El refuerzo militar y policial en la cárcel de Emboscada, al norte de Asunción, comenzó después de descubrirse un intento de fuga protagonizado por Erick Luis Moreno Hernández, alias ‘El Monstruo’. El operativo, coordinado entre Paraguay y Perú, encendió una alerta regional por las sofisticadas redes delictivas que buscan vulnerar el sistema penitenciario.
La amenaza de una evasión orquestada desde el interior del penal llevó a las autoridades a tomar medidas extraordinarias: la presencia de efectivos armados, controles más rigurosos y monitoreo extremo de las comunicaciones pasaron a ser rutina en torno al recluso considerado de alto riesgo y su entorno criminal.
Seguridad reforzada y militarización tras el intento de escape

La penitenciaría de Emboscada se transformó en un enclave militarizado luego de que la inteligencia penitenciaria confirmara el plan para poner en libertad a Erick Luis Moreno Hernández. Las autoridades, lideradas por el Ministerio de Justicia de Paraguay, recibieron datos proporcionados por la Policía peruana que advertían sobre una operación de rescate que involucraba autolesiones y la colaboración de sicarios contratados fuera del país. El ministro Rodrigo Nicora expuso durante el programa ABC que, a partir de esa información, se activaron procedimientos especiales en la vigilancia y se dispuso el despliegue de fuerzas armadas para blindar el penal.
Los accesos permanecen bajo guardia permanente, con revisión reforzada de funcionarios y requisas aleatorias en zonas de tránsito y áreas comunes. El monitoreo de las comunicaciones, tanto telefónicas como digitales, fue intensificado para impedir que se repitan intentos de coordinación entre internos y actores externos.
El plan de fuga y su estructura
La investigación detalló que Moreno diseñó, desde su celda, un esquema enfocado en obtener un traslado médico simulado mediante lesiones autoinducidas. El objetivo era aprovechar la ocasión fuera del penal para que un grupo armado interviniese, gestionando el punto de encuentro y el escape. La logística, según las pesquisas oficiales, contemplaba asignaciones específicas a los miembros de la red: transporte, equipamiento, rutas de acceso y financiamiento, evitando siempre el uso de canales financieros tradicionales.
Perú y Paraguay cruzaron información sobre los movimientos vinculados al caso y constataron transferencias monetarias dirigidas a solventar el operativo. La presunta administradora financiera de la organización, identificada como Jhoselyn Balarezo, habría gestionado los desembolsos y facilitado recursos fuera de territorio peruano.
Sospechas sobre funcionarios del sistema penitenciario
La posible implicación de agentes penitenciarios paraguayos agravó la situación. El propio ministro Nicora, en diálogo con ABC, reconoció que existen pruebas sobre la participación de, al menos, dos funcionarios facilitando teléfonos y espacios apartados para que Moreno mantuviera contacto clandestino con sus cómplices. Esta colaboración permitió reuniones virtuales y la transmisión de indicaciones directamente desde la celda, burlando los mecanismos convencionales de seguridad interna.
A raíz de estos hallazgos, el Ministerio de Justicia dispuso una pesquisa interna sobre los responsables y amplió las medidas disciplinarias, implementando barridos tecnológicos y controles sorpresa en todos los pabellones.
Cooperación regional y situación de máxima vigilancia

El caso motivó la consolidación de un intercambio sostenido de información entre los organismos de seguridad de Paraguay y Perú, con asesoría cruzada para prevenir otros eventos similares. El penal de Emboscada se mantiene bajo régimen especial, con patrullaje constante y monitoreo militar de las operaciones regulares del establecimiento. Los protocolos de emergencia, desde la inspección médica hasta la circulación de recursos, fueron modificados para dificultar cualquier movimiento irregular relacionado con internos de alto perfil.
La investigación internacional continúa abierta, mientras tanto, la extradición de Erick Luis Moreno Hernández no ha resuelto la inquietud en torno a la seguridad carcelaria y la capacidad de las organizaciones criminales para operar en el entorno penitenciario. La presión sobre el sistema local se mantiene, con todos los esfuerzos centrados en neutralizar posibles colaboraciones internas y consolidar la respuesta institucional frente a amenazas de esta magnitud.



