La reciente decisión del Congreso de la República del Perú para impulsar la recuperación de los restos de la goleta Covadonga, hundida en 1880 frente a las costas de Chancay durante la Guerra del Pacífico, ha vuelto a poner en debate tanto las posibilidades técnicas como el valor simbólico de rescatar un ícono del pasado marítimo sudamericano. Avalada por una contundente mayoría legislativa, la propuesta encarga al Ministerio de Cultura, en coordinación con el Ministerio de Defensa, autoridades locales y regionales, la ejecución de acciones para preservar y restaurar los vestigios del célebre navío, según informaron medios nacionales.
La Covadonga fue construida en 1859 como buque correo en la ciudad española de Cádiz, específicamente en el Arsenal de la Carraca. De casco de madera, 48,5 metros de eslora y 630 toneladas, la embarcación contaba con propulsión a vapor y velas, lo que le permitía alcanzar siete nudos. Inicialmente armada con dos cañones de 68 libras, a lo largo de su dilatada carrera bélica su dotación artillera fue incrementada, sumando piezas Armstrong y un cañón Hotchkiss de 37 mm.
Durante sus primeros años, cubrió la ruta Manila-Hong Kong bajo bandera española, participando como buque correo y missilero. Sin embargo, su destino cambiaría en las guerras de independencia hispanoamericanas y, de modo definitivo, en el combate naval de Papudo en 1865. En esa batalla fue capturada por la corbeta chilena Esmeralda, comandada por Juan Williams Rebolledo. Incorporada a la Armada de Chile, conservó su nombre original y entró en la historia sudamericana.

Protagonista en la Guerra del Pacífico
Tras su captura, la Covadonga participó en episodios históricos como el combate naval de Abtao, pero alcanzaría relevancia continental en la Guerra del Pacífico (1879-1884). Su intervención fue clave en los bloqueos de Arica y el Callao y, sobre todo, en el combate naval de Punta Gruesa (21 de mayo de 1879), uno de los momentos definitorios del conflicto. En esa ocasión fue perseguida por la fragata peruana Independencia, que terminó encallando tras una fallida maniobra, sufriendo una pérdida militar que mermó drásticamente el poder naval del Perú.
Durante toda la campaña, la Covadonga operó como pieza estratégica de la escuadra chilena, monitoreando la costa peruana y participando en bombardeos y operaciones de interdicción, cumpliendo tanto acciones ofensivas como de reconocimiento y bloqueo.

El hundimiento en Chancay: estrategia y audacia peruana
El 13 de septiembre de 1880, mientras patrullaba las costas de Chancay en misión de bombardear el puente ferroviario local —considerado vital para el abastecimiento peruano— la Covadonga caería en una emboscada decisiva. El teniente Decio Oyague Neyra, al mando de la brigada torpedera peruana, dispuso la aproximación de un bote aparentemente inofensivo cargado con explosivos: una trampa preparada para engañar a la tripulación enemiga. Cuando la nave chilena intentó remolcarlo, la carga detonó, abriendo un boquete de cuatro metros en el casco y sentenciando el destino de la embarcación.
La Covadonga, bajo el mando del capitán Pablo de Ferrari, se hundió en apenas tres minutos. Según el relato oficial del teniente chileno Enrique T. Gutiérrez, la explosión fue devastadora: el comandante perdió la vida junto a 31 de sus 109 tripulantes. Cuarenta y ocho marineros fueron tomados prisioneros y otros 29 lograron escapar en un bote, rescatados posteriormente por la cañonera Pilcomayo. La acción peruana fue considerada un golpe demoledor a la moral chilena en medio del conflicto. La reacción no se hizo esperar y la Armada de Chile desencadenó represalias contra varios puertos costeros, incluyendo el bombardeo de Chancay, Ancón y Chorrillos, aunque sin lograr el efecto intimidatorio deseado.

El naufragio y la disputa por la memoria
Tras el hundimiento, marinos chilenos bucearon y extrajeron parte de la artillería y objetos de valor antes de dinamitar lo que quedaba del casco para impedir su recuperación por parte de los peruanos. Décadas después, el naufragio fue objeto de depredación por buscadores de tesoros y pescadores, sumando perjuicio a los estragos del mar y el paso del tiempo. En 1959, la Capitanía de Puerto del Callao autorizó una extracción funcional: algunos objetos fueron recuperados y restaurados para el Museo Naval del Perú. En 1993, pescadores locales hallaron un cañón, un ancla y veinte metros de cadena, hoy expuestos en la Plaza de Armas de Chancay.

Las revisiones técnicas de la Marina de Guerra del Perú entre 1987 y 1998 determinaron que el casco de la Covadonga apenas sobrevive: solo quedan la quilla y algunos maderos dispersos, severamente dañados por los embates marinos y extracciones subacuáticas. El periodista y escritor Gastón Gaviola del Río explicó que “la madera estaba podrida por las inclemencias naturales del mar”, sin puntos firmes para un eventual izado. El contralmirante Juan Carlos Lloza coincidió en que reflotar la nave sería “un esfuerzo enorme y costoso”. Para los especialistas, la única medida razonable y viable consiste en rescatar y preservar las piezas que aún puedan recuperarse y destinarlas a los museos como testimonio material de la historia.

La Covadonga como símbolo
Actualmente, los restos de la Covadonga reposan en el fondo de la bahía de Chancay, mientras que la mayoría de piezas extraídas forman parte de las colecciones del Museo Naval del Perú, en el Callao, y otros espacios museísticos en Chancay. El reciente dictamen parlamentario no aspira a un reflotamiento total —algo inviable según los informes técnicos—, sino a respaldar legalmente la identificación, protección y exhibición pública de cualquier vestigio que ayude a fortalecer la memoria nacional y el valor patrimonial del sitio.
Para los habitantes de Chancay, la Covadonga es más que los restos dispersos de un buque: es un emblema de la resistencia peruana, un símbolo de audacia y un recuerdo vivo de uno de los episodios más dramáticos de la Guerra del Pacífico. Las campañas de preservación impulsadas desde la Municipalidad Distrital y el Gobierno Regional de Lima apuntan no solo al rescate material, sino a la revitalización de la historia local y su proyección en la identidad nacional.

La trayectoria de la Covadonga, desde su construcción en Cádiz al desenlace trágico en aguas peruanas, constituye una síntesis de los avatares bélicos, las luchas de soberanía y los procesos de construcción de memoria en el Pacífico sur del siglo XIX. Su evaluación como patrimonio cultural subacuático —protegido bajo la Ley General del Patrimonio Cultural de la Nación— y su difusión museológica representan, más allá de la posibilidad física de su rescate, un acto de afirmación histórica, educativo y simbólico que une a generaciones y refuerza el sentido de pertenencia y memoria en torno a los grandes hitos de la república.
Así, la historia y el hundimiento de la Covadonga sobreviven hoy como testimonio material, lección de estrategia naval, episodio de valentía y, sobre todo, como recordatorio de que la memoria y los símbolos compartidos son también parte fundamental de la soberanía y la identidad colectiva del Perú.



