
El general Teófilo Iwanowsky es un caso muy particular dentro de la historia del ejército argentino. Nadie conoce exactamente su origen, algunos sostienen que se llamaba Karl Reichert y había nacido en Posnania (reino de Prusia), otros sostienen que era polaco y que el nombre Iwanowsky era el de su madre y otros, que lo había tomado de un desertor para poder huir del dominio prusiano ya que había participado de una sublevación polaca. Lo cierto es que en 1851 se enganchó como mercenario en el ejército imperial de Brasil, bajo el nombre de Enrique Reich.
Una de las particularidades de Iwanowsky es que comenzó su carrera militar como soldado raso, y en esa condición peleó en Caseros. En 1854 fue ascendido a subteniente. Conoció la guerra contra el indio y combatió del lado porteño en las batallas de Cepeda y Pavón. Con los coroneles orientales de Mitre, hizo la campaña contra la montonera federal y fue testigo del asesinato del Chacho Peñaloza. Sirvió a las órdenes del coronel José Miguel Arredondo en la batalla de San Ignacio, durante la revolución de los Colorados. En ese enfrentamiento mil seiscientos veteranos de línea del ejército nacional soportaron las cargas de caballería de cuatro mil jinetes federales a las órdenes del general Juan Saa, más conocido como “Lanza Seca”, gobernador puntano. La derrota de los federales, más la de Felipe Varela en Pozo de Vargas terminaron con las guerras de unificación nacional.

Lo esperaban a Iwanowsky las inclemencias de la guerra en el Paraguay: Estero Bellaco, Tuyutí y Boquerón, batallas épicas contra soldados guaraníes, enardecidos por la defensa de su patria. Iwanowsky volvió a Buenos Aires herido y con sus bien ganados galones de teniente coronel. Curiosamente, en esa época firmaba indiferentemente como Reich o Iwanowsky.
Frente al regimiento 3 de infantería se hizo cargo de la frontera en el Sur de Córdoba. Para 1873 los malones habían cesado. En ese año, el presidente Sarmiento lo convocó para sofocar una revolución en Villa Mercedes. Allí fue el coronel Iwanowsky, y convenció amablemente a los rebeldes que depusiesen las armas. El general solo señaló a los insurgentes que estaban en inferioridad de condiciones, y combatir en esas circunstancias terminaría en un inútil derramamiento de sangre. Sin más, los revolucionarios pacíficamente se entregaron sin disparar una bala. Sarmiento, creído que Iwanoswsky había vencido por la fuerza, lo ascendió a General de la Nación. En 20 años, Iwanowsky había ascendido de soldado raso a general en la dura escuela de las guerras.
1874 fue un año electoral signado por el fraude. Nicolás Avellaneda ascendió a la presidencia a instancias de Sarmiento, derrotando en las urnas al general Bartolomé Mitre. Los seguidores de Mitre, enardecidos por el flagrante fraude, lo instaron a gestar una revolución para evitar que Avellaneda asumiese el gobierno. Mitre trocó la pluma por la espada y a pesar de declarar que la peor de las elecciones era mejor que cualquier revolución, se puso al frente de una. Mientras Rivas y después Mitre se ponían al frente de la revolución en la Provincia de Buenos Aires, Arredondo era el jefe del alzamiento en el interior del país. En esos días estaba en San Luis, muy cerca del cuartel de Iwanoswsky, su antiguo subordinado.

Sarmiento (que enviaba él mismo los mensajes telegráficos) conociendo que Arredondo sería el líder de la revolución, ordenó a Iwanowsky que lo apresase. El telegrama en lugar de llegar a manos del nivel general llegó a manos de Arredondo, quien inmediatamente se acercó a la estación del telégrafo y, haciéndose pasar por Iwanowsky, le pidió al presidente instrucciones en caso de que los rebeldes se resistiesen a la detención. Sarmiento contestó inmediatamente “Fusílelo sobre el tambor, sin trámite, por traidor”. Arredondo, que había apoyado la candidatura del sanjuanino, indignado por esta respuesta, le contestó haciendo trinar los hilos del telégrafo; “Pues váyase al diablo, viejo loco”.
Sin perder un minuto, Arredondo tomó la guarnición militar de Villa Mercedes, que estaba a cargo de Iwanowsky. Éste ya había declarado su lealtad al presidente, razón por la cual Arredondo envió al coronel De La Fuente a arrestarlo. El teniente Frías fue el encargado de dirigirse a la residencia de Iwanowsky con sus soldados y la orden de reducirlo. Frías entró a la casa y ordenó al general entregarse prisionero. Los acontecimientos se precipitaron, e Iwanowsky se lanzó contra el teniente, arrebatándole el revolver. El general disparó contra Frías, y alcanzó a herirlo. Ante el revuelo, los soldados entraron a la habitación y viendo al general armado, descargaron sus fusiles, mientras éste repetía “no me rindo, no me rindo”. Esas fueron sus últimas palabras.

Arredondo continuó la campaña mitrista, llegando a tomar Córdoba en nombre de los revolucionarios, pero finalmente fue vencido por el coronel Julio Argentino Roca, quien capturó a su antiguo compañero de armas en la segunda batalla de Santa Rosa. Pesaba sobre Arredondo la pena de ajusticiarlo por la insubordinación y la muerte de Iwanowsky, pero Roca decidió hacer oídos sordos a esta condena y el general Arredondo “inesperadamente” huyó a Chile. Tiempo después, Arredondo se vio beneficiado por una amnistía y volvió al servicio activo.
Mitre fue derrotado en la batalla de La Verde (donde murió el abuelo de Jorge Luis Borges) y durante su cautiverio escribió la historia de San Martín. Roca fue ascendido a general y Avellaneda, su comprovinciano, le confió la campaña del desierto, con la que ganó prestigio para acceder a la presidencia de la Nación y el general Iwanowsky, ese soldado polaco que ascendió a general, yace en una humilde tumba en Villa Mercedes donde una placa reza “La República agradecida”
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