Contrario al imaginario popular, el lugar más al norte de nuestro país no es La Quiaca, sino una pequeña localidad llamada El Angosto, en el departamento de Santa Catalina en la provincia de Jujuy, donde viven de manera permanente unas 30 familias. Se trata de una zona semiárida, con muy poca vegetación, debido a que las lluvias no son tan intensas y actualmente atraviesan una sequía. Ubicado a la vera del río San Juan del Oro, los 60 habitantes viven de su ganado y la escasa agricultura. Casiano Waysar nació allí, hoy tiene 64 años y es el guía local que dirige los recorridos cuando los visitan turistas. Conoce toda la geografía de la puna jujeña, es enfermero de emergencias de profesión y sigue yendo al pueblo todos los meses para ayudar a la comunidad. Brinda su testimonio a Infobae, junto a Diego Barrojo, un emprendedor que lleva las riendas de dos propuestas turísticas que ofrecen la vivencia en primera persona.
Para poder entablar comunicación, Casiano se trasladó hasta La Quiaca, a 120 kilómetros de El Angosto. Dar a conocer su tierra le da gusto y lo hace de corazón, con un tono ameno y calmado. “Somos el punto más septentrional de la Argentina, no hay otro más arriba en el mapa que esté habitado, estamos limítrofe con Bolivia hacia el oeste y el norte, con la localidad de La Ciénaga al sur, y con Santa Catalina hacia el este”, indica el guía. Cuenta que no hay una fecha exacta de la fundación del lugar, pero sí hay un antecedente histórico.
“Sabemos que en el Tratado limítrofe de 1938, Bolivia nos cedió este territorio, a cambio de que Argentina le diera el Chaco salteño, y así lo incorporamos y se fue formando una etnia quechua”, explica. En tiempos de gran afluencia de gente la Escuela N° 369, tenía una matrícula de 80 alumnos, mientras que por estos días solo hay 18 niños que asisten a clases. “Vivían unas 40 familias, pero que estén instalados de forma definitiva no hay más de 30, han quedado los abuelos y algunos jóvenes, pero la mayoría de la juventud emigró a las ciudades en búsqueda de trabajo porque cuesta subsistir”, expresa Casiano.
La cría de cabras es una de las actividades de ganadería que siguen practicando algunos habitantes, y los quesos de cabra son muy pedidos en las localidades aledañas. Desde noviembre hasta fines de marzo la venta de ese producto regional se convierte en la principal fuente de ingreso. Pero hay que enfrentar un inconveniente: la falta de energía eléctrica, que obliga a los pequeños productores a trasladar su producción a las casas del pueblo que tienen luz.
“Hay paneles solares, pero la potencia es de 12 voltios, que es muy poco y no llega a los alrededores, así que la forma de sobrevivir en la ayuda mutua, el sentido de comunidad, y que los conserve en heladera quienes tienen luz en el pueblito”, comenta. Poner a cargar el celular, conectar una radio y tener tres focos funcionando es todo un logro. “Algunos que han podido comprar para potenciarla y elevar el voltaje a 220, pusieron inversor, pero solo se utiliza algunas horas de la tarde”, aclara.
Cocina a leña y el desafío del agua
En El Angosto no hay gas natural, todos cocinan a leña. Los árboles de churqui abundan y de allí extraen la madera necesaria. Algunos platos típicos son la lagua -una sopa cusqueña-, la calapurca, los guisados, y el asado de cabrito. Ingredientes como el maíz, las papas, las habas, y el choclo son esenciales en la gastronomía andina. “Tenemos un invernadero que ayuda al autoabastecimiento, se siembran las verduras y nos mantenemos con eso, porque como es un valle a 3100 metros sobre el nivel del mar, los viajes para ir a comprar son muy esporádicos, una vez al mes vamos hasta La Quiaca”, asegura Casiano.
Dentro de las necesidades principales está el agua, por la contaminación de los ríos. “En Bolivia se está practicando bastante la minería, el lavado de oro, y a 20 kilómetros tenemos empresas mineras que están trabajando, entonces el agua no se puede beber, y presentamos un proyecto a nivel nacional para tratar de solucionarlo”, revela. Les dijeron que van a construir una cisterna de 3.600 litros, que funcionará con el agua de lluvia que se junte a través de chapas, pero el problema es que cuando no hay precipitaciones la escasez seguiría siendo la misma. “Tenemos que sacar el agua del lugar más limpio, de los ojitos del río, que están a mucha distancia, y para sacarla hace falta bomba solar, manguera, y todo eso nos complica”, indica con preocupación.
En el listado de servicios menciona un centro de salud que funciona con una agente sanitaria, pero por su experiencia como enfermero de urgencias jubilado, asegura que las giras médicas casi no ocurren. “Los médicos no son bien bonificados, entonces no trabajan, y es un problema grande que tenemos en nuestra provincia”, expone. También hay un centro de Registro Civil, que realiza algunas solicitudes emergentes de documentación, pero para trámites más complejos deben trasladarse hasta las ciudades cercanas. “Contamos con un destacamento policial, pero su personal se desempeña en Santa Catalina, que está a 30 kilómetros, porque todavía no tiene el espacio físico en El Angosto para instalarse”, señala.
Con las empresas de telefonía argentina les resulta imposible comunicarse, directamente no tienen señal, así que los habitantes cuentan con chips comprados en Bolivia para tener mejor alcance, y es la única manera de entablar contacto entre vecinos, incluso desde el campo. La arquitectura de las casas sigue siendo en las casas antiguas de ladrillo de barro y techo de paja, pero también hay construcciones nuevas con techo de chapa. “Lo que se sigue manteniendo es todo lo que hace la estructura de las casas, que en verano son frías y en invierno calientes”, detalla el guía.
La iglesia, otro de los puntos de referencia, tiene como patrona a la Virgen de Lourdes, y el el 11 de febrero se le rinde tributo. La época de los carnavales es de las más convocantes, y se reúnen con visitantes de todas las comunidades en el salón comunitario de la localidad. “Contamos con cuatro camas para hospedar cuando llega gente de afuera, y en este último tiempo estamos tratando de prepararnos un poco más para recibir turismo, pero nos hace falta mucha ayuda, nos cuesta desde conseguir un colchón hasta solucionar el problema del agua, todo se hace difícil”, remarca.
En agosto hay dos festividades más que celebra la comunidad: la Pachamama, el 1° de agosto, y el aniversario de la Escuela N° 369, que lleva el nombre de Lucía Rueda, la primera docente que fundó el establecimiento educativo en su casa. “Ella emigró para estudiar y volvió a su tierra para enseñar, la tomamos como un baluarte porque fue quien marcó el puntapié inicial de que la gente que se fuera a estudiar, volviera para ayudar”, manifiesta.
El turismo, una necesidad
Casiano tiene dos vehículos, y va y viene a El Angosto cada vez que puede, a veces varias veces en el día. Tiene una meta que lo impulsa, un sueño con valor sentimental. “Nací en la casa de mi papá, y la casa de mi abuelo está tres kilómetros al frente; la quiero rescatar como una casa histórica, refaccionarla, que se convierta en hostal de campo para los turistas y un museo por todas las cosas que hemos guardado y sería lindo mostrar”, proyecta. El proyecto ya tiene nombre: “Finca Buena Esperanza”, y el objetivo también está fijado, solo que faltan recursos.
“Como jubilado mucho más no puedo hacer, acarreo todas las cosas en la camioneta para seguir restaurando el domicilio, pero si se me termina el dinero o algo que necesito, tengo que volver a buscarlo hasta La Quiaca”, ejemplifica. Un cajero automático se convierte en un anhelo en tono de humorada, por lo que la organización y la logística que implica son algunos de los obstáculos por vencer. Como padre de cuatro hijos, tanto él como su señora vislumbran la reconstrucción de la propiedad como una herencia digna de sus ancestros. “Queremos dejarle el punto donde vivió mi padre, y aunque no estemos preparados a nivel turístico, estamos trabajando para eso”, dice con optimismo.
Se suma a la charla Diego Barrojo, quien dirige los proyectos turísticos de La Puna 940 y Puna Extreme, y además trabaja en una ONG que ayuda a de discapacidad. El espíritu emprendedor aplica para todas las áreas de su vida. “Las iniciativas están funcionando hace casi seis años, pero yo me sumé en 2018, y surgió por la necesidad de coordinar a las comunidades de la Puna y fortalecer fuentes genuinas de trabajo, específicamente en zonas como Salinas Grandes y Laguna de Guayatayoc”, explica. Durante varios meses hizo viajes a distintos lugares para conocer a la población, detectar quiénes podían oficiar como guías locales, qué casas podían ser alojamiento o postas para comidas típicas, e ir armando circuitos con la idea del turismo inmersivo y asociativo. Así es como conoció a Casiano, guía de El Angosto.
“Los jóvenes emigran a San Salvador, y con este tipo de salida laboral podrían generar ingresos a través del turismo, para que los visitantes no se lleven solamente los paisajes en una foto, sino que también tengan contacto con la cultura, la gente, y hasta con la educación que se brinda”, indica. Diego confiesa que siendo jujeño hasta 2019 nunca había conocido El Angosto, y se quedó maravillado con la inmensidad, la calidad humana y la bienvenida que le dieron.
“A nivel paisajístico es muy poco difundido, son lugares inhóspitos y tiene que ver que son de difícil acceso, pero se puede hacer contando con los vehículos apropiados, como camionetas 4x4 o motos grandes, y se suele hacer base en Santa Catalina, por ser un pueblo mucho más consolidado con microclima, un río que les brinda la posibilidad de tener sembradío y animales, y en hospedaje hay varias prestaciones”, comenta. Según la temporada -desde marzo hasta fines de octubre y principios de noviembre es la época ideal porque después las lluvias complican los caminos-, llevan entre 150 y 1000 turistas por mes hasta la localidad más al norte de nuestro país, y una de las paradas más atractivas por su vista panorámica es el mirador El Filo del Angosto, que está a 4000 metros de altura, y desde allí se vislumbra el límite con Bolivia y Chile.
“Llevamos oxígeno porque sabemos los desniveles que hay, que en un momento se sube a 4000 metros de altura, después se baja a 3000, a 2.500, y estar subiendo y bajando puede ser medio difícil para los que no están acostumbrados a la altura”, explica. Casiano recomienda al menos tres días de aclimatación previa, para que el visitante pueda generar los glóbulos rojos necesarios y evite el apunamiento. El trayecto de los 30 kilómetros desde Santa Catalina es por camino de tierra y cornisa, con algunas similitudes a la travesía que se emprende para conocer el cerro de los 14 colores, El Hornocal.
A través de sus redes sociales, tanto en Facebook como en Instagram, Diego y su equipo brindan distintos circuitos que varían en duración, algunos de hasta cinco días de recorrido por la Puna jujeña. Cuenta que cuando conoció a la comunidad de El Angosto supo que había mucho por compartir con todo aquel que desee conocerlos. “Cuando estamos en grandes ciudades muchas veces desconocemos cuál es la realidad de un pequeño pueblo, nosotros nos preocupamos por el combustible, por el precio del dólar, mientras que ahí la necesidad es la de adquirir un conocimiento en una escuela, la de poder compartir la mesa diariamente, tomar un matecocido con rica rica, un yuyito que sacan de la puerta de la casa; el compartir te permite reencontrarte porque te desconectas de la vorágine del día a día, de lo que te demanda la sociedad, del consumo, de tener que trabajar y cumplir objetivos, ya no pensás qué va a pasar mañana y disfrutas de ese momento presente”, describe.
Otra cuestión que lo impactó fue la filosofía de vida de los residentes. “En los distintos poblados encontrás las puertas abiertas, siempre dispuestos a compartir, y a recibir turistas que preguntan, y al revés que nosotros, ellos no entienden cómo podemos vivir con tanta demanda de ropa, de consumo de cosas, si con cosas mucho más básicas podemos ser felices; y eso es lo que emociona a todos los que van, porque te das cuenta que con lo mínimo hay personas que pueden ser más felices que uno”, sentencia, sobre una de las lecciones y aprendizajes que le dejó la localidad. Los colores de los paisajes, las postales que quedan grabadas en la retina de todo aquel que estuvo en el Norte argentino, y el don de gente de quienes reciben con calidez a los visitantes, garantizan que la experiencia resulta inolvidable.