En la ciudad de Cusco, los aplausos se mezclaron con canciones y recuerdos en un acto cargado de simbolismo. María del Pilar Saldívar Bocángel cumplió 104 años y la Municipalidad de Wanchaq decidió rendirle un homenaje especial, reconociéndola como patrimonio vivo de su comunidad. La celebración reunió a familiares, vecinos y autoridades, quienes resaltaron su entrega a la docencia, una vocación que marcó su vida desde muy joven.
El alcalde William Peña encabezó la ceremonia y le impuso la medalla de alcaldía, además de entregarle una resolución en la que se reconoce su trayectoria educativa. “Reconocer la vida y trayectoria de María del Pilar es también reconocer a todos los adultos mayores, que, con esfuerzo y sacrificio, dejan huella y trabajan por el desarrollo de nuestro país”, señaló el burgomaestre. Su discurso remarcó la importancia de valorar a las personas mayores, a quienes describió como “memoria viva y fuente de sabiduría”.
La celebración no se limitó a discursos ni protocolos. Entre cánticos y anécdotas, la maestra centenaria volvió a mostrar la energía que la ha caracterizado a lo largo de los años. Frente a la audiencia entonó una canción patriótica, despertando la emoción de los presentes. Su voz, aunque quebrada por el paso del tiempo, transmitió la misma fuerza que en las aulas rurales donde enseñó a decenas de generaciones.
Su historia no es solo personal. Representa a una generación de maestros que llevaron la educación a las zonas más alejadas del país, muchas veces sin recursos, pero con convicción. A través de su ejemplo, Saldívar recuerda la importancia de la disciplina y la entrega a una misión colectiva: enseñar.
Una vida marcada por la enseñanza

María del Pilar nació en 1921, en Vilcabamba, provincia de La Convención. Desde muy joven mostró inclinación por la educación. Antes de cumplir 20 años ya reunía a los niños de su comunidad en su casa para enseñarles a leer y escribir. Su dedicación despertó tal entusiasmo que los padres de familia de la zona impulsaron su contratación oficial como maestra.
Su carrera se extendió por varias décadas en comunidades apartadas como Ccasapata, Erapata, Acobamba y Potrero, lugares donde no solo impartió clases, sino también impulsó gestiones comunitarias para la creación de escuelas y servicios básicos. En aquellas zonas, muchas veces alejadas de la mirada estatal, su labor significó la primera puerta de acceso al conocimiento para generaciones enteras.
Hoy, a los 104 años, conserva una lucidez admirable. Lee libros, revisa periódicos y comparte con emoción recuerdos de su juventud. En sus relatos aparecen escenas de largas caminatas hacia las comunidades, jornadas de enseñanza en espacios improvisados y la satisfacción de ver a sus alumnos progresar.
El legado de la disciplina

Entre los familiares de la homenajeada, sus hijas destacan un rasgo que consideran clave en su longevidad y vitalidad: la disciplina. Una de ellas lo expresó con claridad durante la ceremonia. “Ella realmente toda la vida, como hemos dicho, su docencia no se olvida. Incluso a esta edad también sigue recordando: ‘Quiero trabajar, quiero ir. ¿Dónde están mis alumnos?’, nos anda preguntando. Ha sido docente en La Convención y nosotros también hemos seguido su camino. Somos docentes también las hijas”, relató para RPP.
La rutina de alimentación estricta también es parte de la enseñanza que dejó a sus hijos. “Se alimentaba a su hora y comía solamente los productos que son nutritivos. No quería nada de otras comidas. A nosotros también eso nos inculcó. Y si no lo hacíamos, su carácter era fuerte y por eso también hemos sido lo que somos”, comentó su hija.
Ese rigor, que en su momento pudo parecer exigente, es visto hoy como una herencia que trasciende lo personal. La disciplina con la que formó a sus alumnos y con la que educó a sus hijos se refleja en la vida de quienes la rodean.
Familia, memoria y presente

La maestra Saldívar no solo formó estudiantes en las aulas. También construyó una familia numerosa. Tiene ocho hijos, 22 nietos, seis bisnietos y dos tataranietos. Para ellos, la celebración de sus 104 años no fue únicamente un reconocimiento oficial, sino la confirmación de un legado que se mantiene vigente.
Radicada en Wanchaq desde hace más de cuatro décadas, vive rodeada del afecto de sus descendientes. En su casa se guardan anécdotas, fotografías y recuerdos de una vida dedicada a enseñar y aprender. Sus familiares cuentan que aún disfruta entonar canciones, recitar pasajes y compartir anécdotas que revelan su memoria intacta.
Durante la ceremonia en la municipalidad, su canto finalizó con un “¡Viva la Patria!”, un gesto que unió la emoción de la jornada con el compromiso cívico que siempre transmitió a sus alumnos. Ese momento simbolizó la unión entre su vida personal y su trayectoria educativa: la docencia como vocación y la disciplina como enseñanza permanente.