“Siempre dije que si mis ojos pudieran proyectar lo que vi en todo este tiempo, imagino que de una sala llena de personas quedaría tal vez una sola. El horror, la crueldad, lo diabólico. Daños, mutilaciones y cremaciones en vida. No hay palabras para describir lo que vi tras el 7 de octubre”, expresa Ricardo Nachman, Director General de Medicina Clínico Forense del Estado de Israel, en una entrevista exclusiva con Infobae en la que narra el inmenso desafío de lidiar con los cuerpos y sobrevivientes de la masacre cometida por Hamas.
Nachman nació en Argentina y con más de tres décadas de trayectoria en medicina forense, enfrentó momentos cruciales en su carrera: desde desastres naturales como el tsunami de 2004 y el terremoto de Haití hasta episodios de violencia como el atentado en Israel. Sin embargo, confiesa que lo ocurrido ese día lo dejó marcado de una forma que nunca antes había experimentado. “Revisamos partes de cuerpos, muchas en un solo saco. Personas quemadas, pegadas, atadas con alambre. Una mujer y un niño, imposibles de reconocer. Solo el ADN nos permitió identificarlos”, cuenta con un dolor contenido e imposible de borrar.
El médico no solo enfrenta cadáveres, sino también el testimonio desgarrador de los rehenes liberados: “Más del 90% de las personas liberadas pasaron por nuestras revisiones y personalmente evalué a más del 50%. Lo que encontré fueron cuerpos desnutridos, maniatados durante semanas, y mentes que aún intentaban procesar el horror de lo vivido”.
Mientras el mundo espera que el domingo entre en vigor el acuerdo de liberación de rehenes y alto al fuego en Gaza que el gobierno de Israel firmó con el grupo terrorista Hamas, Nachman enfatiza la importancia de documentar cada evidencia para futuros juicios. Sin embargo, advierte: “El terrorismo no tiene fronteras. El que cierra los ojos será el primero en sucumbir ante una amenaza inminente”.
Con esta perspectiva, el médico no solo comparte su experiencia, sino que deja un mensaje contundente sobre la lucha por preservar la vida y la dignidad, incluso en medio de la oscuridad más profunda.
—¿Cómo alguien decide que quiere ser médico forense?
—A los 14 años le dije a mi mamá que quería ser médico. Madre judía: “Wow, médico mi hijo, bárbaro. ¿Qué querés ser?”. Yo dije: “Quiero ser Quincy”.
—¿Por la serie?
—Claro. Yo estaba totalmente excitado con ver los cuerpos e investigar todo lo que significa la muerte y qué pasó. Descubrir un asesinato cuando era una muerte súbita, o descubrir una muerte súbita cuando en realidad todos creían que había sido asesinado.
—¿Es como dicen en las series, los cuerpos hablan?
—Totalmente. El problema no está en el cuerpo, sino que está en quien lo revisa. Si quien lo revisa no entiende el idioma de lo que están hablando los cuerpos, no pueden saber lo que le están diciendo.
—¿Por qué decidiste mudarte a Israel?
—Desde tercer año de medicina estaba viendo lugares distintos para ir a adelantar, progresar desde el punto de vista tecnológico, científico. Hubo muchos lugares, pero el que más me abrió las puertas, me dio todas las cosas básicas para progresar, fue Israel.
—¿Así es que trabajando en Israel participás de lo que tuvo que ver con el tsunami de 2004?
—Sí. Hicimos la identificación de las personas y tratamos de ayudar a las familias para que puedan regresar los cuerpos para que sean sepultados.
—Ahí tenía que ver con la identificación, no con determinar el cómo.
—Lo más importante en grandes desastres o desastres en masa es tratar de no solamente hacer la identificación, sino también dar respuestas que puedan llegar a tener una implicancia médico-legal. Las familias quieren saber todo.
—¿Qué quieren saber las familias?
—Todo. Cuándo murió, cómo murió, si hubo una intervención de un tercero, si se podía salvar a la persona, si sufrió o no sufrió. Todo.
—¿Se puede saber si sufrió o no sufrió una persona?
—No en un 100%, por supuesto. Pero si uno puede entender cuál es el mecanismo de daños que tiene, y puede saber cuándo la persona murió, el tiempo de muerte, y ver si hay otros daños que se suman al daño principal. Uno puede tener una aproximación: si la persona sufrió, agonizó bastante tiempo. Es lo más difícil.
—¿Y se le dice a la familia?
—Sí. Cuando una familia me pregunta cosas sobre su familiar, creo que no tengo ningún derecho de ocultarle nada. Con sinceridad, con mucho tacto, por supuesto, pero sí, lo que quieran saber.
—¿Y cómo te quedás después de hablar con esas familias?
—Es una combinación de satisfacción increíble por el hecho de prestar un servicio social a una familia que quiere cerrar un círculo. Y por el otro lado uno está vacío, porque es otra persona más que no está. Otra persona más que murió.
—¿Te vas volviendo un poco más duro?
—Vamos a seguir hablando un poco más y vas a tocar ciertas fibras mías y ya algunas lágrimas van a salir. Yo también creía que con el tiempo uno se iba a hacer más fuerte y más piedra y más. Pero no, no podría trabajar. Una persona no puede hablar de cosas duras para la familia sin tener un corazón tierno.
—¿Cómo fue tu experiencia en el terremoto de Haití?
—También un shock. Dicho sea de paso, también tuvimos un pequeño terremoto en el momento que estábamos allí hablando por el teléfono satelital. Fue muy duro. Por ver el lugar, la gente, la pobreza. La gente que decía gracias cuando estabas haciendo la identificación. Y por la parte de la medicina general, ayudando a personas a poder salir de las lesiones que estaban viviendo.
—¿Cómo fue volver a tu casa después del terremoto de Haití?
—Uno tiene una especie de cierre de persianas. Tratando de no mezclar lo personal con lo profesional o lo profesional con lo personal. Afuera de casa.
—¿Quién está en tu casa cuando vos volvés?
—Mi señora y cuatro hijos, que no siempre están. Los dos más grandes que son el nene de 22 y la nena de 19, después están la nena de 7 y el nene de 3.
El 7 de octubre de 2023 el mundo cambió. Más de 1200 personas fueron asesinadas en una masacre que dejó huellas imborrables. Familias enteras, bebés, ancianos y mujeres, mutilados y cremados en vida. El horror se extendió también a la toma de rehenes que fueron sometidos a días de hambre, encierro y tortura.
—¿Qué estabas haciendo el 7 de octubre?
—Era un sábado y estaba la fiesta de Sucot donde levantamos una pequeña cabañita en el jardín de casa. Mi hija de siete me quería dormir en la Sucá esa noche. Dije: “Bueno, bárbaro, dormimos a la intemperie”. A las 6:29 nos despertaron las alarmas. Cuando mi hija adiestrada —lamentablemente— me dice: “Papá, papá, vamos al cuarto de seguridad”. Nos encontramos con mi mujer y al bebé. Las alarmas no terminaban de sonar, no paraban y ahí ya entendimos que algo más de lo habitual pasaba.
—Es importante lo que decís y no quiero dejarlo pasar. Sonaban más de lo habitual porque, lamentablemente, que suenen las alarmas es habitual. No es la primera vez que en una situación familiar seguramente tuvieron que ir al refugio o a la habitación de seguridad. Entonces todavía tal vez en ese momento uno no suponía que iba a suceder semejante masacre.
—No teníamos idea. El gran desafío que tuvimos, desde el punto de vista profesional, es el efecto sorpresa que nos jugó una muy mala pasada. Lamentablemente, durante muchos años, día a día, semana a semana, más que nada la gente que vive pegada a la Franja de Gaza, fueron y son producto de alarmas todo el tiempo. Suenan y suenan y tiran misiles. Pero esto ya era distinto.
—¿Cómo siguieron las horas? ¿Cómo te enteraste de la magnitud de lo que estaba sucediendo?
—Prendimos el televisor, sabíamos que estábamos en alerta. Llamé por teléfono a los distintos organismos para poder encontrarnos: la policía, el ejército, gente del ministerio. Al mediodía decidimos que yo era el primero que iba a ir para el Instituto de Medicina Forense, para tratar de ver qué estaba pasando y cómo estaba pasando. En los medios periodísticos hablaban ya de unos 30 a 60 víctimas, cuando nosotros ya sabíamos que había por lo menos 300 o 400 personas que habían sido asesinadas.
—Quiero ser muy cuidadosa de lo que se puede contar, ¿qué te tocó ver?
—Siempre dije que si mis ojos pudiesen proyectar lo que yo vi en todo este tiempo, yo me imagino que de una sala llena de personas quedaría, a lo mejor, una. El horror, la crueldad, lo diabólico, daños, mutilaciones, cremaciones en vida, uso de armas de fuego de gran calibre con daños corporales tan tremendos que era imposible reconocerlas a las víctimas. Estamos hablando al principio de 1200 víctimas. Pero nosotros recibimos más de 8400 muestras. No llegaban solamente víctimas con un cuerpo completo. Eran partes de cuerpos, muchas partes, en un mismo saco. Recuerdo descubrir cinco personas. Personas quemadas, pegadas, atadas con alambre, una mujer y un niño. Es imposible de reconocer. Se tomaron las muestras y se hizo la identificación por el único camino que teníamos para hacerlo, que era por medio del ADN. Y ahí sí se crearon bancos de datos enormes, enormes.
—Viste maldad
—La palabra maldad se queda chica. No logré hoy todavía encontrar una palabra que pueda describir lo que este grupo terrorista hizo el 7 de octubre. Ninguna persona con una mente normal se puede imaginar. Es algo que uno no puede entender. No puede entender cómo se puede ver el lado tan oscuro del ser humano. Es diabólico. Una demostración de falta de respeto total y absoluto. Con respecto a la edad, con respecto al género, con respecto a la vida. Falta de humanidad total.
—¿Qué pasó con la gente mayor?
—Cremados. Mutilados. Usos de balas de altísimo calibre, una Kalashnikov. Una bala que puede atravesar el motor de un auto. Imaginate lo que puede pasar en un cuerpo, en una cabeza, en un tórax. Gente que no pudo ser identificada visualmente por ningún familiar porque no tenía nada para verlo. Las edades no fueron respetadas en lo más mínimo. Familias enteras masacradas.
—¿Los bebés?
—¿Hablás de mutilaciones? Una mente normal no puede entender. Nuestro trabajo como forense es un trabajo de medicina legal, con consecuencias legales. Nosotros escribimos protocolos de experto en los cuales tiene que estar todo contestado. ¿Quién es la persona? ¿Qué daños tiene? ¿Cómo murió? ¿Cuándo murió?
—¿Tuviste que evaluar si habían sido violados?
—Los cuerpos sin vida que han sido trasladados al instituto fueron los cuerpos más dañados, no podíamos ver los hallazgos de violaciones. Pero también hemos tenido que revisar las personas vivas.
—¿Te referís a los rehenes?
—Rehenes liberados. Tuve que armar los seis equipos que estuvieron en cada una de los hospitales designados por el Ministerio de Salud para recibirlos, para revisarlos, para hablar con ellos, tomar datos, notas de todo lo que han pasado y de acuerdo a la necesidad, revisarlos.
—¿Cuándo lloraste por primera vez?
—A los dos o tres días. Viendo llorar a una persona que en mi vida vi llorar, que es mi jefe, y a la directora del área del ADN. Nos miramos y nos quebramos. Nos dimos cuenta de que somos seres humanos. Acá hay dos cosas fundamentales. Una es la masa que sanguinariamente fue exterminada: niños, mujeres, ancianos. Y también creo que empezamos a entender que esto es lo que Hamas tiene o tenía preparado para el mundo. Esto es algo tremendo que pasó en Israel, pero es un mensaje claro y sencillo al mundo: “No me importa la vida, no me importa nada. Total voy a morir y voy a ir al cielo. Es lo más importante para mí”. Es un jihad, es subir al cielo y que nos esperen 72 vírgenes. Esa es la creencia de ellos.
—¿Algunas de las historias que conociste te impactó más?
—Sí. Había un caso de una niña de 12 años a la que buscamos durante muchísimo tiempo. Dije que si yo la descubría me iba a tatuar las iniciales de ella. Lo descubrió otra persona. Pero yo analicé las partes. Dos pequeñas partes de esa criatura que prácticamente la desaparecieron. Me vinculé con la familia. Y no es la única familia con la cual tuve un acercamiento.
—¿Qué pasa con esas familias?
—La familia ya sabía que no podía ser de otra forma. No podría haber encontrado otro final.
—¿No podía estar secuestrada?
—No. Ellos sabían. Para los judíos es importantísimo tener algo para enterrar, tener una sepultura digna. Algo mínimo que la familia quería tener para poder ir a una sepultura y rezar cada tanto.
—Un lugar al que ir a llorar a tu ser amado.
—Totalmente. Es la importancia que uno le da a la vida, pero obviamente también a la muerte.
—Cuando volvieron los rehenes, ¿te tocó revisarlos, entrevistarlos?
—Sí. Más del noventa y pico por ciento de las personas fueron revisadas por nosotros. Y más del cincuenta por mí.
—¿Qué te encontraste en esas entrevistas?
—Una mezcla de alegrías. Euforia. La diferencia la entiende un profesional, otra persona no puede entender lo que están pasando. Desde el punto de vista corporal, personas con desnutrición, bajo peso, problemas de falta de vitaminas, exposición a toda clase de gérmenes. Muchos estuvieron maniatados de pies y manos durante semanas. Ni hablemos de ir al baño.
—¿Dónde estaban los rehenes?
—Dispersos en casas en las que Hamas echó a las familias. No podían ver en ningún momento la luz natural. Estaban en cuartos muy pequeños, en sótanos y en los túneles que hicieron con tanta plata que recibieron durante años.
—¿Tenían noción de cuánto tiempo estuvieron secuestrados?
—La mayoría, sí. Hay muchos casos que me han contado que tenían todo tipo de trucos para saber en qué día estaban. Algunas personas recibieron algo para escribir. Muchos de ellos aprendieron un poco el árabe, como escuchaban la televisión, las noticias en árabe y también podían entenderlo.
—Hay mucha gente que tuvo que ver cómo su familia era asesinada.
—Totalmente. Hay personas que fueron obligadas a ver videos de cómo las familias y otras personas fueron ultrajadas, como por ejemplo los dos hermanos, dos chiquitos. Una nena y un nene.
—¿Qué tuvieron que ver?
—Todo. Cómo mataron a sus padres, cómo violaron, todo lo que hicieron. Y si no lo veían, los mataban.
—¿Y esos chiquitos cómo están?
—Yo no hago un seguimiento psicológico del tema, pero tienen un continuo apoyo.
—¿Los rehenes fueron alimentados?
—Sí. Un pan pita por día o cada dos días. A lo mejor un litro de agua por semana.
—Las víctimas, ¿pueden contar todo esto o necesitan tiempo para empezar a contar lo que vivieron?
—Yo me encontré con varias clases de historias de aquellas personas que les explicábamos qué íbamos a hacer, que tenían derecho y no una obligación. Y decían: “Sí, bueno, no hay mucho para contar, me respetaron”, cuando previamente, sin saber quién era yo, escuché que hubo una mujer secuestrada, liberada, que le contaba a otra persona: “Gracias a Dios que mi marido no estuvo conmigo”. ¿Qué significa eso? Al buen entendedor pocas palabras. O un muchacho que nos contaba: “Yo estoy de acuerdo en contar la primera parte del proceso de cuando me atraparon y me golpearon, hasta que me llevaron a los túneles. Pero bueno, hasta ahí sí. De ahí no voy a contar más”.
—¿Viste o escuchaste todo tipo de mecanismos de tortura?
—Sí. Fue todo planificado, desde el principio hasta el final. A lo mejor se descarriló todo esto cuando terminaron con la vida de Sinwar (Yahya, jefe terrorista de Hamas, asesinado por soldados israelíes en octubre de 2024) y tuvieron que improvisar en varias cosas.
—¿Todo lo que están trabajando está quedando documentado y va a poder ser usado en el futuro en juicios que puedan suceder?
—Por un lado, obviamente sí. Pero hoy por hoy no tengo ninguna confianza, ni hablemos de la ONU, porque la ONU no es un organismo neutral. Lo ha demostrado una y otra vez. Hay una falta de equilibrio total y absoluto entre un país democrático que se defendió y que hoy es tratado como es tratado Israel, en comparación con un grupo terrorista que hizo todo lo que hizo en contra de este país democrático. No hay ningún equilibrio.
—Sabés que hay gente que va a estar viendo esta nota y va a estar diciendo: “Sí, pero los muertos en Gaza, ¿qué? Todas las vidas valen”. ¿Qué sentís con eso?
—Que estoy con ellos. Que yo sé que es así. Que yo sufro también. Me quebré mal un día revisando el cuerpo de una niña chiquita árabe que no fue asesinada por el ejército de Israel, porque fue encontrada en un lugar donde el ejército no había incursionado. Los destrozos que tenía esa niña eran por el grupo de Hamas. No estoy a favor de las guerras, pero hay momentos en que no queda otra. En una guerra siempre mueren inocentes. Si Israel hubiera atacado con todo el poderío que tiene, ¿vos creés que hubiera quedado una sola piedra parada en Gaza? El ejército de Israel atacó como si un cirujano estuviese utilizando una pinza quirúrgica. ¿Conocés algún otro ejército en el mundo que avise con altavoces en árabe: “Váyanse de aquí porque estamos por atacar”?
—¿Tus hijos, por la edad que tienen, ya hicieron el servicio militar?
—Sí, el mayor tiene 22. Él salió e inmediatamente pidió ser ingresado nuevamente. Hasta yo soy voluntario. Es parte nuestra. Uno está defendiendo su vida, la vida de los demás, el Estado. Está defendiendo el único lugar que te dio todo lo que te dio en la vida.
—¿Te duele particularmente la familia Bibas?
—Me duelen todos, pero Bibas mucho más. Estamos hablando de dos bebés, una madre y un padre.
—Hay algo en lo simbólico de esos dos niñitos que nos destroza a todos. ¿Tenés esperanza?
—Quiero tener esperanza.
—¿Hay algo que no te haya preguntado que te parezca importante contar?
—Qué le deseo al mundo para este año: paz, amor, unidad. Abrir los ojos. No hay fronteras para el terrorismo. El que cierra los ojos va a ser el primero que va a sucumbir ante una amenaza inminente. Europa ha quedado enceguecida y no ve los problemas que se pueden venir.