
Creen que la Pachamama -”Madre Tierra”- es una indígena de baja estatura, con cabeza y pies grandes, que viste sombrero y calza ojotas. Puede ser implacable cuando se maltrata al ganado o a las crías de la vicuña, a las que protege especialmente. Entonces, hace sentir su enojo bajo la forma del trueno y la tormenta. De la misma manera, cuando algún paisano trata a la tierra y a sus frutos como corresponde, puede aparecérsele en su choza para agradecerle. Porque la Pachamama es, para los pueblos originarios andinos y del noroeste, la madre de todas las cosas.
Dicen que habita en un macizo nevado, posiblemente por la salteña Cachi, refugiada en una isla en medio de un lago, donde un toro con astas doradas la custodia y que produce nubes de tormenta cuando brama.
Es una celebración que se practica desde tiempos inmemoriales. Originado tanto entre la población hablante de las lenguas quechua y aymara, ha sufrido transformaciones con el correr de los siglos. En lengua aymara pacha· significa “tiempo” y connotaba un complejo sistema ceremonial. Los pobladores quechua también le dieron su impronta, aunque las mayores transformaciones se produjeron durante la dominación colonial, luego de la conquista española de la región andina. El sometimiento y la explotación a través de las encomiendas, las mitas, las misiones y los obrajes generó profundos cambios entre ellos.

Cuando los primeros conquistadores españoles llegaron a comienzos del siglo XVI, se encontraron con el culto a la Pachamama y no solo lo aceptaron, sino que participaban de él, muy a pesar de los curas que intentaban imponer la religión de un Dios único, desconocido para los indígenas.
Ellos ya veneraban a Viracocha, el dios creador, el señor supremo de todo el reino; a Inti, dios del sol; y a Mamá Quilla, de la Luna, junto a la Pachamama, diosa de la fertilidad y la cosecha.
Fueron esos conquistadores los primeros en dejar testimonio de las celebraciones hacia las divinidades incaicas, que duraban días. Para los indígenas, la tierra es la posesión más valiosa ya que cuidándola se conserva su bien más preciado, que es el alimento. Algunos viajeros la describieron como la Venus incásica.
De esta manera, en distintas áreas de la región andina -como los valles Calchaquíes, Quebrada de Humahuaca y la Puna entre otras- se celebra el culto a la Pachamama, o Allpa Mamay o Ashpa Mamay, como se lo suele denominar también en La Rioja o Santiago del Estero. Sin embargo, como producto de la emigración numerosos habitantes indígenas del noroeste se han instalado en pueblos y ciudades donde también celebran sus ceremonias religiosas.
El rito
El 31 de julio es el día de la llamada, dedicado a sahumar las casas, huertas y corrales para alejar a los malos espíritus. El 1 de agosto por la mañana hay una intensa actividad, herrando caballos, marcando ganado y señalando ovejas con lanas de colores. Se deben lucir cordones de hilo blanco y negro de lana de llama, hilado hacia la izquierda. Estos cordones se atan en los tobillos, en las muñecas y en el cuello, para evitar el castigo de la Pachamama. Si alguien osa deshonrar a la madre tierra, es castigado.

En un pozo no muy profundo, en un lugar determinado, se realiza la ofrenda a la Pachamama a fin de hacer desaparecer los males de la tierra y además para agradecer, pedir y bendecir los frutos que vendrán. Comida preparada para la ocasión, bebidas, cigarrillos encendidos, hojas de coca, son tapados con una piedra mientras se pronuncian rezos en quechua. Luego, se rompe un cántaro que contiene chicha y se tapa el pozo.
El grupo familiar y sus parientes y amigos que fueron invitados, participan en una comida ritual basada en el consumo de carne hervida (cabezas de llama u oveja), maíz, habas secas y mote, que es una forma de conservar el maíz, descascarado en agua y sal.
La tarde se prolonga hasta el amanecer con cantos y bailes. Así se le daba la bienvenida a la temporada de las lluvias, que regarían los cultivos y traerían prosperidad.

A la Pachamama también se la invoca ante enfermedades o cuando se está por emprender un viaje. Es común hallar, a la vera del camino, un montículo formado por piedras, llamados apachetas, que son donde los indígenas honran a la diosa, dejando coca y otras ofrendas. También se le hacían sacrificios cuando una mujer estaba por parir.

Hace más de diez años que en pleno corazón de la ciudad de Buenos Aires se realiza esta ceremonia. Es en el patio del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, en Moreno 350, dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Participa la comunidad Sikuris del Arco Iris, que a través de esta celebración se busca la concientización en el cuidado de nuestra tierra. Este año no será posible debido a las restricciones por la pandemia.
Esperemos que la Pachamama sepa comprender.
(Fuente: La “Madre Tierra” y sus cultos. Una aproximación a los pueblos originarios de la Argentina- Dra. Mónica Berón y Dr. Juan C. Radovich – ECUNHI, Mayo 2013)
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