
Renzo llegó a Venezuela en septiembre de 2024 con un solo propósito: arrodillarse ante su novia, Rosa Carolina, y pedirle matrimonio. Después de pasar unos días juntos en Cúcuta, la pareja cruzó la frontera hacia territorio venezolano. Nunca imaginaron que ese cruce marcaría el inicio de una pesadilla de casi 300 días.
“Pensaba que me iba a morir ahí adentro”, cuenta Renzo a Latina Noticias, aún con la voz perturbada. Aquella tarde, agentes vestidos de negro los interceptaron, revisaron sus pertenencias y, sin darle explicaciones, lo detuvieron junto a su novia, la amiga de ella, el taxista que los trasladaba y un acompañante colombiano que conducía una motocicleta. Desde ese instante, comenzó un encierro que él describe como “inhumano”.

“Me acusaron de espionaje”: los cargos inventados
Tras su captura, Renzo asegura que nunca le permitieron llamar a su familia ni solicitar apoyo consular. Los agentes le quitaron el celular, desbloquearon el equipo usando su rostro y revisaron sus fotos. Allí vieron imágenes laborales donde él usaba uniforme táctico y portaba armas en Estados Unidos.
“Me dijeron que era comando, que estaba en una misión”, relata. Primero lo acusaron de espionaje y, luego, en una audiencia sin garantías, le imputaron cuatro delitos de terrorismo. A su pareja y a los otros detenidos venezolanos, se les sumó el cargo de traición a la patria.
Renzo niega cualquier vinculación con actividades militares: “Solo trabajo con ropa táctica en EE.UU. Es parte de mi empleo”.

Diez meses en una prisión de máxima seguridad
Renzo fue enviado al penal El Rodeo I, conocido por albergar presos políticos y por sus duras condiciones de encierro.
Describe una celda diminuta que compartía con otro detenido, un baño improvisado en un hoyo del piso, agua oxidada y escasa, insectos, animales y enfermedades generalizadas. “Vivíamos entre ratas, cucarachas y hasta murciélagos. Me salieron hongos en los pies, estuve semanas con alergias y no había medicamentos”, testimonia.
También denuncia tortura física: golpes, maltratos, mordeduras de perros y una muela rota que, según dice, terminó infectándose por falta de atención médica. “Me pegaron tanto que terminé reventándome la frente contra la reja. Era demasiado”.
El rescate diplomático que le salvó la vida
Renzo recién pudo comunicarse con su familia el 15 de mayo de 2025, ocho meses después de ser detenido. Su liberación —aunque aún no definitiva, según afirma— fue posible gracias a gestiones de la Cancillería del Perú y del gobierno de Estados Unidos.
Sin embargo, la preocupación continúa. Su novia, Rosa Carolina, sigue detenida en Venezuela, al igual que cuatro peruanos más: Arturo Paredes, Ricardo “Miyagi” Meléndez, Marco Antonio Madrid y una mujer peruana en la prisión de mujeres.
“Estoy afuera, pero no estoy libre. No duermo, no pienso, estoy bloqueado”, dice Renzo, quien pide apoyo para que los demás compatriotas también sean liberados.

Otros peruanos siguen encarcelados en condiciones extremas
Renzo asegura que conoció a varios connacionales y otros extranjeros detenidos por los mismos cargos fabricados. Colombianos, rusos, ucranianos, italianos, pakistaníes, iraníes, hondureños y cubanos compartían las mismas celdas.
“Todos inocentes, todos acusados de conspiración. Es un secuestro”, afirma.
La situación de su pareja, madre de cuatro hijos —una de ellas con una condición cardíaca que requiere atención constante— es lo que más lo atormenta. “Ella no tiene quién la represente. No sé cómo ayudarla. Solo quiero traerla de vuelta”.
Renzo hizo un llamado al Gobierno peruano para que intervenga por razones humanitarias y gestione un diálogo que permita liberar a los demás compatriotas y, si es posible, también a su pareja.
“No sé cómo estoy vivo, pero ahora que estoy aquí, solo quiero que nadie más pase lo que yo pasé”, dice mientras intenta contener las lágrimas.


