
Pensar en el 14 de febrero de 2021 me provoca gran cantidad de sentimientos. Sin dudas, el primero es la tristeza de no tener a mi padre desde hace un año y el profundo dolor que genera su ausencia en nuestra familia, donde sentimos que él eligió un día especial para su partida física, el día del amor, el mismo amor que sentía por nosotros, por su país y por su pueblo. Sin embargo, no puedo dejar de ver que esto tiene un doble significado: el que toca el lado de los afectos, y aquel que refiere al hombre público que llegó a ocupar la presidencia de la nación argentina por diez años y cinco meses, ganando tres elecciones presidenciales, además de gobernar su provincia natal por tres períodos y representarla en el Senado hasta su muerte.
Más allá del recuerdo de un gran padre y excepcional abuelo que nos acompañará siempre, deseo recuperar el impacto emocional que sigue produciéndome la fuerza del recuerdo que ha dejado en el pueblo, en personas de todos los sectores sociales y actividades, que guardan tanto cariño a su persona como reconocimiento y respeto a su obra de gobierno. También es cierto que aparecen algunas opiniones, a veces ofensivas y hasta injuriosas, a las que él no acostumbraba responder, afirmándose en la idea de que, en este sentido, lo único que importa es el juicio de la historia, que es definitivo.
Su vocación política lo llevó a tener vida pública desde su juventud, con gran entrega, dedicación y convencimiento por sus ideas, que nunca abandonó; aun siendo víctima de las terribles circunstancias históricas que afectaron a nuestro país en 1976 y que lo hicieron perder su libertad por cinco años, viviendo en horribles condiciones como preso político en manos de un gobierno ilegítimo. Me tocó vivir estas circunstancias en mi niñez, y como es sabido, lo he acompañado durante toda la vida, tanto en lo personal como en lo político, por lo que deseo dejar como testimonio que nunca escuché de él un deseo o indicación de venganza ni exigencia de reparación alguna. Su posición pacificadora es bien conocida no sólo por sus palabras, sino también por sus decisiones como gobernante.

Mi padre, Carlos Menem dedicó su vida a la política, con convencimiento y pasión, siempre en la idea de la grandeza de la patria, de la justicia social y del bien común. Basta ver con qué énfasis se dedicó a defender las instituciones y a lograr la pacificación de la nación, del mismo modo que a atender las necesidades de modernización y a trabajar por la inserción de la Argentina en el mundo, para que ocupe un sitio destacado. Esa labor, que tomó como una misión, lo llevó a ser reconocido por grandes líderes de todas las latitudes y posturas ideológicas, y volvió a posicionar al país en un lugar de privilegio que había perdido.
Lo cierto es que nuestra familia pudo ver y sentir el cariño con el que el pueblo lo despidió y lo escoltó, mostrando una gratitud que nunca podremos olvidar. En este primer aniversario de su partida, honraremos su memoria rogando por su eterno descanso en una Misa en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, donde tantas veces rezó por la patria portando los atributos celestes y blancos del Presidente de la Nación Argentina.
Zulema Menem
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