Su madre le pegaba, no la dejaba dormir y la obligaba a trabajar disfrazada: “Creía que tenía que morirme para que todo se terminara”

Melody Olguín ya perdonó a su mamá. De hecho, le paga el alquiler, los servicios y la comida para que no viva su vejez como ella vivió su infancia. A los nueve años vendía flores, dormía en casas ocupadas, era violentada por su madre, quien no la dejaba hablar más de dos minutos con otra persona. El relato desgarrador de una mujer que le puso una orden de restricción a su progenitora: “No todo el mundo está calificado para ser madre”

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Su madre le pegaba, no la dejaba dormir y la obligaba a trabajar disfrazada: “Creía que tenía que morirme para que todo se terminara”

Melody Olguín solía estar siempre detrás de la cámara como fotógrafa. Desde hace más de una década acompaña con su lente a futuras mamás, y también creó su propia marca de ropa de maternidad, La desnudez de Eva, durante su primer embarazo. Detrás de su empatía y el deseo de participar de momentos tan especiales y transformadores, había otra historia por contar: la suya.

Tuvo una infancia marcada por la violencia familiar, noches sin rumbo, y sombríos recuerdos de los nueve años de su vida que vendió flores en la calle, desde que era una niña hasta que alcanzó la mayoría de edad.

“Sentí la necesitad de decir ‘está pasando todo esto’”, confiesa en diálogo con Infobae. Desde que abrió su corazón sobre su niñez y la tormentosa relación con su madre, recibió cientos de mensajes de mujeres que pasaron por vivencias parecidas. Descubrió que había muchas más personas que necesitaban hablar, y abrió la cuenta de Instagram @notodaslasmamasprotegen para darle visibilidad a esos testimonios.

Melody Olguín empezó a ser
Melody Olguín empezó a ser violentada por su madre antes de los 5 años.

“Estoy en un momento re lindo de mi vida, donde siento que me saqué una mochila enorme, y que los 15 años de terapia que tengo encima dieron sus frutos”, agrega. Siente que cada experiencia la llevó a estar preparada para poner en palabras todo lo que calló tanto tiempo.

Se animó a enfrentar la mirada social, a desromantizar conceptos muy arragaidos, y contar su verdad. Hoy Melody es mamá de Santi y de Paloma, y pudo transformar sus miedos más profundos en una oportunidad para sanar. “Mi maternidad me enfrentó muchísimo a un montón de traumas, a un montón de cosas que yo no quería repetir; haberme dedicado a la fotografía de mamás y bebés tiene que ver con el camino de sanación que atravesé”,

—Si le tenés que ponerle un título, ¿cómo fue tu infancia?

Dolorosa. Mucho dolor en silencio. Tuve que mantener una fachada durante mucho tiempo, porque mi mamá era una persona violenta, pero nadie lo sabía. La gente me veía con un vestido, medias con puntilla, zapatitos, pero esa no era la verdad.

—¿Vos podías darte cuenta de que lo que estabas viviendo estaba mal?

Sí, y creo que eso me salvó la vida, tener mi propio pensamiento, mi mundo interior. Aunque yo no lo pudiera exteriorizar, ni pudiera decirle que ‘no’, porque todo era ‘sí‘, y enseguida, por dentro yo sabía que lo mi mamá hacía estaba mal.

—¿Esto fue siempre así o hay algún recuerdo feliz de tu infancia?

—Muy pocas veces cuando ella necesitaba cariños o abrazos los daba. Pero eso también lo recuerdo con dolor, porque sentía ‘me golpea y después me abraza’. Desde mis cinco años tengo registro de que todos sus nervios contra mí. Cuando mi padrastro venía, eran dos días bien y tres mal, donde ellos peleaban, con agresiones verbales y físicas. Y yo siempre estaba ahí, asustada. Cuando él decía que se iba yo rogaba que por favor se quedara, porque lo que venía después era una golpiza hasta que me quedara dormida. Toda esa ira la descargaba conmigo.

—Antes no tenés registro, pero desde tus cinco años empezaste a recibir golpes físicos.

—Sí, me tiraba perchas, zapatos, y me pegaba también con las manos. Pero una de las cosas más duras era la privación del sueño, porque no dormir es tremendo. No me dejaba dormir. Me decía: ‘Quedate parada acá y léeme la Biblia porque yo no puedo dormir’. Y si yo me quería sentar o dormir, me ponía una vela en la mano; si estábamos en un colectivo me pellizcaba, me pegaba para que no duerma. Y ella tenía muchas crisis. Me decía todo el tiempo: “Me voy a matar, piensen qué van a hacer ustedes cuando yo me muera, búsquense qué hacer porque los van a separar -Melody tiene dos hermanos-“. Era una agonía tremenda de horas de sufrimiento, y la saqué de las vías del tren un montón de veces.

—Tuviste que asistir a tu mamá en sus intentos de suicidio cuando eras una nena.

Sí, ella se paraba en las vías y yo le rogaba que saliera de ahí. Le gritaba y se lo pedía, pero yo no tenía más fuerza que ella. Creo que si hubiera querido suicidarse me hubiera empujado y lo hubiera hecho igual, pero sí era algo habitual que hablara de eso.

—¿En ese momento ella ya te había hecho empezar a trabajar?

—Sí, a los 9 años ya me puso a trabajar.

—A todo esto, ¿había un papá?

—Ella me dijo que mi papá era un fulano desde que tengo uso de razón. Pasé toda mi vida creyendo que mi papá no me quería, y que yo no era suficiente porque es lo que pensamos cuando no está. Me había dicho que tenía un papá, y a los 18 me hice un ADN con ese hombre. Dio negativo. Así que no tengo papá, no sé quién es mi papá.

—Y tampoco había otro adulto que pudiera poner un freno, no había abuelos, nadie.

—No, solo mi padrastro, que era muy joven cuando empezó con ella. Y también estuvo en la calle, consumió drogas y estuvo preso. Según mi madre mi abuela, que tiene diez hijas más, era violenta. Sin embargo ninguna de mis tías es violenta.

Melody Olguin es fotografa y
Melody Olguin es fotografa y tiene una marca de ropa para embarazadas.

—¿Vivías en una casa?

No, mi mamá se metía en casas. Éramos ocupas, encontraba casas tomadas, las estudiaba un par de semanas, veía los impuestos en la puerta, chequeaba que no hubiera movimiento, y nos metía ahí. Estuvimos en la casa de la monja Martha Pelloni. Le ocupamos la casa un largo tiempo. Siempre hacía lo mismo, entrábamos con una palanca, cortaba el pasto, a los vecinos le decía que era amiga de la dueña, y la usábamos durante un tiempo hasta que nos venían a sacar.

—¿Ella trabajaba?

—Desde que quedó embarazada de mi ella nunca trabajó. Antes de eso, según me dijo ella era mula, llevaba droga de un boliche a otro. Yo a los seis años ya iba casa por casa a pedir para comer, barría veredas por un sachet de leche, iba a los restaurantes a pedir.

—¿Ella además de vender consumía?

—Sí. Lo único que le puedo reconocer es que ella nunca consumió delante mío. Yo nunca tuve acceso, y tampoco sé bien qué era lo que consumía, pero creería que cocaína por las diferentes situaciones que viví.

—¿Estuvo presa alguna vez?

—Sí, una sola vez, cuando yo tenía nueve años. Fue por ocupar una casa en Villate. Vino la policía, se la llevaron, y a nosotros nos llevaron a un juzgado un tiempo, pero después volvimos con ella.

—¿Y ella tenía algún trastorno de salud mental más allá de la adicción?

—Tengo toda la sospecha de que sí, pero nunca tuvo un diagnóstico. Estuvo internada en el Hospital Piñero, después de que estuvimos un par de meses en una secta de curanderos. Había un tipo que se llamaba Roberto que curaba con un caballo blanco, en Moreno, a donde iba muchísima gente Yo no quería estar ahí, pero no tenía muchas opciones. La cuestión es que cuando sale de ahí estaba como ‘poseída’, con crisis, con situaciones. Ahí fuimos al Piñero y cuando ella cuenta todo lo que le estaba pasando, deciden que se tiene que quedar internada. Como no había ningún otro adulto que pudiera hacerse cargo de mí, las médicas accedieron a que me quede con ella. Así fue como pasé un mes adentro del siquiátrico, hasta que ella se quiso ir, y firmó para poder irse, pero no le dieron de alta.

—¿Qué edad tenías vos cuando pasaste un mes entero en un hospital psiquiátrico?

—16. Cuando salimos de la secta yo no podía ni cerrar los ojos para ducharme. Estaba tan asustada con todo lo que había visto que estuve traumada muchísimo tiempo.

—¿A vos te hicieron algo en la secta?

—No, gracias a Dios no. Pero sí vi gente retorcerse, golpearse, hablar en portugués.

—¿Y en ese momento dónde vivían?

—En unas casillas que nos daba la gente de la secta.

—Antes tuviste noches de dormir en la calle.

—Sí, porque ella era muy cambiante. No podía estar en ningún lado quieta. Una vez estábamos en La Plata en una casa que habíamos logrado equipar un poco, y ella decide dejarla. Viajamos todo el día, se hizo de noche, llegamos hasta Olivos, empezamos a caminar y caminar. Resulta que ella buscaba a mi padrastro. Era una época donde no había teléfono, entonces para buscar a alguien caminabas por la zona donde estaba. Lo encontramos, y empezamos a arrancar carteles de la vía pública, y con eso dormíamos en el piso. Un tiempo también dormimos en una habitación donde guardaban todas las cosas de limpieza. Hemos dormido en la estación de ómnibus de Retiro, en hospitales, en algún banco, y en trenes.

Entevista completa con Melody Olguín

—¿Tu mamá pedía en la calle con ustedes?

No, ella jamás le pidió nada a nadie. Me hacía pedir a mí, casa por casa para comer, y después empecé a vender flores.

—¿Cómo fue ese primer día que vendiste flores a tus nueve años?

—Estábamos en la calle, ella tenía 10 pesos, que en esa época era el 1 a 1. Compró un paquete de 24 rosas, que valía cuatro pesos, con el resto compró una tijera, celofán, y nos sentamos en las escaleras de un edificio. Le sacamos las espinas, las armamos, y viajamos hasta Belgrano. Me paró enfrente de un restaurante y me dijo: ‘Entrá y que no te vayan a decir que no; pedís hablar con el encargado, le decís: “¿Usted me permitiría pasar a ofrecer mis flores a las mesas con mucho respeto y educación?, y cuando te acerques a la mesa les recitás el poema que ya conoces”. Se llama Cultivé una rosa blanca, y ella me lo recitaba siempre. Me dejó pasar y vendí todas las flores, a dos pesos cada una. O sea que hice 48 pesos, y así arrancó todo.

—Así inició una escalada de explotación infantil tremenda.

—Sí, terrible. Lo único bueno es que pudo pagar una habitación de hotel donde pudimos bañarnos y dormir un poco. Al otro día compró dos paquetes de rosas, los vendí, fui a un restaurante, después a otro más, y así sucesivamente. Vendía tanto que en la época de (Carlos) Menem yo hacía 100 dólares por noche.

—¿Te acordás qué sentías en ese momento cuando vendías las flores?

—Sentía que yo era una heroína. Ella me hacía sentir eso, porque me decía: “Yo no puedo porque estoy mal, estoy enferma y vos me tenés que ayudar”. De tanto caminar los zapatos se me iban desgastando, me lastimaban los talones. Sentía dolor, pero era como que me sentía más fuerte, seguía como si no me doliera nada.

—Y mientras tanto ella seguía consumiendo.

—Siempre, aunque yo no la veía, creo que las noches sin dormir y toda esa violencia desmedida, toda la paranoia que tenía, era en gran parte por el consumo.

—¿La violencia también seguía en esa época?

—Sí. Y nunca me dejaba hablar con nadie más de dos minutos. Siempre me estaba mirando en las mesas. No me dejaba tener amigos. Nunca me mandó a un cumpleaños. Nunca me festejó un cumpleaños. Nunca me dejó pertenecer a nada. No me dejaba ni ir al baño sola. Tenía que hacer mis necesidades con la puerta abierta. Nunca tuve un momento sola y tranquila.

—¿Ibas al colegio?

—Esporádicamente, porque me cambiaba todo el tiempo de colegio. Llegué solo hasta séptimo grado. Una vez estaba vendiendo flores con un vestido de hada y me encontré con una pareja de daneses, que me preguntó de mi vida y me pidieron hablar con mi mamá. Le dijeron que estaban dispuestos a pagar mi educación, que querían que estudiara lo que yo quisiera. Le abrieron una cuenta en el banco, le depositaron, me anotó en un colegio privado, y el segundo mes ya me sacó, ella se quedaba con todo el dinero. Yo intenté seguir, pero era muy difícil. Todo lo demás lo aprendí de forma autodidacta.

—Ibas vestida de hada vendiendo flores, ¿cómo fue que te pusiste ese disfraz?

—Una vez una nena en una colonia me ofreció un disfraz porque iba a haber una fiesta de disfraces. Mi mamá me prometió que yo iba a ir, pero era solo para que trajera el vestido. Me lo puso y me dijo que vaya a vender. Mientras las nenas estaban en la fiesta, yo encaré para ir a trabajar.

—¿No fuiste a la fiesta de disfraces?

—No, nunca me llevó. La aceptación de la gente fue tanta, que tuve muchos disfraces de hada madrina, de todos los colores. Año tras año iba creciendo y me iba cambiando el disfraz.

—¿Hasta qué edad vendiste flores?

Hasta los 18.

—Fueron nueve años en total. ¿Y a vos que te pasaba por la cabeza en ese entonces?

—Yo sabía que lo que ella estaba haciendo estaba mal. Me acuerdo de estar en la plaza y me encantaba ver a las familias. Una mamá, un papá y los nenes. Me deleitaba viendo eso, y pensaba: “Yo quiero eso”.

—Ese deseo te sostuvo. ¿Vos la querías en ese momento a tu mamá?

—Sí, muchísimo.

—¿Hoy la querés?

—Creo que no. La perdoné, pero no la quiero.

—Pienso en esa nena y todo lo que vivió. ¿Delinquiste alguna vez?

—No, y tampoco consumí nada nunca, por más que todo lo que me rodeaba era malo. Estuve ferozmente enojada con ella, pero sentía mucha culpa al mismo tiempo.

—¿Culpa de qué?

—Desde los 12 años cerraba los ojos y me imaginaba que se moría. Antes de dormir se me caían las lágrimas, y era mucha la angustia. Sentía culpa por de alguna manera pensar en eso, porque necesitaba que se terminara. Después a los 18 creí que me tenía que matar yo para que todo se terminara. No veía salida. Todo el mundo seguía con su vida, y sentía que nadie me veía, que nadie me podía ayudar. Pensaba: “¿Esto va a ser así toda la vida? ¿Cómo salgo de acá?“.

—¿Lo pensaste o hiciste algo para lastimarte?

—Me subí a una terraza, con toda la intención, pero no lo hice.

—¿Los golpes continuaban?

—Continuaron hasta mis 18 años, que me pude ir. Conseguí un trabajo en un restaurante y dejé de vender flores en la calle. Ahí tuvimos una discusión muy fuerte, porque desde que yo tenía cinco años me decía “qué te pasa con mi marido”, haciendo referencia a mi padrastro. Eran todas alucinaciones de ella. Agarré un bolso y me fui. Caminé por Microcentro hasta las siete de la mañana.

—Ese fue el punto de quiebre, ¿y no volviste más?

—Volví a los dos días con la policía. Fui a pedir ayuda porque tenía algunas cosas y necesitaba ir a buscarlas. Les conté todo, me acompañaron dos oficiales en un patrullero y entramos. Mi mamá estaba con un tipo en la cama y había una caja de preservativos. Ella me miró y me dijo: "Agarrá todas tus cosas, tomátelas, y no te olvides nada porque no te quiero ver nunca más en mi vida“.

Melody Olguin conto su experiencia
Melody Olguin conto su experiencia en redes sociales y descubrió a muchísimas mujeres que pasaron por situaciones similares (Candela Teicheira).

—¿Tuviste amigas de chiquita?

—No, jamás. Nunca.

—Ni del colegio, ni de la calle, ni de un club.

—Nada. Nunca. No me dejaba hablar con nadie tampoco. Y siempre estaba la idea de que afuera estaba todo lo malo. Por eso de grande me costó mucho estar con grupos de gente. Hice mucha terapia también los primeros seis años que yo estuve en pareja.

—Cuando ves ese recorrido a la distancia, ¿sentís que te tendrían que haber sacado de esa casa?

—Me hubiera encantado, incluso que me adoptara una familia me hubiera gustado. Me la pasé toda la vida como buscando la contención, el abrazo, de cualquier persona que tuviera aspecto a madre o padre. Tuve muchas situaciones de gente que dio su tarjeta, como la pareja danesa, y una vez me crucé con una señora rubia que me dijo que trabajaba en Chiquititas y me ofreció trabajo, nos llevó a su departamento, que estaba frente al Zoológico. Pero mi mamá siempre buscaba ventaja para ella, y cuando vio que eso me iba a dar otro tipo de vida a mí, que ella no iba a poder controlar, le dijo de todo y se fue.

—¿Vos recordás a esa mujer que te cruzaste como Cris Morena?

—Creería que sí, pero no lo puedo asegurar, porque yo era muy chica. Tuve mucha gente que intentó ayudarme pero ella no lo permitió nunca.

—¿Nunca tuviste que estar hospitalizada por esos golpes?

—No, nunca, y nadie sospechó tampoco que ella me golpeara. Ni los colegios ni la gente que nos conoció. Y creo que tiene que ver con que naturalizamos tanto la idea de que “mamá es cuidado, mamá es amor”, que nos cuesta tanto entender que a veces mamá no te protege, que no todas las mamás son así; que el hecho de que seas mujer y que seas mamá no significa que va a saber protegerte, que va a ser buena y que no te va a lastimar. Tenemos muy romantizado eso. Hay madres increíbles, y yo trabajo para madres, amo la maternidad, me fascina ver a las mamás que cuidan y protegen a sus hijos. Vivo de eso y me hace muy feliz. Pero hay madres que no lo hacen, y no se habla porque es un tabú, porque da miedo decir ‘mi mamá es mala’, porque está el qué dirán, que piensa que vos sos mala hija por decir eso de tu madre.

Melody es mamá de Santiago
Melody es mamá de Santiago y Paloma.

—¿Cuál es hoy la situación de tu madre?

—Ella vive en un departamento que yo le pago el alquiler, los servicios y la comida. Yo no soporto que esté en la calle con frío, con hambre, mientras yo como todos los días y duermo. Si ella quiere estar bajo techo tiene la posibilidad, si no quiere, algo que veces pasa, porque se pierde durante tiempos, ya es cosa de ella.

—¿El alquiler lo pagás vos para que ella no se lo gaste en drogas?

—Exactamente, porque durante muchos años ella alquilaba hoteles con la plata que le dábamos, solo por unos días, y lo demás se lo gastaba en drogas. Pero hoy ella tiene una orden de restricción, no se puede acercar desde que pasé por un momento terrible donde me amenazó.

—¿Cuándo y cómo fue ese episodio?

—Yo tenía 23 años, ella me llamaba y me decía: “Tenés una perra, te la voy a matar”. Tenía miedo que sepa de mi vida, por eso tampoco mostraba nada en las redes, para que tenga el menor acceso posible a mí. Un día nos peleamos muy fuerte, y era la primera vez que yo reaccionaba, que le respondía, incluso físicamente me defendí, y ahí decidí hacer la denuncia.

—Contaste que a veces todavía te llaman y te critican por la actitud que tomaste cómo hija, ¿quiénes son los que te hacen eso?

—Gente de la calle. Ella les hace creer que está abandonada, que su hija la dejó tirada. Entonces les da mi teléfono, a personas que pasan por la calle, les pide que me llamen, y yo les explico que eso es acoso, que ella tiene una orden de restricción y dónde dormir todos los días. Pero a veces no tengo el tiempo, las ganas ni la energía para responder y dar explicaciones.

"Nos cuesta entender que no
"Nos cuesta entender que no todo el mundo está calificado para ser madre", reflexiona Melody Olguín en Infobae

—Me parece muy valioso empezar a entender hasta dónde los hijos somos responsables de los padres, porque a veces la sociedad pretende demasiado. Un hijo no es un padre.

—Es muy difícil que vean a una madre como una progenitora, que es lo que fue en mi caso. Nos cuesta entender que no todo el mundo está calificado para ser madre. Esa es una realidad. Hay mujeres que no están preparadas para ser madres, y hay que hablar más de eso. De pronto me empezaron a contar un montón de historias como la mía. Yo pensaba que me había pasado a mi sola, me sentía sola y resulta que somos un montón.

—Cuando vos fuiste mamá, ¿tuviste miedo de repetir alguna parte de tu historia?

—Sí, mucho. Estaba aterrada cuando quedé embarazada, y cuando supe que la segunda iba a ser una hija mujer fue tremendo. Al principio no me podía quedar sola con mis hijos y no podía entender por qué. Me agarraban ataques de pánico y una angustia enorme, que fui trabajando con la terapia y hoy entiendo por qué me pasaba todo eso.

Melody: "Mi familia es mi
Melody: "Mi familia es mi mayor logro"

—Tenías muchísima voluntad, porque así y todo elegiste trabajar con mujeres, con mujeres embarazadas, y hoy tenés una familia hermosa.

—Quería cambiarlo todo. Mi familia es mi mayor logro. Tengo una rutina en casa, que para mí es re importante, con mis hijos. El momento del baño, del pijama, que se acuestan en sus sábanas limpias, su cama armada. Y cuando los huelo con el perfumito de recién bañados, y los veo dormir, no hay forma de no sanar con eso. A mí me lo robaron, pero a ellos se los pude dar y disfruto muchísimo el simple hecho de verlos dormir.

—¿Qué te pasa hoy cuando ves a una nena vendiendo flores en una esquina?

—De todo. De todo, realmente de todo. Y sé que hay mucho por hacer. Por el momento les puedo decir a cada uno de esos niños que se puede salir de eso. Ojalá que al hablar más de todos estos temas tengamos también otras herramientas, sobre todo a nivel emocional, porque lo económico es otro tema. Yo no soy lo que soy por mi madre. Ella hizo lo que hizo, y yo soy lo que soy a partir de mis decisiones, buenas o malas. Como dice la frase, no somos lo que nos pasa o lo que nos pasó, sino lo que hacemos con eso.