
Todas las familias guardan secretos. Muchas veces el silencio se transforma en el hilo invisible que mantiene el sistema unido, aun cuando esa unión esté cargada de tensión y malestar.
Decir la verdad puede sentirse como una traición y una amenaza al sistema, porque rompe con las reglas implícitas de “no hablar de aquello”, “no preguntar por esto otro“, o simplemente mirar para otro lado.
En muchas familias, la lealtad suele medirse por la capacidad de callar y adaptarse, y cuestionar esa dinámica puede ser visto como un ataque en lugar de una búsqueda de la verdad.
Para ilustrar este fenómeno, basta con adentrarnos en algunas obras teatrales que revelan de forma poética y contundente cómo el silencio familiar, lejos de proteger perpetúa el dolor:

La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir, presenta un hogar donde el silencio se acumula en cada rincón, lo no dicho construye una atmósfera asfixiante que intenta hacer desaparecer el conflicto y lo recrudece.
Mi hijo camina más lento, de Ivor Martinić, es otra. En esta obra la supuesta protección a un hijo que tiene una condición particular se va deslizando hacia la negación. Se crea un abismo entre lo que se siente y lo que se expresa: los adultos no quieren nombrar la realidad tal cual es, y el hijo termina sintiéndose aislado bajo un silencio que lo invisibiliza y que de alguna forma lo violenta.
En Demasiado cortas las piernas, de Katja Brunner, Brunner aborda un tema estremecedor —el incesto— para desentrañar cómo el silencio y la complicidad familiar sostienen la dinámica violenta. El hecho de no nombrar, de fingir que nada ocurre, de disfrazarlo, para soportarlo, se vuelve un arma de doble filo que agrava el sufrimiento de la víctima, quien necesita ser escuchada y protegida.

El loco y la camisa, de Nelson Valente es otra obra. En esta pieza, el personaje catalogado como “loco” es quien, paradójicamente, ve con más claridad. Con sus verdades incómodas, desbarata el pacto de silencio que el resto de la familia prefiere mantener para “no quedar mal” y subyugados por “el qué dirán“. Casi normales, versión en español del musical “Next to Normal”, narra la historia de una familia que lidia con la pérdida de un hijo. La madre está enferma mentalmente. Aunque intentan sobrellevar el duelo y la enfermedad disimulando o utilizando medicación, esa estrategia no les permite elaborar el dolor. La obra muestra cómo cada personaje se queda atrapado en su propio silencio, hasta que se atreven a pedir ayuda y reconocer la magnitud de lo que ocurre.
En todos estos relatos, el silencio opera como una estrategia de autoprotección que termina explotando tarde o temprano.
Detrás de cada secreto familiar hay una pulsión por sostener la “fachada de normalidad”, cuando en realidad lo que se necesita es espacio para la palabra, el llanto, la bronca, la frustración y el apoyo mutuo.

Estas, muchas veces, son estrategias de sobrevivencia porque de otro modo no se puede seguir adelante.
Romper el silencio no es una traición, sino un acto de develación y compasión hacia uno mismo, que además tiene el potencial de iluminar a quienes están atrapados en la misma lógica de callar. Muchas veces, el entramado de secretos familiares se vive como algo natural, y es difícil reconocer que se está atrapado en una red de mentiras y omisiones. Otras veces, esa conciencia solo surge al encontrar validación fuera del propio hogar de origen.
En la infancia, esta forma de estar y pensar el mundo se configura como una matriz desde la cual se interpreta la vida. Es por eso que cuando los niños comienzan a interactuar con otras familias o entornos, pueden adquirir cierta distancia que les permita vislumbrar lo que siempre naturalizaron.
Sin embargo, esa comprensión es limitada, ya que su propia vulnerabilidad y dependencia dificultan que puedan hacer algo al respecto en el presente. Es un proceso que muchas veces solo se concreta con el tiempo, cuando logran crecer, fortalecerse y encontrar recursos para cuestionar lo aprendido.

Estas obras teatrales nos ayudan a experimentar de manera conmovedora, que algunas veces las relaciones familiares pueden transformarse cuando se abren espacios de escucha genuina.
Esto no es nada más y nada menos que sacar a la luz lo que se ha guardado por años, desbrozando las creencias, los hechos, los silencios y omisiones y esto lejos de destruir la familia, es en muchos casos la única posibilidad real de reconstruirla desde bases más honestas y menos dolorosas.
Otras veces, la familia no es un lugar seguro y hay que buscar nuevos horizontes. Finalmente, como dice el refrán, “la familia no se elige, se hereda”, pero no es menos cierto que, por los menos en la adultez, también podemos elegir quién formará parte de la nuestra.
* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.
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