Manu Viale y la historia de amor con su amigo de toda la vida: “¿Cuándo se van a dejar de joder ustedes dos?”

La actriz de 33 años, que debuta con su primer protagónico en la pantalla grande en “Como si fuéramos solo amigos”, habló con Infobae sobre la similitud de la ficción con su propia historia de amor con el futbolista Federico Freire, su marido. Además, cuenta cómo es vivir con epilepsia y cómo se obsesionó con la cría de mariposas

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Manu Viale y la historia de amor con su amigo de toda la vida: “¿Cuándo se van a dejar de joder ustedes dos?”

No consigue escapar del asombro. “Lo más magnífico que tiene este mundo es ver cómo un bicho muere, se forma en líquido, y después se transforma en una mariposa”, dice Manu Viale, para explicar su fascinación con una práctica que poco tiempo atrás la obsesionó: la cría de mariposas.

La actriz de 33 años -que brilla en streaming con Agus Franzoni, Cachete Sierra y May Pistiner, en Circuito Cerrado- llega al estudio de Infobae repleta de entusiasmo por el estreno de Como si fuéramos solo amigos. Para ella, la película -que se filmó en apenas 12 días y también llegará a las salas de Uruguay, Chile y Paraguay- es especial por un par de razones. No solo se trata de su primer protagónico en la pantalla grande, sino que además pareciera reflejar su propia historia de amor con su marido, el futbolista Federico Freire.

Entonces hay un puñado de temas para abordar junto a Manu: el filme, su boda y la cría de mariposas. Pero también, el vínculo con su hermana mayor, Juana Viale, y las Fiestas compartidas con Mirtha Legrand. La epilepsia que le diagnosticaron en la adolescencia temprana. Y el embarazo perdido. Manuela se pone cómoda y toma la palabra. Tiene mucho para contar. “El año pasado Sebastián Badilla, productor, actor y autor de la película, me vino a ver a una obra que hacía en el Paseo La Plaza, Wasabi: ‘Tengo un papel para vos’, me dijo. Y yo desconfié. Ahora con Seba nos reímos de la situación, pero es muy raro que de la nada venga una persona y te diga: ‘Quiero que protagonices mi película’”, dice, divertida.

—¿Qué pensaste?

—No sé... Miedo. Muy sospechoso. Pero me mandó el guión y me gustó: me sentí muy identificada. ¡Y Seba no sabía nada de mi vida, no me conocía! “Es una señal de la vida, tengo que hacer esta película”, pensé. Aunque no es igual, hay parte de mi historia.

—Vayamos a tu historia: ¿cuándo se conocieron con Federico?

—Nos conocemos desde los 14 o 15 años. Mis amigos del colegio eran amigos suyos, y nos hicimos amigos.

—¿Siempre se mantuvo esa amistad?

—Sí, siempre fuimos amigos.

—¿Vos le conociste novias, él te conoció novios?

—Todo. Es más, mi requisito con mis novios era: “Con esta persona no podés tener celos porque es mi mejor amigo, ¿entendés? Nada”. Después, pobres... Seguramente se me rieron años.

—¿Hasta que un día, que pasó?

—Yo me había separado, tenía 27 años. Federico estaba jugando en Jujuy (Gimnasia y Esgrima) y viene a jugar a Buenos Aires, contra Chacarita. Voy a la cancha, como siempre que jugaba acá, con todos los rituales: iba con la madre, los primos, todo. En la cancha, su prima me mira: “¿Cuándo se van a dejar de joder ustedes dos?”. “No sé de qué me hablás, nosotros somos como hermanos”. Y me dice: “A mí Federico no me dijo lo mismo”. ¡Jaque mate! Me dejó recalculando mal. En mi cabeza nunca había pensado más allá de la amistad. Y entonces me fui a Jujuy de sorpresa, para su cumpleaños.

Manu Viale en su casamiento
Manu Viale en su casamiento con Federico Freire.

—Antes, ¿le contaste sobre esta situación?

—No, nada. Pero en mi cabeza estaba taca, taca, taca, taca... “¡Qué raro que nunca me planteó nada!”, pensaba. Calladita la boca, me saco un pasaje y me aparezco ahí. Me mira como diciendo: “¿Qué hacés acá?”. Yo, temblando. Nervios, nervios, nervios... Yo ya me había quedado a dormir en su casa, y esa noche, todo muy natural: me puse mi remera de los Minions, mi pantalón de los gatitos, y me puse a ver una serie. “Me acuesto al lado tuyo, veo un capítulo y me voy a dormir”, me dice. Ahí ya sentí una... En un momento se apoya acá. Y me encara: “¿Qué pasa?”. “Ay, no sé. Es que tu prima me dijo algo que no sé si es cierto”. Y nos besamos. Fue como ¡puf! Lo más gráfico que te puedo decir es que sacamos un tapón de una bañadera y se desbordó todo.

—Esa noche arrancaron y ya no pararon nunca más.

—No paramos nunca más.

—¿Sexualmente hablando, se llevaron bien?

—No tuvimos sexo la primera vez. Yo me puse muy nerviosa y lo mandé a dormir al living.

—¡Pobre chico! Hacía 15 años..

—Lo sé, pero bueno, yo estaba re nerviosa: se jugaban 15 años de amistad. “Es un montón por hoy. Te vas a dormir”, le dije. Al otro día él entrenaba, y después quedaba concentrado. O sea, no nos vimos. Después del partido, fuimos a caminar. Teníamos 400 millones de cosas que hablar.

—¿Qué te daba miedo?

—Tenía miedo de que se vaya todo a la mierda. Para mí, nuestro vínculo como amigos era sagrado. La única diferencia de un amigo a una pareja es el sexo. Después, la situación es la misma.

—¿Se pusieron de novios inmediatamente?

—Dijimos: “Che, no podemos joder. Vamos a ponernos serios y arranquemos un vínculo de nuevo. Así que vos aclará tu situación, yo aclaro la mía, y volvemos. Dos días”. Yo estaba soltera, él estaba soltero, pero había cositas; uno nunca está solo. Y fue ahí que bueno, listo.

—¿Cuánto tiempo estuvieron de novios hasta que se casaron?

—Cuatro años. Me propuso casamiento en Disney.

—Los casó tu hermana, Juana.

—Sí. Y también Juan, el hermano de él. Esa ceremonia fue más hermosa de lo que había soñado. Le pregunté a mi hermana si se animaba y se súper emocionó. Fue por videollamada, porque ella estaba en Uruguay. “¿Te podés sentar? Hablemos un rato. Estuve pensando y me gustaría que lleves la ceremonia”, le dije. Y se largó a llorar. Y ya me largué a llorar yo. “¡Cómo me vas a decir esto!”, me dijo. “¡Sí, obvio!”. No pensé que se iba a emocionar tanto, entiendo que debe ser re fuerte.

Manu Viale protagoniza "Como si
Manu Viale protagoniza "Como si fuéramos solo amigos". (RS Fotos)

—¿Cómo es el vínculo con Juana?

—Re bien. Somos cuatro (hermanos: Juana y Nacho los mayores; Matías, el menor), y es mi única hermana mujer. Nos llevamos bastantes años, pero tenemos un vínculo re lindo.

—¿Con Nacho también?

—Sí. Con los tres. Mati es más cercano a mí porque es más pegado. Pero sí. Es un vínculo de hermanos.

—¿Nunca fuiste al programa de Juana?

—No.

—¿Te dan ganas?

—Si me invitan, obvio que voy a ir. Pero nunca lo pediría. También me da un poco de nervios: prefiero que me entreviste Juana a que me entreviste la Chiqui.

—¿Tenés vínculo con Mirtha?

—Sí, obvio. Me llevo bárbaro. La amo. Pero bueno, hay que atenerse a que te pregunte cualquier cosa... Y con Juana me cagaría de risa, sería divertido. Habría una complicidad extra.

—¿Qué tal la Chiqui?

—¡Es lo más! Desde que somos chicos estamos acostumbrados a pasar las Fiestas, desde que mis papás estaban casados. Lo tengo renaturalizado. Siempre pasamos las Fiestas con los matrimonios juntos, para que mi papá (Ignacio Viale del Carril) estuviera con sus cuatro hijos. Su mujer, su exmujer, y la pareja de su exmujer.

—Es ideal, lo que debería suceder. Y para los chicos es fantástico.

—Sí, porque genera un clima lindo. Y podés generar ese vínculo sano entre dos parejas que se quisieron mucho, que compartieron y tienen hijos. Yo me críe con la mentalidad de que la mamá de los chicos (por Marcela Tinayre) es lo más. Y la familia de los chicos también.

—¿Y tu papá, cómo es?

—Una masa. Igual, tengo un Edipo terrible... Siempre presente, tiene su vínculo con los cuatro. Es un papá de fierro. Él acompaña los procesos y los trabajos de cada uno. Si le cuento que tengo una entrevista, me dice: “Acordate lo que querés decir, del mensaje que querés bajar”. Eso me da mucha ternura, porque lo hace desde que yo soy muy chiquita.

—¿Y tu mamá, Mariana Virasoro?

—Mamá lo ve más (al streaming). Es mi fan número uno. Ahora, con la peli está fascinada. Mi papá lo vive desde el lado de que sus hijos varones, Nacho y Matías, están más detrás, y nosotras dos (con Juana), un poco más expuestas. Matías ya tiene 31 pero es más tímido, no le gusta mucho la cámara.

—¿Cómo fue tu infancia? ¿Qué recordás?

—La viví re sana. Me pasó mil veces de que la gente me pregunte si cargo con el apellido que llevo, o me arrepiento, y no, cero. Para nada.

—¿Peor dolor de cabeza que les diste a tus padres en tu adolescencia?

—No era tan conflictiva. Sí con el colegio, con las notas, porque era bastante vaga y me llevaba todas las materias. Siempre fui muy la nena de papá: nunca me escapé de mi casa, ni me rateé del colegio, siempre me porté bastante bien.

A los 13 años, tras
A los 13 años, tras episodios de ausencias, recibió el diagnostico de Epilepsia.

—Contaste que tenés epilepsia.

—Sí. Y ese fue el susto más grande que tuvieron (mis padres). A los 13 años empecé con ausencias en el colegio. Me gustaba leer en voz alta, y leyendo El caballero de la armadura oxidada, tenía ausencias: como que me iba y volvía.

—¿Vos te dabas cuenta?

—No. Me daba cuenta cuando volvía porque mis amigos empezaban con “¡Ay, Manuela!”. Arrancó como un chiste, hasta que empezó a ser más recurrente. Ahí consultamos a un neurólogo, me hicieron varios estudios, y empecé a tomar medicación. Al principio yo no entendía mucho. Viste cuando te dicen: “No podés hacer esto”. Bueno, hasta que no metés el dedo y te quemás, no entendés.

—¿Qué era lo que no podías hacer?

—Y... no podía volarme la cabeza con alcohol, para no mezclar la medicación con el alcohol. Esas cosas que uno hace adolescente, que no sabe tomar. Y obviamente, lo hice. Así tuve mi primera convulsión, a los 17 años. Me había quedado a dormir en la casa de una amiga, lo llamo a mi papá a la oficina y en ese momento tengo un blanco: me caí hablando con papá, por teléfono. Y me golpeé. El tema de las convulsiones es que vos no te lastimes. Si te agarra durmiendo, te mordés la lengua un poquito y no pasa nada.

—¿Te lastimaste en ese golpe?

—Sí. Me la di contra la mesa. Y mi papá a los gritos por el teléfono, porque escuchó un ruido. Cuando me levanto estaba mi tío, que es médico, y mi papá. Es como que se me resetea el CPU: hasta que yo entiendo lo que me pasó, estoy como medio perdida.

—¿Cuánto tiempo dura un episodio así?

—Entre segundos y hasta cuatro minutos, más o menos.

—Pero tu papá no llegó en cuatro minutos.

—No, pero hay una brecha en la que yo ya estoy despierta, después de la convulsión, pero no me acuerdo. Hay un blanco, donde todavía estoy tratando de entender qué me está pasando: “Estoy en el piso, ¿qué pasó? ¿Me golpeé?”. Esa primera convulsión fue tres días antes del viaje de egresados. El médico me dejó ir porque le prometí que no iba a tomar alcohol.

—¿Y no tomaste alcohol?

—No. Y ahí, me hizo un clic en la cabeza. Al principio estuve muy enojada con la situación, me costó, porque cuando sos adolescente no entendés nada y todo es malo: “Me lo estás haciendo a mí, a propósito. Y vos, mamá. Y vos, papá...”. Después vi que no era tan grave. “Manuela, podés salir, pero hacé las cosas que tenés que hacer: tomar la medicación, dormir bien, no tomar alcohol. Y podés hacer deporte, manejar, un montón de cosas”. Cuando entendí que no necesitaba el alcohol para divertirme con mis amigos, aprendí a ver la vida de otra forma.

—¿Qué debe hacer una persona que está al lado de alguien que convulsiona?

—Lo único que hay que hacer es sostenerla, para que no se golpee. ¿Por qué? Porque el cuerpo hace mucha fuerza, y mi cuerpo va a empezar, con toda la fuerza, a pegar de un lado para el otro.

—¿Y la lengua?

—Nunca en tu vida metas un dedo o la mano adentro de la boca de una persona que está convulsionando. Es un peligro porque te la corta: la mandíbula tiene mucha fuerza, y todavía más convulsionando. Es mentira que te vas a tragar la lengua, es un mito. Sí, te la vas a morder, pero no pasa nada: me la mordí mil veces. Que pase. Solo sostener el cuerpo, como un bodoque. Bancarla. Es horrible porque uno no es consciente, y cuando uno se levanta, ya está, ya pasó. Federico me lo dijo una vez: “Vos no entendés, yo pensé que te morías”. Y yo tipo: “Ya estoy. No pasa nada”.

—Cuando salís, ¿seguís como si nada?

—¿Cuándo se te resetea? Estás como: “Bueno, ya está, ya pasó”. Hace cuatro años cambié la medicación. Después de la convulsión a los 17, no tuve más, pero en los estudios me seguía dando que yo tenía descargas eléctricas. Cuando crezco hago una consulta y me explican, como que te diga, que mi anterior médico decía “A” y este médico decía “Z”. Me enteré de cosas que no sabía y me fui muy enojada. Lo llamé a mi papá, diciéndole que me habían ocultado información. Entiendo que yo era muy chica y me tenían que decir cosas muy extremas, como que no tomara alcohol. Hacemos una tercera consulta, con el doctor Conrado Estol, que me dice: “Ni ‘A’ ni ‘Z’, vamos a un medio. Si vos no querés tomar más la medicación, no la tomás, pero vas a tener convulsiones. Yo te acompaño en el proceso”. Me gustó que me diera una alternativa.

—Te dejó ser la responsable de tu salud.

—Sí, manejar yo la situación. Y me dijo: “Podés seguir tomando esta medicación y seguir teniendo las descargas, o podemos probar con una medicación que es la mejor de todas, y ver si hay un cambio”.

—¿Te molestaba la medicación?

—Sí, me molestaba depender de una medicación. Me enojaba. Pero a la vez tenía una vida re normal. Un montón de personas dependen de una medicación, pero bueno, es muy difícil ponerte en el lugar del otro.

—¿Y ahí pasaste mucho tiempo sin tener una convulsión?

—12 años. Y después, cuando cambié la medicación, Conrado me avisó que podía convulsionar, entre que dejaba una e incorporaba la otra, porque la dosis varía para cada persona. Entonces, en ese cambio, tuve convulsiones.

—¿La epilepsia tiene que ver con la electricidad en el cerebro?

—Sí, son descargas eléctricas. Y puede ser genético: creo que mi abuela paterna tenía epilepsia, no lo tengo muy claro. Se supone que lo mío es una epilepsia infanto juvenil, y que a medida que uno va creciendo, se va.

—¿Llevás una vida normal?

—Normalísima. Lo que debo hacer es tomar la medicación. No puedo joder con el sueño: tengo que dormir 7 u 8 horas por día, sino mi cuerpo queda resacoso, como muy cansado. El sueño es muy importante en una persona con epilepsia.

—Ahora, ¿cómo está todo?

—Vengo bien. Hace 11 meses que no convulsiono. También estoy haciendo un trabajo mío, muy interno. Cada vez que convulsiono para mí es algo de mi cabeza, de llegar colapsada, pasada de trabajo, y cuando relajo, ¡púmbate! Entonces estoy tratando de organizarme bien para no colapsar.

Manu Viale en Circuito Cerrado.
Manu Viale en Circuito Cerrado.

—¿Dónde encontraste el bienestar? ¿Qué cosas te hacen bien?

—La naturaleza me conecta, me baja. Cuando estoy alterada o nerviosa, me voy al jardín y empiezo a regar, a hacer jardinería.

— Crías mariposas.

—Tuve una época, en la pandemia. Vivíamos en Beccar y tenía un cuadrado de 40 metros de jardín. La chica que me puso la huerta criaba mariposas y me explicó. Cada mariposa tiene su planta hospedera, que es donde pone el huevo. La que yo crié, que es la más común, la naranja y negra, tiene una planta hospedera que se llama asclepia. Entonces me compré un par de plantas y las puse en mi casa. Tenía mucha mariposa, mucho colibrí. Pero me obsesioné a un nivel que las metí, para que no se las coman los bichos, las avispas y los pajaritos.

—¿Qué metiste adentro de tu casa?

—Las plantas con las orugas, todo. Había orugas caminando por mi casa.

—Es un montón.

—Sí, es un montón... Pero me había obsesionado. Después me relajé. Es muy fascinante. Lo más magnífico que tiene este mundo es ver cómo un bicho muere, se forma en líquido, y después se transforma en una mariposa.

—¿Cuanto vive una mariposa?

—Yo tuve una con una alita media mocha que me nació y estuvo como tres días en mi jardín, ahí, comiendo néctar. Puse plantas para que se puedan alimentar. No, no. Me volví loca.

—Además de la epilepsia, hace poco contaste que perdiste un embarazo. Me parece muy importante hablar del tema porque se habla poco, y se le resta valor a lo que una está viviendo.

— Es algo más normal de lo que creemos, porque eso me pasó: necesitar hablar, y encontrarme con muchas mujeres que les había pasado lo mismo. De un momento de sentirme muy sola, pasé a decir: “Ah, no estoy tan sola”. Pero es muy difícil, muy difícil. Creo que cada mujer lo atraviesa como puede. No se puede juzgar a nadie. Porque si lo decís, si no lo decís, cómo lo contás, si tenés que hablarlo, no tenés que hablarlo, tenés que llorar... Cada una tiene su proceso y es súper respetable. A mí me sirvió mucho hablar con personas que pasaron por esto.

—¿En qué etapa del embarazo estabas?

—Muy muy pronto. Pero nunca pensé que algo... Y entendí que puede pasar, que es re normal, y que no es nada con vos ni con la pareja. Por suerte me pasó al principio y no más adelante. Hice terapia. Necesité darme el tiempo de hacer mi duelo y estar tranquila, y entender que lo que me pasó fue importante, y que me perjudicó, que me afectó. Pude darme el lujo de estar tranquila, llorar el tiempo que tuve que llorar, atravesarlo. Lo pasé, lo atravesé como pude, me afectó. Y acá estoy. Y la vida sigue.

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