Vida y drama del hombre más alto de la Argentina: “Me dijeron que los gigantes no duramos mucho, pero yo soy un grandote feliz”

Sergio Daniel Gómez tiene 35 años y mide 2,26 metros. Desde hace cuatro años fue diagnosticado con gigantismo, un trastorno en las hormonas de crecimiento que ya no le permite trabajar. Cómo es su vida en un mundo en el que todo le parece de miniatura

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Sergio Gómez mide 2,26 metros
Sergio Gómez mide 2,26 metros (Fotos: gentileza Sergio Gómez)

Era una mañana cálida de 2017 en uno de los seis departamentos del condominio ubicado en Avenida Fernández de la Cruz y Larraya, en Villa Lugano. Sergio Daniel Gómez, que entonces ya medía casi 2,20 metros y simplemente se consideraba un hombre “más alto que la mayoría”, empezó a sentirse mal. Él desconocía cualquier tipo de trastorno con su crecimiento. Fue entonces cuando el “Gigante” nacido en Candelaria, Misiones, sufrió su primer ataque de convulsiones.

Un par de semanas después y luego de diversos estudios, Gómez fue citado por su médico a una reunión. Acudió junto a su esposa Blanca Pereira.

Era una sala grande, en la que había varios doctores, mi pareja y yo. Yo no sabía por qué había tantos médicos. Ahí empezó a hablar mi doctor y me dijo que yo sufría de gigantismo, una enfermedad relacionada a las hormonas de crecimiento. También me dijo ‘Los gigantes no duran mucho’. Con lo cual, en ese momento me fui con miedo y angustia. Pero de a poco fui retomando mi vida y hoy ya puedo decir que la llevo con la mayor alegría posible”, afirmó Gómez, en diálogo con Infobae.

El hombre de 35 años mide hoy 2,26 metros y todavía sigue creciendo. Su último trabajo fue en enero de 2019, cuando se encargaba de la seguridad de un boliche. Un nuevo episodio de convulsiones lo llevó al médico personal a comunicarle que ya no podía trabajar más debido a su enfermedad.

El Gigante sale a vender
El Gigante sale a vender todos los días sus plantas por las calles de Villa Lugano

En la mañana de este jueves, al igual que todas las mañanas de la semana, Sergio se ubica en la esquina de Avenida Cruz y Pola y vende las plantitas que cosecha en el balcón de su departamento. “Es lo máximo que puedo hacer para poder ayudar económicamente a mi pareja, que trabaja todo el día como empleada doméstica”, afirmó quien está catalogado como el hombre más alto de la Argentina.

Lejos de las particularidades y dificultades específicas que representa su altura en las situaciones cotidianas, Gómez atraviesa problemas con su salud todos los días. Al margen de las pastillas que toma día a día para enlentecer la reproducción anómala de las hormonas de crecimiento, el gigante debe comenzar con un tratamiento de aplicaciones de inyecciones de un medicamento para tratar un tumor hipofisiario en el cerebro, que le provoca la alteración en las hormonas de crecimiento y le causa precisamente el gigantismo.

Esas inyecciones cuestan 100 mil pesos y me tengo que dar una por mes. Yo no estoy en condiciones de poder pagar ni una. No veo mucha posibilidad de que me las pueda dar, tampoco”, se lamentó.

Sergio junto a su esposa,
Sergio junto a su esposa, Blanca, con quien se casó en 2015

El gigante de 2,26 metros vive con dolores en la cintura cotidianos que debe tratar con paracetamol o ibuprofeno. Acompañado por su esposa y las tres hijas menores de ella, Victoria (22), Agustina (15) y Helena (11), lleva su vida familiar de la mejor manera que puede.

Tuvo que ahorrar para comprarse un cama king size, aunque también ya le está quedando corta. “Ya la mitad de mis piernas me están quedando afuera. Así que me tengo que doblar todo. Decí que mi pareja es chiquita, mide 1,60 y yo le ocupo casi todo el espacio”, advirtió.

Se baña con la ducha a la altura de su pecho, debe sentarse para poder hacer la comida para la familia en la mesada y tiene que hacer malabares cada vez que debe conseguir determinadas prendas de ropa o calzado número 55. “Con las zapatillas, le tuvimos que pedir al patrón de mi esposa que le pida a su hermana que vive en EEUU que nos pueda mandar dos pares de zapatillas para mí. Acá ni se fabrican zapatillas Nº 55. La ropa, uso talla XXXL, y hay muy pocos modelos realmente. Hay que ponerse lo que hay”, afirmó.

Gómez trata de no pensar en su trastorno como un reloj en cuenta regresiva. “No trato de pensar lo que tengo como una enfermedad. Yo tomo como ejemplo lo que fue el Gigante González, que llegó a medir 2,31 y vivió 44 años. Yo lo tomo con tranquilidad y con la alegría de que todavía me siento bien. Soy un grandote feliz. Todos en algún momento nos vamos a ir”, dijo.

Gómez recuerda con añoranza sus años de la adolescencia en su pueblo Candelaria, en Misiones, donde sus amigos le hacían chistes, le pedían que bajara pelotas de los techos y lo cargaban con frases como “Acá estoy, parado junto al palo de la luz”.

“Es extraño, pero en mi pueblo me trataban como a uno más. Nadie me decía nada respecto a que era tanto más alto que los chicos de mi edad. Eso cambió cuando me vine a Buenos Aires, que la gente me miraba raro. En la calle, me pedían fotos todo el tiempo”, reflexionó.

Gómez aseguró que su esposa
Gómez aseguró que su esposa es quien lo apoya y ayuda para sobrellevar su enfermedad

Fue en un boliche de Villa Lugano al que acude una buena parte de la comunidad paraguaya en la Ciudad donde Gómez conoció a su actual pareja: “La vi así toda chiquita, había estado bailando con un amigo. Y le tiré la mano. Y agarró viaje. Al otro día volví a ese boliche, lo convencí a un amigo porque estaba lloviendo muchísimo. Y ella estaba de nuevo ahí. Desde ese día, ya no nos separamos más”, advirtió el Gigante, que en ese 2014 medía 2,13 m.

Sergio Gómez no sale de su barrio… Y todo lo hace caminando. No recuerda cuándo fue su último viaje en colectivo y, en caso de tener que viajar en un vehículo, a un consultorio o para algún tratamiento, tiene que solicitar un auto especial para poder realizar el traslado: “Pido una Kangoo o alguna camioneta con techo alto. En los autos comunes ya no puedo entrar”.

Mientras, charla con los vecinos y de a poco se consolida cada día como el Gigante de Villa Lugano, ese que todavía sigue regalando selfies a los celulares y arrancándoles muecas de sonrisas y asombro a los niños.

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