
Los peruanos estamos acostumbrados a escuchar lo importante que es la pesca de anchoveta para nuestro país. La cantidad de empleos que genera, su aporte al PBI, la base científica que se usa para definir las cuotas de pesca, entre otras cosas positivas.
Y es verdad que es la pesquería mejor regulada del país, pero esto no siempre fue así. Es por todos conocido que el crecimiento meteorítico de esta industria en sus primeras décadas se dio a costa de ignorar cualquier medida de sostenibilidad, y tratando al recurso como si renovable fuera sinónimo de inacabable; lo que llevó a la especie y a la industria que dependía de ella al borde del colapso. Para corregir esta situación, el Estado tomó una serie de medidas, incluso con resistencia de algunos actores involucrados, para transformar esta pesquería en lo que es hoy, la niña de los ojos de la pesca peruana.
Se definió un método basado en ciencia para la estimación de las cuotas de pesca, se creó un registro único de embarcaciones autorizadas a participar de la actividad, se frenó la clonación de matrículas y embarcaciones con el uso del sistema de seguimiento satelital en cada embarcación, se implementó un sistema eficiente de control de desembarques, se acabó con la competencia entre embarcaciones estilo carrera olímpica con la promulgación del decreto legislativo 1084 que estableció el sistema de cuotas individuales de pesca. Aunque aún hay espacio para mejora, los resultados hablan por sí solos, sin embargo, no parece que hayamos aprendido la lección.
Si miramos hacia el otro lado, tenemos a la pesca artesanal. Responsable del 94% del alimento marino de origen nacional que consumimos con tanto orgullo los peruanos, y generadora de más del 85% de empleos, en mar y tierra, relacionados con la actividad pesquera peruana. Pero a pesar de ser tan importante, la acción del Estado no ha sido ni cercanamente eficiente. Es la hija olvidada del sector pesquero. Es común escuchar a las autoridades hablar de la pesca artesanal, pero acciones concretas para mejorarla, hay pocas.
Un ejemplo concreto es la pesquería de pota, que se ha convertido en los últimos años en la principal pesquería artesanal del país, representando más del 50% de los desembarques, de la producción y de las exportaciones provenientes de la flota artesanal y de menor escala, generando cerca de mil millones de dólares en exportaciones al año. Asimismo, es una de las 5 especies más consumidas por los peruanos, alcanzando el 10% del volumen del consumo nacional de productos marinos.
A pesar de su importancia, los reportes no son buenos, al contrario, parece ser que estamos repitiendo los errores ya cometidos con la anchoveta en los 70s. Una flota sobredimensionada, una temporada de pesca cargada de denuncias sobre pesca ilegal y falta de fiscalización. Embarcaciones que están pescando en este momento a pesar de no estar autorizadas para hacerlo, listados oficiales donde aparecen embarcaciones sin permisos de pesca, pero no aparecen barcos formales dedicados a la actividad, registros de descargas de barcos que no están operando. Temporadas y topes de pesca que no se respetan. Incluso, un congresista intentando abrir nuevamente un proceso de formalización cerrado para que entren más embarcaciones, cuando esta pesquería, como tantas otras artesanales, ya está saturada. En resumen, un cambalache que tiene a los armadores y pescadores artesanales de pota ganando cada vez menos dinero y en un escenario de mayor incertidumbre sobre cuánto tiempo y dinero deberían invertir en el futuro en esta actividad económica. Más ansiedad, familias más preocupadas, caos.
Como se ve al inicio del artículo, las soluciones existen, pero cuando se trata de la pesca artesanal no se ha hecho el esfuerzo de ponerlas en práctica. Aquí tres acciones que podrían hacer la diferencia para empezar a encaminar una pesquería de pota artesanal, moderna y sostenible:
1. Contar con un protocolo de estimación de cuota de pesca claro y transparente elaborado por IMARPE y que se base en la mejor información científica disponible.
2. Tener un registro único de embarcaciones pesqueras autorizadas a pescar pota, conformado por embarcaciones formales, que efectivamente se dediquen a esta actividad y cumplan con las características técnicas para ello.
3. Fortalecer la fiscalización en los puntos de desembarque. A pesar del crecimiento de la flota pesquera artesanal, en los últimos años el número de fiscalizadores en lugar de aumentar se ha reducido drásticamente, disminuyendo la capacidad del Estado para controlar la pesca ilegal. Necesitamos recuperar el orden y el principio de autoridad para que cualquier nueva medida de manejo pueda tener los impactos esperados.
Hay mucho más por hacer, pero con estos tres puntos clave se podría sentar las bases para un cambio sistémico que permita afrontar otras mejoras a futuro que permitan dar mayor valor a este recurso. Recordemos que para ganar más no siempre hay que pescar más. Ya es hora de que el Estado le dé a la pesca artesanal la importancia que se merece, el abandono al que ha estado sometida nos cuesta a todos, especialmente en un país históricamente pesquero como el Perú.



