
Los británicos que lo habían tomado prisionero le habían indicado a Carlos Sánchez acomodarse en el fondo del helicóptero que lo llevaría a Puerto Yapeyú. Pero cuando la máquina estaba por despegar, le ordenaron descender. Estaba en Many Branch, un punto perdido en la isla Gran Malvina, tan perdido como Ingeniero Juárez, el último pueblo del oeste formoseño donde había nacido hacía 32 años.
Su familia -ocho hermanos, siete varones y una mujer- vivía del campo y de la cría de ganado. A Carlos esa vida le gustaba mucho, nunca le faltaba para comer –”jamás en el campo va a escasear el alimento”, aseguró a Infobae- pero quería forjarse un futuro.
En un viaje a Embarcación, Salta, pidió trabajo en el puesto de Gendarmería. Estuvo un año y medio ganándose la vida como mozo en el casino de suboficiales en el Escuadrón 20 en Orán. Recibió una instrucción básica, pero no pudo ingresar formalmente. “Se me caían las lágrimas cuando me enteré”, confesó. Alguien le insistió a que se inscribiese en la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral y en 1970 egresó como cabo. Eligió el arma de Caballería y quiso hacer el curso de comando.

El viaje a Malvinas
En 1982 era sargento primero y trabajaba en el Instituto Geográfico Militar. El 20 abril, junto a otros compañeros, cuando aprobó una prueba de inglés, le informaron que viajaría a Malvinas. Debía llevar cartografía para el gobernador.
Tuvo sentimientos encontrados. Alegría por participar de semejante acontecimiento y tristeza por la familia que dejaba en Buenos Aires: su esposa Lya y su hijo Carlos David, que aún no había cumplido los dos años. Interrumpía, además, sus estudios de tercer año de Derecho en la Universidad de Buenos Aires.
En Comodoro Rivadavia alguien se compadeció de su uniforme de verano y le consiguió una campera acorde para soportar el frío malvinense.

En la casa de gobierno de Puerto Argentino, entregó el material que llevaba y se quedó trabajando en el lugar. Con sus cinco años de estudio de inglés, lo enviaban regularmente a la oficina del correo a escuchar lo que conversaban los kelpers.
Cuando fue afectado a la Brigada III de Infantería cruzó en helicóptero a Puerto Yapeyú e integró con el mayor Gaubeca y el capitán Zarabozo la División de Asuntos Civiles en el Regimiento 5.
Bombas sobre Puerto Yapeyú
El bombardeo naval más grande sobre Puerto Yapeyú fue en la noche del 27 al 28 de mayo. Allí los defensores argentinos sufrieron varios heridos y las esquirlas alcanzaron algunas casas. El 28 de mayo Robert Lee, el administrador del establecimiento, solicitó autorización al coronel Mabragaña, jefe del regimiento, para que las familias se pudiesen desplazar hacia el establecimiento en Many Branch, unos diez kilómetros al norte, un pequeño caserío al borde de una bahía cuatro kilómetros al sur del Monte Rosalía, en la isla Gran Malvina.

Many Branch era usado como punto de apoyo de las patrullas argentinas que iban al monte a monitorear el desembarco inglés en el estrecho de San Carlos.
Mabragaña solo autorizó a que lo hicieran las mujeres y niños, ya que los hombres trabajaban en la estancia y daban apoyo logístico a la fuerza argentina. El desplazamiento se hizo el 30 en dos jeeps Land Rover y un tractor con acoplado.
Sánchez no quería separarse de sus compañeros, pero como ya conocía a la población civil y hablaba inglés, no tuvo opción.
Convivir con los kelpers
Fue con cuatro soldados. Recuerda que el lugar había una casa rectangular doble, unida por un pasillo, donde se acomodaron las cuatro o cinco familias, unas veinte personas en total. Los soldados argentnos se alojaron en un cobertizo, a unos treinta metros. La única comunicación con la unidad era una radio motorola que estaba en la casa.

Los civiles le daban una ración diaria al mediodía, que podía ser arroz, arvejas, a veces carne congelada de vaca y una suerte de buñuelo. Era escasa pero se las arreglaban. En una oportunidad Sánchez cocinó la cabeza de una vaca que los kelpers habían carneado y la comida les duró casi cuatro días.
En otra oportunidad, lograron cazar, con tres disparos de una pistola Ballester-Molina 11,25 a una avutarda, a pesar de que estaba prohibido disparar.
Sánchez sospechaba de un lugareño llamado Paul Bonner, que siempre se acercaba a hablar y quería sacarle información. Estaba seguro de que le pasaba datos a los británicos.
Lograron integrarse con los civiles a pesar de que hablaban cada tanto. Les llamaba la atención lo poco abrigados que estaban a pesar del frío. Con los chicos solían jugar al fútbol con una pelota, algo más chica que la convencional. Los chicos reían y disfrutaban.
Sánchez ya conocía a los lugareños cuando había estado en Puerto Yapeyú, Puerto Howard para los ingleses. En un primer momento hubo mucha desconfianza. Era reticente a aceptar cuando le ofrecían desayuno porque temía que estuviese envenenado. Ellos se dieron cuenta y le alcanzaban las jarras para que se sirviese él mismo.

Recuerda a Robert Lee, quien lo invitaba a su casa. Le regaló una bufanda que había comprado de apuro en el continente y que nunca había usado. El kelper, al que todos adjudicaban dotes especiales de negociador, sonrió complacido por el presente.
Si bien los kelpers tenían la costumbre de descalzarse dentro de la casa, permitían que Sánchez entrase con sus borceguíes embarrados.
En la noche del 8 de junio, los argentinos se prepararon para lo peor cuando los sobrevoló un helicóptero inglés Sea King. Pensaron que se trabarían en combate, pero la máquina siguió su camino.
Al día siguiente llegaron el teniente primero José Duarte y sus hombres, de la Compañía Comando 602. Con el café que ellos traían y el azúcar que le habían dado los kelpers, estuvieron un rato en el lugar.
Está convencido que la sucesión de disparos que el día 10 escucharon eran por el tiroteo entre los comandos liderados por Duarte y los británicos, que terminó con el capitán Hamilton muerto y con un cabo primero prisionero.
Llegan los ingleses
Cuando Sánchez vio el sobrevuelo a muy baja altura de un helicóptero inglés, intuyó que todo había terminado, más cuando lo vio dirigirse a Puerto Yapeyú. Un llamado por radio le confirmó sus sospechas cuando le informaron del cese de fuego.
No deseaba rendirse. El y sus soldados tenían, cada uno, cinco cargadores, pero sabía que no estaban en misión de combate. Bonner les pidió que no se resistiesen, que todo había terminado.
Al rato la máquina regresó y se llevó a sus soldados a Puerto Yapeyú. Un kelper se quedó con su arma reglamentaria, a pesar de su negativa. Lo obligaron a permanecer de rodillas en la turba mojada, siendo apuntado por un soldado inglés. En un momento el británico quiso encender un cigarrillo y él le alcanzó su encendedor. Le pidió que lo dejase de apuntar, y el inglés accedió. “Esta gente lo aprecia, sargento”, le dijo el inglés, señalando a los kelpers.
Cuando el helicóptero regresó, lo hicieron ascender y lo ubicaron en el fondo. Pero minutos después le indicaron descender. Los kelpers se habían reunido con el propósito de despedirlo.
El recuerdo de los kelpers
Los niños, con los que había jugado al fútbol, le regalaron dos fotografías tipo polaroid. “Son para que nos recuerde”, le dijeron. En una bolsa que llevaba su nombre, le habían guardado sus efectos personales que no entraban en su bolsa porta equipo. Bonner habló con el oficial a cargo y le indicó que no se la quitasen, que eran elementos personales.
Sánchez le dio un beso a cada uno de los chicos y un apretón de manos a los lugareños. Nunca más tuvo contacto con ellos.
Cuando regresó, se dedicó a terminar sus estudios de Derecho, y se recibió en 1986. Al año siguiente, gracias a su título universitario, pasó al cuadro de oficiales como auditor militar.
Se siente orgulloso porque pudo leer su historia en el libro “Malvinas Puerto Yapeyú 1982 – La historia de la Fuerza de Tareas Yapeyú durante la campaña del Atlántico Sur”, que publicó Roberto Arias Malatesta (que ya va por una segunda edición) y que reseña la verdadera epopeya que vivió el regimiento 5, que quedarían aislados durante la mayor parte del conflicto.

Se retiró en 2007 como teniente coronel, vive en San Antonio de Padua y tiene cinco nietos. El más grandecito dice que a veces le pregunta por Malvinas y por la guerra y le cuenta lo básico, para que entienda. El evoca sus días de la escuela primaria, los sentimientos que le despertaban cuando cantaba Aurora, y las enseñanzas de sus maestras Lucía, Julia y María. De chiquito le inculcaron que Malvinas es un sentimiento, que era la República. “Es mi Patria”, esa donde los chicos quedaron por siempre reflejados en una polaroid.
SEGUIR LEYENDO:
Últimas Noticias
El viaje de Gordo, Florencia y Flora: los primeros tres animales del ex zoo de Luján que serán trasladados a santuarios
Los dos osos y la tigresa fueron atendidos por veterinarios de Four Paws en el predio de la localidad bonaerense. Esta ONG austríaca será la encargada de organizar las travesías

El crimen de Candela: un carpintero “perejil” y un testigo de identidad reservada que murió en un accidente
La misteriosa aparición de una declaración que involucró a Ramón Altamirano en el secuestro de la nena. Cómo fue la defensa del carpintero, a cargo del abogado Matías Morla

Una cita sexual, 12 puñaladas y un incendio para tapar un robo: fin del misterio para el crimen del policía retirado
Oscar Alberto Ávalos, ex suboficial de la Bonaerense de 78 años, fue asesinado en su casa de General Rodríguez hace dos años y tres meses. Ahora, detuvieron a una vecina de la víctima. Quién fue el arrepentido que la delató

Encontraron a la joven chaqueña de 20 años que dijo que iba a la facultad y viajó a CABA sin avisarle a nadie
Las autoridades informaron que la joven chaqueña fue hallada en buen estado y explicó que su salida del hogar fue voluntaria, motivada por desacuerdos familiares

Mató a su novia embarazada y apeló la figura de femicidio: la Corte Suprema deberá resolver el caso
Los magistrados trabajarán sobre el crimen de Julieta González, ocurrido en 2016, y por el cual Andrés Di Césare recibió una ampliación de la pena a perpetua. En un primer momento, fue condenado por homicidio simple al considerar que no medió violencia de género


