
La vida de Andrés Avelino Cáceres, apodado “El Brujo de los Andes”, representa uno de los capítulos más intensos y complejos de la historia peruana, donde la resistencia militar, la reconstrucción posguerra y la lucha política se cruzan en medio de crisis y transformaciones nacionales. Su figura, forjada en los campos de batalla y afianzada en la escena pública, se convirtió en símbolo de la capacidad peruana para sobreponerse a la adversidad y reconstruir la nación.
Nacido en Ayacucho el 10 de noviembre de 1836 —aunque algunos cronistas sostienen la fecha de 1833—, Cáceres provenía de una familia mestiza con raíces españolas. Desde joven se sintió atraído por la causa liberal de Ramón Castilla, abandonando los estudios para enrolarse en el ejército en 1854. Sus primeros años militares transcurrieron en los tumultos internos del siglo XIX, participando en la batalla de La Palma y en la defensa del gobierno de Castilla frente a la insurrección de Vivanco. Su capacidad de mando, disciplina y temple en el combate le aseguraron ascensos rápidos, así como heridas de guerra que, marcando su rostro y carácter, serían recordadas durante toda su vida.
Su crecimiento militar continuó durante la campaña contra Ecuador en 1859-1860; a pesar de estar convaleciente, también fue enviado a Francia para recuperarse de sus lesiones, una visita que enriquecería su visión del mundo y perfeccionaría su formación. De regreso al país, se reincorporó al batallón Pichincha en Huancayo, ascendiendo sostenidamente en el escalafón militar.
En las convulsiones políticas de los años 1860, Cáceres se opuso al gobierno de Juan Antonio Pezet, enfrentando el destierro en Chile. Retornó tras la revolución de Mariano Ignacio Prado, participando en el Combate del Callao (1866), donde la escuadra española fue rechazada en una de las mayores gestas defensivas del país. Luego de un breve retiro dedicado a la agricultura, fue convocado nuevamente al ejército, participando en la lucha contra los hermanos Gutiérrez y la rebelión de Nicolás de Piérola en Moquegua. En la batalla del Alto de los Ángeles se destacó con tal mérito que fue ascendido a coronel y se le nombró prefecto del Cuzco.
La Guerra del Pacífico y el despertar de la resistencia

El estallido de la Guerra del Pacífico (1879) llamó a Cáceres de vuelta al frente, justo cuando era prefecto del Cuzco. Liderando al legendario Batallón Zepita, combatió brillantemente en las batallas de San Francisco y Tarapacá, donde su carga fue decisiva para el triunfo peruano. En la batalla del Alto de la Alianza, en Tacna, y en la defensa de Lima, volvió a mostrar su temple y coraje, aunque la caída de la capital lo obligó a huir herido y reunir fuerzas dispersas para continuar la lucha.
Cáceres supo utilizar su dominio del quechua y su conocimiento del territorio andino para conectar con las comunidades indígenas, reorganizando la resistencia e integrando montoneras y guerrillas a un ejército regular. Su ingenio estratégico —desde auquénidos disfrazados para simular mayores tropas, hasta invertir la dirección de las herraduras para confundir a los chilenos— le ganó el respeto de sus soldados (“Taita Cáceres”) y el temido apodo de “El Brujo de los Andes” entre sus rivales.
Durante la Campaña de la Breña, lideró victorias en Pucará, Marcavalle y Concepción. Pese al revés en Huamachuco (1883), se negó a capitular y, desde Ayacucho, organizó la resistencia por varios meses más. Solo la retirada chilena y la firma del Tratado de Ancón pusieron fin a la ocupación, aunque Cáceres nunca aceptó plenamente los términos de la paz ni al gobierno de Miguel Iglesias, desatando una nueva guerra civil.
Reconstrucción nacional y liderazgo político

En 1885, la tenacidad de Cáceres y su “huaripampeada” militar —que aniquiló a las fuerzas principales de Iglesias— forzaron la renuncia del presidente y el asedio de Lima. Tras la convocatoria a elecciones, Cáceres fue elegido presidente (1886-1890) en una nación devastada, con deuda externa descomunal y demandas sociales insatisfechas. Su gobierno estuvo enfocado en la reconstrucción nacional y el restablecimiento del orden interno.
Una de sus decisiones más polémicas fue el Contrato Grace (1889), por el cual los ferrocarriles y reservas salitreras se transfirieron a acreedores ingleses a cambio de la cancelación de la deuda externa, asegurando así cierta estabilidad fiscal a costa de recursos estratégicos y controversias sociales. Cáceres implementó reformas fiscales, descentralizó la economía, impulsó la educación primaria y sentó bases institucionales como la Sociedad Geográfica de Lima y el Banco Italiano.
Internamente, debió enfrentar conflictos limítrofes y el creciente influjo de capital extranjero en sectores clave. Pese a los avances logrados, muchas de sus medidas resultaron impopulares, especialmente entre las comunidades andinas, que esperaban mayor atención y reformas sociales.
Últimos años: poder, exilio y legado

Culminado su primer mandato, Remigio Morales Bermúdez fue elegido como su sucesor. Sin embargo, tras la muerte de este y un proceso electoral irregular, Cáceres asumió nuevamente la presidencia en 1894, lo que desencadenó otra guerra civil liderada por Nicolás de Piérola bajo la Coalición Nacional. Tras combates en Lima, Cáceres renunció y partió al exilio en Argentina.
Retornó en 1899 para influir en la política como senador y jefe del Partido Constitucional, desempeñando misiones diplomáticas y participando en el llamado de la República Aristocrática. En 1915 presidió la convención que eligió a José Pardo y Barreda, y en 1919, apoyó el golpe de Augusto B. Leguía. Ese mismo año, fue nombrado Mariscal del Perú, ostentando así el más alto reconocimiento militar en vida.
Falleció el 10 de octubre de 1923 en Ancón, a los 86 años, rodeado del reconocimiento nacional. Sus restos reposan en la Cripta de los Héroes del Presbítero Maestro. La memoria de Cáceres, transmitida en relatos, memorias y biografías —incluyendo las de su hija Zoila Aurora Cáceres y el comandante Julio C. Guerrero— permanece viva en la tradición oral de la sierra central y en la historia nacional, como emblema del coraje, ingenio y perseverancia peruana frente a la adversidad.
A un siglo de su muerte, el legado de Andrés Avelino Cáceres sigue siendo referencia para generaciones de peruanos, inspirando valores de tenacidad, resistencia y vocación de servicio. Su vida, entre la épica militar y los desafíos de la reconstrucción, simboliza la inquebrantable voluntad de un pueblo que se reinventa y defiende su dignidad en tiempos de crisis.



