En medio de las declaraciones de Tilsa Lozano este 7 de diciembre en ‘El Valor de la Verdad’, la modelo sorprendió a Beto Ortiz que no quería revelar las identidades reales de los hombres que marcaron una de las etapas más oscuras de su vida. El entrevistador propuso llamarlos X y Z para poder relatar lo ocurrido sin comprometer a nadie.
Fue así como la modelo empezó a reconstruir un episodio que jamás imaginó contar frente a cámaras: una persecución a balazos, un secuestro, y una relación que la llevó al borde de la muerte cuando apenas tenía veinte años.
Z, como decidió llamarlo, era un hombre que le llevaba unos quince años. Tenía entre treinta y cuatro y treinta y seis, y aunque muchos calificarían esa diferencia como un detalle menor entre adultos, para ella, en ese momento, era abismal. “Para mí no era un hombre maduro, era un viejo y punto”, dijo sin rodeos, recordando cómo veía la situación con la mente joven y acelerada que tenía entonces.

Tilsa Lozano revela que fue parte de una persecución a balazos
No fue la edad lo que la atrajo, sino la adrenalina y las malas decisiones que, según confiesa, dominaron esa etapa de su vida. “Yo estaba mal de la cabeza en esa época. Era una chibola adrenalínica, me gustaba escaparme de mi casa, hacer estupideces”, admite.
Una noche, mientras iba en un carro con Z, otro hombre y una amiga, escuchó disparos. Su reacción inicial fue ingenua: pensó que era un intento de robo. Pero pronto entendió que la escena era algo mucho más grave. Los disparos continuaron, los movimientos bruscos en el auto aumentaron y la persecución se volvió evidente. “Cuando continúa la persecución, yo me asusto y pido que me bajen. Ahí entendí que esto no era para mí”, relató. Tiempo después descubriría que todo se trataba de un ajuste de cuentas dirigido a Z.

Tilsa Lozano revela que fue secuestrada por ‘Z’ tras poner fin a su relación
Lo que siguió fue un proceso de alejamiento, pero también la revelación del verdadero carácter de este hombre. Al intentar terminar la relación, Z mostró una violencia que Tillsa no había reconocido del todo.
“A veces camuflan la violencia en bromas, en que están tomados o en que son celosos porque te aman”, reflexionó. Él no aceptó la ruptura. Primero le prohibió sacar sus cosas de su casa. Luego comenzó a seguirla, estacionaba cerca, vigilaba sus movimientos y, como ella misma describe, le hacía un “reglaje”.

Una noche, varios meses después, cuando ella salía de una discoteca en Miraflores, Z apareció en su carro, le habló con amabilidad fingida y le ofreció llevarla. Tilsa cometió el error de subir, pensando que era una coincidencia. “Me puso el seguro del carro, me agarró de acá y me reventó la cabeza contra el tablero”, confesó. Ese fue el inicio del secuestro.
La llevó obligada a una casa en La Molina. Ella recuerda solo fragmentos, como si su mente hubiese decidido protegerla borrando lo que más dolía. Sabía que estaba desnuda, sabía que él abrió una ducha de agua helada y la golpeó repetidamente. “Me reventó a golpes. Me bajó de los pelos, me quitó toda la ropa”, dijo entre respiraciones profundas. En medio de la agresión, él le dio un blister de clonazepam y le ordenó tomarlo. “Tómate todas para que te calmes”, le dijo. Ella obedeció. Luego, simplemente dejó de recordar.

Logró escaparse
Camila, su amiga, explicó que durante ese tiempo nadie sabía dónde estaba. Tilsa vivía prácticamente sola, mantenía su vida con su propio trabajo y tenía una independencia que, irónicamente, la dejó desprotegida. “Cuando desperté, solo trataba de darle la razón en todo para sobrevivir”, contó.
Su única oportunidad llegó cuando vio una ventana abierta. En un polo prestado, sin zapatos y todavía aturdida por la droga, escapó corriendo hasta llegar a una avenida, donde tomó un taxi. Nunca lo denunció. “Por miedo”, dijo con absoluta honestidad. Miedo porque sabía perfectamente quién era él, qué hacía y cuán lejos podía llegar.
El entrevistador le preguntó si aquella experiencia la curó de su afición por los “bad boys”, una etiqueta que incluso Camila usó. Tilsa, sin intentar disfrazar sus patrones afectivos, respondió: “Creo que tengo un pésimo radar para elegir parejas”. Aún está en proceso de sanar.




