
En Maca, un pequeño distrito del valle del Colca, las grietas no solo recorren las paredes de adobe, también la memoria de sus pobladores. Cada vez que la tierra se mueve, el sonido metálico de las campanas del templo de Santa Ana se mezcla con el murmullo del miedo. Los sismos no sorprenden a nadie, pero cada uno deja un recordatorio: nada en este suelo es completamente firme.
Los visitantes llegan atraídos por la vista del cañón, por las alpacas y los colores de los tejidos, y se detienen frente a una iglesia cerrada. Detrás de sus portones, el silencio guarda siglos de historia y fracturas invisibles. Santa Ana, construida en la época colonial, ya puede abrir sus puertas sin riesgo. Su estructura descansa sobre una falla geológica que atraviesa el subsuelo del distrito, una línea de tensión que ha hecho tambalear altares y torres desde que se fundó el templo.
El último gran movimiento, en junio de 2023, reavivó la urgencia. El sismo de magnitud 5.2 con epicentro a pocos kilómetros de Maca estremeció nuevamente el valle y dejó al descubierto la vulnerabilidad de sus templos. Entre los más afectados estuvo el de Santa Ana, cuyas bóvedas presentaron fisuras que amenazaban su colapso. Fue entonces cuando la Autoridad Autónoma del Colca (Autocolca) decidió intervenir.
Durante tres meses, ingenieros y técnicos trabajaron sobre una estructura que parecía resistirse al tiempo. “El objetivo es preservar su estabilidad y garantizar la seguridad de quienes la visitan”, explicó Alfonso Mamani, presidente del directorio de Autocolca y alcalde de Caylloma. La intervención no fue una restauración completa, sino un esfuerzo por mantener en pie un símbolo que se niega a rendirse.
Refuerzo en una tierra que tiembla

Los trabajos en el templo de Santa Ana concluyeron recientemente con una inversión de 617,161 soles. La intervención consistió en el apuntalamiento lateral de las torres y bóvedas mediante estructuras metálicas diseñadas para contener el movimiento y reducir la tensión sobre los muros. Las labores se ejecutaron en un plazo de 90 días y permitirán prevenir un deterioro mayor hasta que se logre el financiamiento para su restauración integral.
En el interior, las bóvedas fueron sostenidas con barras y marcos de acero. Desde fuera, los turistas solo alcanzan a observar el contraste entre la piedra colonial y los refuerzos metálicos. La iglesia continúa cerrada por precaución, aunque su presencia sigue marcando el recorrido del circuito turístico del Colca. Frente a ella, los guías relatan la historia del templo y de la falla que lo amenaza, como parte de un paisaje donde la fe y la geología conviven a diario.
“Estamos trabajando para incluir al templo de Maca en un segundo paquete de inversión del Banco Mundial”, precisó Mamani, al referirse al programa que busca proteger los recintos religiosos más vulnerables del valle. Según el funcionario, el objetivo es evitar que el paso del tiempo y los movimientos sísmicos borren una parte importante del patrimonio colonial de Arequipa.
El valle del Colca, territorio en movimiento

El Instituto Geofísico del Perú (IGP) advierte que el valle del Colca es una de las zonas más activas del país. Su dinámica responde a la reactivación temporal de fallas tectónicas locales, al empuje de estructuras volcánicas y a la constante erosión del terreno. “Aquí han ocurrido sismos, están ocurriendo y seguirán ocurriendo”, señala el informe del organismo, que contabiliza más de un centenar de eventos sísmicos en los días previos y posteriores al movimiento del 2 de junio de 2023.
Las consecuencias son visibles: deslizamientos de tierra, carreteras interrumpidas y viviendas afectadas, especialmente aquellas construidas sobre suelos no consolidados. Pero los templos coloniales, levantados con piedra y cal hace más de tres siglos, concentran el mayor riesgo. Su deterioro avanza con cada sacudida y su restauración depende de proyectos de inversión que tardan años en concretarse.
Aun así, Maca continúa siendo una parada obligatoria para los viajeros del Colca. Desde la plaza, el templo de Santa Ana impone respeto. Los andamios metálicos que lo rodean no ocultan su valor histórico, sino que evidencian la fragilidad de un patrimonio que sobrevive entre fallas. Cada grieta cuenta una historia de resistencia. Y en ese valle donde el suelo no deja de moverse, la fe tampoco se detiene.



