Catalogados muchas veces como una moda reciente, los pearcings o el arte de perforar nuestra piel tienen miles de años, según demostró un reciente estudio científico.
Un misterioso desgaste en caninos, premolares y molares de esqueletos de la cultura pavloviense, que vivió entre 25.000 y 29.000 años atrás en Europa Central, logró desconcertar a los expertos.
Hasta ahora, las teorías sugerían que estos pueblos masticaban pequeñas piedras o materiales duros para aliviar la sed o generar saliva. Sin embargo, un estudio reciente sugiere una explicación mucho más sorprendente: estos antiguos europeos usaban perforaciones en las mejillas, similares a los piercings modernos, que con el tiempo causaban el desgaste y el apiñamiento de sus dientes.
El descubrimiento, publicado en la revista Journal of Paleolithic Archaeology y dirigido por el investigador John Charles Willman, de la Universidad de Coimbra, aporta nueva luz sobre las costumbres estéticas y sociales de los pueblos prehistóricos. A través de un análisis detallado de esqueletos provenientes de yacimientos en la actual República Checa, Willman identificó un patrón de desgaste dental que sugiere el uso prolongado de labrets, un tipo de adorno facial insertado en el labio o la mejilla.
Un rasgo distintivo en la cultura pavloviense
Uno de los hallazgos más llamativos del estudio es que esta práctica no se limitaba a los adultos, sino que también afectaba a adolescentes e incluso a niños menores de diez años.
“Parece que la primera inserción del labret se produjo en la infancia, ya que se del desgaste en algunos dientes de leche”, explica Willman. A lo largo del tiempo, estos adornos se documentó, habrían ido reemplazando por versiones más grandes, lo que explicaría el aumento del desgaste dental en los adultos.
El hecho de que esta marca estuviera presente en la mayoría de los individuos estudiados sugiere que no era una simple moda pasajera, sino un elemento importante de identidad cultural. Los expertos creen que estos piercings podrían haber servido como indicadores de pertenencia a un grupo o incluso como símbolos de hitos importantes en la vida de una persona, como la pubertad o el matrimonio. “En el caso de los pavlovianos, tener labrets parece estar relacionado con pertenecer al grupo”, señala Willman.
A pesar de la solidez de la hipótesis, hay un problema: hasta la fecha, no se hallaron restos materiales de estos labrets en los yacimientos pavlovienses. En otras culturas antiguas y modernas, estos adornos suelen estar hechos de hueso, piedra o metal, pero en este caso, los arqueólogos creen que podrían haber sido elaborados con materiales perecederos como madera, cuero o fibras vegetales, lo que explicaría su ausencia en los registros arqueológicos.
La investigadora April Nowell, arqueóloga paleolítica de la Universidad de Victoria, destaca la relevancia del estudio de Willman para comprender la complejidad de estas sociedades.
“La mayoría de los objetos que las sociedades de cazadores-recolectores utilizaban a diario se perdieron en el tiempo, lo que hace que los investigadores subestimen la complejidad de las culturas antiguas”, afirma Nowell, que sugiere que los arqueólogos podrían reexaminar colecciones de artefactos del período pavloviano en busca de evidencia que haya pasado desapercibida.
Una práctica con consecuencias dentales
Si bien el uso de piercings es una tradición documentada en muchas culturas antiguas y modernas, su impacto en la salud dental no siempre ha sido considerado. El estudio revela que los labrets no solo dejaron marcas visibles en los dientes de los pavlovienses, sino que también pudieron haber alterado la alineación de sus mandíbulas.
“Los piercings pueden hacer que un diente se mueva, casi como si se tratara de aparatos ‘invertidos’”, explica Willman. En muchos casos, los individuos presentaban apiñamiento dental, lo que sugiere que los adornos ejercían presión constante sobre los dientes a lo largo de los años.
El desgaste dental observado en los esqueletos pavlovienses es diferente al que ocurre de manera natural con la edad. En los humanos modernos, el esmalte dental se erosiona principalmente debido a la masticación y el rechinar de los dientes. Sin embargo, en los individuos estudiados, el daño estaba localizado en la parte externa de los dientes, lo que indica que algo rozaba constantemente contra el esmalte.
“Pensé que los patrones de desgaste dental causados por los labrets eran una muy buena hipótesis sobre qué causaba el desgaste en los pavlovianos”, comentó Willman.
Más allá de los aspectos físicos, este descubrimiento aporta información valiosa sobre cómo se estructuraban las sociedades prehistóricas y cómo los individuos expresaban su identidad dentro de su comunidad.
En las sociedades cazadoras-recolectoras, los adornos personales pueden haber jugado un papel crucial en la diferenciación social y en la transmisión de información sobre la edad, el estatus o la afiliación a un grupo.
El hecho de que esta práctica estuviera presente desde la infancia sugiere que los labrets podrían haber sido parte de un rito de paso, una tradición que marcaba el crecimiento y el desarrollo de una persona dentro de su sociedad. Además, la variación en el desgaste dental entre niños, adolescentes y adultos indica que el tamaño o el tipo de labret podía cambiar con la edad, reflejando distintos momentos de la vida.
Un hallazgo que redefine el pasado
El trabajo de Willman representa un avance significativo en el estudio de las costumbres de la Edad de Hielo y plantea nuevas preguntas sobre la vida cotidiana de los pueblos prehistóricos.
Si bien el uso de adornos faciales es una práctica bien documentada en diversas culturas alrededor del mundo, la evidencia de su existencia en los pavlovianos amplía nuestra comprensión sobre las expresiones de identidad y estética en la prehistoria.
El siguiente paso en esta investigación podría ser la búsqueda de nuevos indicios materiales que confirmen la hipótesis del uso de labrets. Como sugiere Nowell, una revisión de los artefactos recuperados en sitios pavlovianos podría arrojar nuevas pistas sobre esta antigua tradición.
Mientras tanto, el estudio de Willman nos recuerda que, aunque la evidencia material pueda desvanecerse con el tiempo, las marcas que dejamos en nuestro cuerpo pueden contar historias que perduran por milenios.