
A Lautaro Alvaredo, de 19 años, lo atacaron a golpes a la salida de un boliche en la localidad bonaerense de Gregorio Laferrere. Falleció este viernes, luego de 11 días de internación con un cuadro irreversible de muerte cerebral. Lázaro R. (13), en tanto, lucha por su vida en el Hospital de Niños de Córdoba después de una brutal paliza perpetrada por un grupo de adolescentes cerca de una plaza. Tras la agresión quedó en coma con un diagnóstico de daño cerebral irreversible. Bruno O. (13), además, fue acuchillado por tres compañeros de clase, que luego lo encerraron en un reciclador a metros de la escuela en Berazategui, en la zona Sur del conurbano. Horas más tarde, al enterarse de que había sobrevivido y se recuperaba en una Institución Médica, uno de los agresores se quejó a sus cómplices, en un escalofriante audio que se viralizó: “¿Cómo mierda sigue vivo si me encargué de cortarle la yugular?”.
Estos tres ataques ocurrieron en lo que va de noviembre y pasan a engrosar el listado de episodios violentos protagonizados por adolescentes; no solo en ámbitos de esparcimiento, sino también educativos. Muchos de ellos, incluso, quedaron registrados por las cámaras de seguridad de la zona o fueron captados con teléfonos celulares de aquellos que presenciaron la gresca, como pasó en Villa Gesell con el crimen de Fernando Báez Sosa.
Justamente, el próximo 18 de enero se cumplen cuatro años del crimen de Fernando en la puerta del boliche Le Brique y, a pesar de que los culpables fueron condenados a prisión perpetua, la violencia juvenil vuelve a escena. ¿Por qué continúa repitiéndose?
La violencia entre los jóvenes es “multifactorial” y “no puede analizarse como un hecho aislado, ya que forma parte del contexto social y cultural”, coinciden los cuatro especialistas consultados por Infobae. Se trata de Rodrigo Morabito —juez de Cámara de Responsabilidad Penal Juvenil de Catamarca—, Martiniano Terragni —abogado y docente de Derecho Penal de la UBA—, Lucas Reydó —sociólogo, becario doctoral CONICET y miembro investigador del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA/UNSAM)— y Gisela Rotblat —Jefa de Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano—.
“Hay demasiada violencia social como para reducirla solamente a los jóvenes. Todos los días vemos, por lo menos, un episodio en los medios. Los adultos están muy reaccionarios e intolerantes a cualquier tipo de provocación y los más chicos son espectadores de todo eso”, apunta el juez Morabito. En sintonía, el abogado Martiniano Terragni agrega: “Cualquier situación de violencia que tenga como perpetrador a un niño tiene que llamarnos la atención. Al mismo tiempo, si solo ponemos la lupa en la violencia entre jóvenes, dejamos de lado la violencia entre adultos, que está 100% naturalizada”.
Víctimas y victimarios
A pesar de que la adolescencia es una etapa relativamente sana desde el punto de vista biológico, casi el 60% de adolescentes y jóvenes fallece por causas evitables: la mayoría de ellas asociadas a la violencia. De ese total, el 70% ocurre en varones y masculinidades, indican desde la Dirección de Adolescencias y Juventudes del Ministerio de Salud de la Nación.
“Los varones históricamente han querido probar su masculinidad a través de la violencia. A eso hay que sumarle el consumo de alcohol y drogas que potencian el efecto de no limitación y la introducción de armas impropias, como piedras, ladrillos o hierros”, sostiene el juez Rodrigo Morabito. El magistrado también trae a colación el caso de Lautaro Alvaredo y el mensaje que le envió su papá la misma noche que lo golpearon: “Cuidate y alejate de los problemas”, le aconsejó.
“Hoy, el temor generalizado de los padres es que sus hijos sean víctimas, pero también pueden ser victimarios. En el primer caso, hay que prepararlos para escapar de la violencia. En el segundo, enseñarles que las diferencias se pueden resolver a través del diálogo y que hay que involucrarse y pedir ayuda”, dice Morabito.

A su vez, el abogado Martiniano Terragni plantea: “Lo más complejo de estos escenarios es que tanto víctimas como victimarios adolescentes tienen derechos específicos en un proceso judicial. En medio de ese entramado normativo, el Poder Judicial llega tarde e interviene cuando el hecho ya ocurrió, con el objetivo de sancionar y aplicar un castigo. Habría que preguntarse por qué no hay mayores campañas de concientización y sensibilización. Bajar la edad de imputabilidad no es una respuesta que hoy podría dar Argentina, ya que implicaría renunciar a un tratado internacional como la Convención sobre los Derechos del Niño”.
De la virtualidad a la realidad
Los especialistas consultados por este medio coinciden en que las redes sociales suelen funcionar como “caldo de cultivo” de lo que después sucede cara a cara. “La violencia nace en los medios digitales y posteriormente se materializa en un encuentro real. A veces, el puntapié es una mirada o un choque de hombros en el boliche y está vinculada a la intolerancia que se les transmite a los jóvenes. Por eso, como alternativa, hay que trabajar la violencia en el hogar y en la escuela”, apunta Morabito.
Gisela Rotblat, Jefa de Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano, sostiene que los adolescentes son una “población vulnerable” y, por lo tanto, “influenciable”.

“Todo lo que ven en las redes sociales les genera una especie de efecto contagio. Por eso es importante trabajar en la prevención, tanto desde el ámbito familiar como escolar. Que los jóvenes se sientan contenidos en esos espacios favorece a que dimensionen que está bien o mal y a que puedan contar con un otro”, dice Rotblat.
El sociólogo Lucas Reydó introduce el concepto de “autoritarismo social”. “El discurso público está empezando a virar a una suerte de autoritarismo donde se tiene menor consideración por otros ciudadanos. Hoy en día, las juventudes se ven expuestas a una lógica de relación con el otro que está mediada por las redes sociales y por la inmediatez verbal y discursiva que tiende a la reproducción de los discursos de odio y a la deshumanización”, explica.
En ese sentido, el abogado Terragni destaca la sanción de la Ley Olimpia, contra la violencia digital. “Es un paso adelante”, asegura.
A modo de cierre, Reydó propone. “Hay que rever cuáles son las lógicas de solidaridad social que manejamos. Por estos días se dice que el egoísmo es una virtud. Justamente, hay que desandar ese ideario y empezar a ver al otro como extensión de uno mismo”.
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