imagen ideal que estuviera presente. Antes de llevarla a las islas, peregrinó por diferentes ciudades de todo el país, desde La Quiaca a la Antártida.
En 1998, la Comisión de Familiares envió una nota al Embajador británico Mardsen solicitando que gestione ante su Gobierno la autorización para construir un monumento, solicitud que fue aprobada en enero del año siguiente.
Convocado un concurso para el diseño del proyecto, el seleccionado fue el de los arquitectos Mónica Cordero de Berraz y Carlos D’Aprile. En noviembre de ese mismo año, viajaron a Londres, donde fue aprobado, aunque objetaron la altura de la cruz mayor.
En el 2000 el nuevo gobierno argentino interrumpió las negociaciones hasta junio y en el 19º aniversario de la recuperación, la Comisión de Familiares lanzó la campaña “Monumento a los Caídos en Malvinas, tarea de todos”, para recaudar fondos para su construcción. Luego de presentarse el proyecto ante las autoridades, y tras varios meses de negociaciones, se le dio el visto bueno.
En 2003 comenzó su construcción por piezas en el continente, con el propósito de montarlo en las islas. El 21 de febrero del año siguiente se lo trasladó al puerto de Campana hacia Malvinas. El 8 de abril finalizaron las tareas de emplazamiento en Darwin.
Luego de fiscalizar la obra, entre el 2006 y 2008 hubo innumerables gestiones para organizar el viaje de inauguración con, al menos, un familiar por caído. En el 2009 el gobierno anunció que los vuelos serían en octubre de ese año. Mientras tanto, en mayo, el Congreso declaró al cementerio lugar histórico nacional.
Fue oficialmente inaugurado en octubre del 2009 con la presencia de familiares: 170 viajaron el 3 de ese mes y 250 una semana después.
El empresario Eurnekian no solo asumió los costos de la construcción y del mantenimiento del cementerio, sino que financia los viajes que realizan los familiares. Como no podría ser de otra manera, es el padrino de la comisión.
La cuestión radicó entonces en determinar quién se ocuparía de mantenerlo. Se empleó a un argentino que vivía en las islas y que estaba casado con una lugareña. Pero al parecer, el hombre no se ocupaba como correspondía. Fue así que se contrató a la empresa Stanley Growers y su dueño Tim Miller se tomó un año en preguntarle a casi todos los habitantes de las islas si estaban de acuerdo en que tomase el trabajo.
La mayor parte de la tarea es el de mantener las 24 placas del cenotafio, donde están grabados los nombres de los 649 caídos, sin jerarquías, que se despegan por la acción implacable del agua y del hielo.
<b>Identificación</b>
Como muchas de las tumbas no estaban identificadas, la Comisión participó en 2012 de la organización del “Plan Proyecto Humanitario Malvinas” (que tuvo dos etapas y se espera una tercera) en conjunto con el Comité Internacional de la Cruz Roja, el Ministerio de Relaciones Exteriores, el Equipo de Antropología Forense, la Fundación “No Me Olvides”, los ministerios de Salud y Desarrollo Social y el Centro de Asistencia a las Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos “Dr. Fernando Ulloa”. Todos unidos por un mismo objetivo: localizar e identificar a los argentinos cuyas tumbas tenían la placa “Soldado Argentino Solo Conocido Por Dios”. Cuando las sepulturas fueron identificadas, aquellas placas fueron colocadas en lugares emblemáticos a lo largo y ancho del país, especialmente en las ciudades y pueblos de donde eran oriundos los soldados caídos.
El miércoles último se concretó otro viaje de un grupo de familiares, entre los que tuvieron prioridad las mamás y los papás. Los había muy mayores, muchos en su fuero íntimo sabían que podría ser el último. A todos los movía una increíble fuerza de voluntad que los llevó a estar, luego de un injusto impasse de cuatro años, frente a la tumba de sus seres queridos.
Hubo padres, madres, hermanos, hijos, nietos, que se acompañaban mutuamente y dejaban sus recuerdos sobre las piedras que cubren las tumbas.
No habían partido de las islas cuando adelantaron que estaban programando dos viajes para marzo próximo. Uno para los familiares de caídos enterrados en Darwin y otro para los del mercante Isla de los Estados, hundido en la noche del 10 de mayo en el Estrecho de San Carlos.
En un catamarán que une las costas de ambas islas, se iría al punto exacto donde el buque fue atacado por una fragata cuando llevaba provisiones al millar de soldados del regimiento de infantería 5, asentado en Puerto Yapeyú, una unidad que supo lo que fue sufrir un brutal aislamiento.
Hay voluntad, paciencia y trabajo para continuar en la tarea de mantener viva la memoria de los 649 hombres que dejaron su vida en la guerra de 1982. Continuar homenajeándolos es la mejor forma de evitar que mueran por segunda vez.