Trazos suaves y contundentes permiten adivinar la fuerza de la mano. La contracción. La relajación. La presión más o menos tensa que ejercen sobre la hoja en cada detalle del dibujo. Los diferentes tonos de grises. Las líneas más firmes o más difusas. Los rostros. Los gestos. Las escenas. Grises. Un suéter de corazones. Un pañuelo que dice “Nunca más”. Un cartel que dice “Presentes”. Grises. Unas manos tomadas. Una cadenita. Los detalles de una blusa. Las víctimas. Unas espaldas rígidas. Unos hombros tiesos. Unas cejas soberbias. Una postura orgullosa. Unas manos nerviosas. Una mirada vacía. Los genocidas. Grises.
Y los fragmentos de texto. “Nunca recibí ninguna orden para dañar a alguien”. “Mi hijo luchaba por un país democrático”. “Se escuchaban pasos, gritos, grilletes”. “Salí del país en 1978 (...). Me llevaron esposada, vendada, desde Devoto”. Siempre grises.
En el intersticio donde se cruzan el arte y los derechos humanos, están ellas. Testigos de los testigos. Así se definen.
Dibujos urgentes
—Esta tarea realmente marca un antes y un después para nosotras. Es un estado de conciencia distinto, absolutamente diferente.
Eugenia Bekeris es dibujante y artista visual. Desde hace casi 15 años trabaja junto a Paula Doberti, docente de Dibujo de la Facultad de Artes Visuales de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y en la carrera de Artes de Filosofía y Letras de la UBA. Ambas forman un colectivo al que nombraron “Dibujos urgentes”. Después de que Bekeris le da el pie, como si integraran una dupla teatral con el número memorizado —un intercambio que Doberti llama con humor “el stand up del horror”— se cuentan a sí mismas en el orden que acostumbran:
—Empezamos a dibujar en 2010, cuando cuatro años después de la segunda desaparición de Julio López se prohíbe que entren cámaras de vídeo y de foto a los juicios de lesa humanidad en Comodoro Py y en el resto de los tribunales del país. El objetivo era resguardar a los y las testigos, pero al mismo tiempo se invisibilizaba a los genocidas —dice Doberti.
Hasta ese entonces —recuerda— los juicios por crímenes de lesa humanidad del terrorismo de Estado, o fragmentos de ellos, se emitían por televisión, eran noticia, pero en ese momento dejaron de aparecer (aunque se siguen haciendo en todo el país hasta la actualidad) [N de la R. ambas estaban dibujando momentos antes de esta nota en la causa Mansión Seré IV]—. Por esta razón, la agrupación HIJOS junto con la UNA (en ese momento IUNA), convocó a artistas, dibujantes, docentes y estudiantes a ir, desde las cátedras, a dibujar a los procesos judiciales.
—”Dibujo con modelo vivo, gratis, en Comodoro Py”, decían desde HIJOS, un poco burlonamente y también en continuidad con la consigna de que si no hay justicia hay escrache, de los 90. Cuando hubo justicia pero no se la pudo mostrar surgió esta idea. Siempre lo aclaramos porque no fue algo que se nos ocurrió a nosotras sino que fuimos convocadas —dice Doberti.
En los primeros años de las causas, entre 2010 y 2012, muchas personas se acercaban a los juicios a dibujar. Tantas que con las ilustraciones de 2010, junto a crónicas, textos e imágenes de la memoria, hicieron un libro llamado Acá se juzga a genocidas. Luego, con el transcurso del tiempo, solo quedaron ellas.
—Hay algunas otras personas que dibujan pero nosotras, con Eugenia, decidimos armar un colectivo y acompañarnos en esta tarea de ir a escuchar los testimonios. Cada tanto hemos incorporado a alguien: yo invitaba a mis estudiantes, hicimos el juicio de Encubrimiento de AMIA junto a otros dibujantes, no siempre estuvimos solas. Pero eso fue circunstancial. Nosotras estamos permanentemente con nuestros Dibujos urgentes —aclara.
Testigos de los testigos
En estos casi quince años que llevan dibujando Bekeris y Doberti han escuchado miles de testimonios. Atrocidades feroces e inimaginables que las conmocionaron en cada causa, en cada proceso. Dicen que cuando ven los dibujos los recuerdan a todos. Que cuando alguien cuenta una violación, una tortura, es imposible olvidarlo. Que queda grabado en la piel. Dicen que son experiencias que desde un comienzo decidieron no reproducir.
—Nosotras no hacemos ningún tipo de exhibicionismo del espanto, no contamos las atrocidades y no revictimizamos a las víctimas. Y ese es un acuerdo que tenemos en cuanto a cómo presentamos el trabajo. Los juicios muchas veces llevan a los perpetradores por más de 400 asesinatos, por violaciones, robos, no solamente en los centros de detención clandestina sino también en zonas urbanas. Nos hemos enterado de muchas cosas que no sabíamos, que no nos vamos a dedicar a transmitir —señala Bekeris.
Sostienen su compromiso profesional y ético como una columna de hormigón, contundente, inamovible. Al igual que al proceso que utilizan para hacer sus dibujos: siempre en lápiz sobre cuaderno A4. “Con pautas éticas y estéticas” acordadas previamente. “Sin postproducción”. Trabajan cuando la acción sucede. Con atención plena. Mientras son atravesadas por las vivencias de quienes quedan allí en carne viva, recordando.
—Somos testigos de los testigos. En eso nos hemos constituido a lo largo de nuestro trabajo y ese es un rol bastante interesante porque no tomamos partido, lo que hacemos es captar el proceso judicial. Nos pasa de todo, por supuesto. En el cuerpo tenés todo tipo de emociones contradictorias y tensión. Después de algunos dibujos quedás agotada porque te llega la energía, sobre todo de los testigos que cuentan, que lloran y están realmente quebrados; y también de las atrocidades que dicen los genocidas, que hablan, algunos, sin ningún tipo de cuidado y siguen insistiendo con la misma postura. Pero es una escucha abierta, tanto a las víctimas testigo como a los perpetradores —dice Bekeris.
Para lograr la cobertura de los juicios con dibujos, registrar a cada persona frente al tribunal y rescatar algunos fragmentos de sus testimonios, que acompañan los dibujos, necesitan estar “en un estado de atención y de trabajo permanente”, cuentan. Miran, escuchan, dibujan, escriben. Todo al mismo tiempo, las horas que dure la audiencia.
Dibujan, con la subjetividad cauterizada, lo que se presente en la causa. Dibujan por igual y con el mismo procedimiento metódico, víctimas y victimarios —así como abogados, jueces, fiscales y todos los participantes del juzgado a quienes inscriben como “personal judicial”—. Las dos dibujan lo que ven. Intentan registrar todo lo que sucede allí.
—Nos preguntaron una vez que fuimos a dar una charla si notábamos una diferencia entre los dibujos de los genocidas o los que realizábamos de las víctimas testigos, y quizás no las hay porque los dibujos, cuando los ves, son bastante homogéneos ya que mantenemos esa pauta, pero sí provocan emociones, por supuesto, cuando sabés quién es quién, y conmueven. Pero como nosotras no hacemos diseño, ni enfatizamos absolutamente nada, lo que está ahí es lo que recibimos del recinto —cuenta Bekeris.
—Nosotras no hacemos ilustración, entonces no es que hacemos una exageración o una cara a la que le agregamos los cuernos de demonio, o le agrandamos los rasgos, ridiculizándolos, no hacemos nada de todo eso. Los dibujos son documentos. Como nosotras consideramos eso, que son documentos textuales y visuales, no los modificamos, tratamos, al contrario, de que sean lo más parecidos posibles. Porque el horror, justamente, es que un perpetrador sea una persona común, que pueda ser tu vecino. Eso es mucho más terrorífico —agrega Doberti.
La diferencia de la mirada
Ninguna de las premisas éticas y estéticas que se pusieron en 2010 para llevar adelante este trabajo cambió con el correr de los años. Lo que sí se les modificó a partir de la pandemia es el escenario desde el que dibujan. Durante una década se acostumbraron a transitar los pasillos, ascensores y burocracias inhóspitas de Comodoro Py, viajaron a juzgados de otras localidades, presenciaron todo tipo de situaciones incómodas y vieron a los genocidas de espaldas, dibujándoles la nuca. Pero después del covid, cuando todo volvió a abrir, los juicios recuperaron las cámaras y comenzaron a transmitirse en vivo, por YouTube, lo que les permitía asistir desde sus casas, de manera remota, y ver a los perpetradores de frente, detrás de la pantalla.
Fue entonces que las artistas se preguntaron si, al haber nuevamente archivos audiovisuales generándose y profesionales tomando fotos, seguía teniendo sentido su trabajo, su registro dedicado y tan humano.
—Lo que identificamos, que fue lo primero que tuvimos que pensar —dice Bekeris—, fue que queríamos seguir estando presentes. Ese es un sentimiento importante que tenemos cuando dibujamos. Además (a diferencia de las fotos) cuando dibujamos lo hacemos durante mucho rato. Una foto es un click, nosotras estamos horas. Tuvimos una experiencia con un piloto de los vuelos de la muerte que fue transformándose. En cuatro horas que registramos con Paula vimos cómo cambió el vocabulario, cómo cambió los gestos; eso en una fotografía no se registra. Y nos pasa de todo, además, eso también es cierto. Entonces creo que esa diferencia de la mirada es bastante importante. Y nuestra presencia ahí: nuestra mirada, nuestra escucha, no es indiferente, eso lo sabemos. El estar ahí. Presentes.
El arte como estrategia
Además de los juicios por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar, Bekeris y Doberti estuvieron con sus dibujos urgentes en la causa AMIA —”trabajamos hasta la sentencia firme donde salieron todos absueltos, acompañándonos a nosotros por la puerta, que fue muy impresionante y decepcionante”, dice Bekeris—. Y también viajaron a Uruguay en diversas oportunidades para dar charlas y exponer sus registros en el Museo de la Memoria de Montevideo. En una de esas oportunidades un grupo de ex presas políticas de la dictadura de ese país, mujeres que habían sido víctimas de violencia sexual y a quienes les habían rechazado el pedido de causa judicial para sus perpetradores, les pidieron que las dibujaran. Esos dibujos forman parte, actualmente, del patrimonio del Museo de la Memoria de Montevideo.
—Lo que nos pidieron, que a nosotras nos emocionó mucho, fue ser dibujadas para ser inscriptas. Ellas dijeron: “Nosotras no tenemos juicios pero queremos tener nuestros dibujos” —recuerda Doberti.
—Es que el dibujo es una inscripción. Lo mismo nos pasó con sobrevivientes de la dictadura que de repente vieron que no estaban dibujados y vinieron a preguntarnos por qué ellos no habían sido inscriptos. Porque es una inscripción, es cierto. Eso es lo que sucede. Realmente es una experiencia muy emocionante. Para nosotros y para ellos —agrega Bekeris.
Tanto los dibujos hechos a las expresas uruguayas como los de cada una de las causas que registraron (y continúan registrando) las artistas los subieron a una página web, ordenados por juicio, donde además cuentan quiénes son ellas y las motivaciones de su trabajo. También los han expuesto en diversas muestras, como la del Museo de la Memoria del país vecino y en diferentes universidades conurbanas.
Además, en 2020, sus dibujos de una década fueron compilados en un “libro-archivo” titulado Dibujos urgentes: testimoniar en juicios de lesa humanidad (editado por Mónada Nómada). Que hicieron de manera autogestiva, poniendo dinero de sus bolsillos, artistas y editores, pero que en este momento se está reimprimiendo gracias a la Secretaría de Cultura de la Provincia de Buenos Aires que lo distribuirá en las bibliotecas de la provincia.
“La publicación está pensada para que, desde donde la abras, cada testimonio te habilite a continuar con el anterior o el próximo, aunque se trate de distintos testigos, causas o juicios, pues es en la resonancia entre testimonio y testimonio donde se va tramando una unidad de sentido, a la vez atravesada por un conjunto de textos como el de Ana María Careaga, Graciela Daleo, Gabriela Sosti, Maria Rosa Gómez, Fabiana Rousseaux, Julieta Colomer, Hernán Cardinale y el prólogo de Carlos Rozanski”, se lee en su descripción.
—Aparte de ser una inscripción y un documento, ¿consideran que sus dibujos son arte?
—Yo pienso que son una estrategia del arte. No son dibujos que nosotras exhibimos como exhibimos otros dibujos que hacemos en una galería, con el mismo criterio; los exhibimos dentro de un contexto, en una universidad o en un museo. Ahora vamos a estar en marzo en el Museo de Morón, también con una gran cantidad de dibujos, y en un contexto donde se pueda conversar con escuelas. Siempre tenemos como una pata más pedagógica para transmitir esa idea que da el dibujo, pero que también, como tienen un poco de texto, se convierten en documentos. No, no son arte solamente, pero sí una herramienta que proviene del arte y sirve para dar a conocer lo sucedido —dice Doberti.
—El dibujo habilita a reconocer el rostro como está hoy, la víctima testigo y el perpetrador; que ya no es el perpetrador que está en un archivo guardado hace 40 años, cuando era una persona muy joven. Podemos mostrarlos como se ven hoy. Hay una transformación en muchos de ellos y [a partir del dibujo] se tornan reconocibles, se puede divulgar más. Eso también tiene que ver con el retrato, pero en este caso hasta podríamos estar hablando, aunque quizás suene un poco pretencioso, de un identikit. No es un identikit pero va en camino a serlo, a lograr el mayor parecido, ese es el desafío para nosotras —suma Bekeris.
—La idea —acota Doberti— es que si el tipo está en domiciliaria pero de todos modos sale, como se los ha descubierto, o si está libre porque directamente no lo imputaron, sepas que puede ser tu vecino. Ese viejecito, amable, puede esconder un genocida y nosotras queremos que esto se sepa.