El Papa León XIV no puede ser calificado de progresista o de conservador. Es un Papa que en su primera homilía al inicio de su pontificado ha centrado su mensaje en la universalidad de Cristo al decir que “la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo”.
En este sentido, a diferencia de los que gustan encasillar o tirar bandera de acuerdo a su línea ideológica, el actual Papa con dicho mensaje ha ido más allá de esas fronteras dando a entender que lo católico y cristiano es un mensaje para todas las personas porque el amor de Dios es infinito y no obedece a los tintes ideológicos y partidarios.
Siendo así, ¿pueden los pueblos indígenas esperar algo del actual Sumo Pontífice? Creemos que sí, y mucho.
Un primer aspecto que debemos rescatar es su cercanía con el extinto Papa Mario Bergoglio y su encíclica Laudato si. Como tenemos conocimiento, el anterior pontífice, con dicha encíclica mostró su preocupación por el cuidado de la tierra y el medio ambiente. Un tema que guarda mucha relación con los indígenas debido a la íntima vinculación que tienen con el entorno medio ambiental.
Un segundo aspecto es su identificación con las poblaciones más humildes. Esta identificación del Papa en funciones nace de su larga experiencia de vida como misionero en los pueblos del norte de nuestro país. Además de Piura, Trujillo y Chiclayo, se sabe que viajó e interactuó activamente con misiones católicas ubicadas en la Amazonía como son Iquitos y Pucallpa. En ese sentido, el Papa León XIV podría ser considerado indudablemente como el “Papa de las periferias”. Los pueblos indígenas están entre los grupos humanos menos favorecidos de nuestra sociedad y por eso también es altamente probable que exista una clara identificación con las demandas de las comunidades nativas.
Un tercer aspecto que podemos rescatar es que, en la medida que proviene de un país desarrollado, el Sumo Pontífice Robert Prevost podría dar por supuesto que la base para superar los problemas de exclusión social sea la promoción de la economía. En este sentido, producto de su vasta experiencia en ámbitos de pobreza en el Perú, creemos que el actual Papa será un gran impulsor de la actividad económica desde el punto de vista de la iglesia católica: esto es, que la economía no debe estar desvinculada de la ética en la medida que esta disciplina nos invita a diferenciar entre los seres humanos y los productos manufacturados. Es decir, la diferencia entre las cosas y los seres.
Esta visión del desarrollo guarda mucha relación con los pueblos indígenas.
En primer lugar, desde la óptica de las comunidades, la economía se entiende como un medio y no como un fin. En segundo lugar, si bien es cierto que existe un vínculo muy cercano entre el hombre y la naturaleza, existe un consenso mayoritario de que no es igual una persona con el entorno externo que lo rodea. Esta no igualdad no implica, sin embargo, el irrespeto hacia ese entorno (que podría entenderse como destrucción física o espiritual), sino que se pregona una coexistencia armoniosa de respeto y de beneficio mutuo (tanto físico como espiritual: las cochas y los ríos proveen peces para los alimentos y en las grandes lagunas y cataratas habitan las almas de los ancestros que nutren la espiritualidad de los habitantes). De ahí la importancia del equilibrio en el accionar humano y los límites del mismo en una historia (tiempo) y en una realidad física determinada (espacio).
En tercer lugar, el desarrollo desde la visión de los pueblos originarios no se concibe como un dominio, sino como una necesaria posibilidad humana donde la demanda por satisfacer las necesidades materiales no debe pervertir los medios que hacen posible esa misma posibilidad (la no destrucción de la naturaleza bajo el lema “pienso luego existo”). Es decir, debe haber una correcta y adecuada correspondencia entre la necesidad, los medios que hacen posible satisfacer dicha necesidad (en este caso los recursos de la naturaleza), y la felicidad o fin último de las personas (el equilibrio o la armonía cíclica). En esta relación e interacción correcta y apropiada de los elementos radica el buen vivir de los seres humanos, el buen vivir indígena, donde la fe o el “más allá” es el elemento aglutinador y totalizador. Un desarrollo que desequilibra la correcta relación y el encaje oportuno de los elementos es una perversión.
La doctrina social de la iglesia católica al respecto es clara y se refuerza con la visión que dicha institución tiene al señalar en Laudato si que “siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde”. El sentimiento de no pertenencia a la naturaleza y no conocer y obedecer sus reglas de juego conduce a una autodestrucción y el máximo purpurado en funciones creemos que no dudará en advertirlo, al mismo tiempo que llamar la atención sobre lo que en su momento delató el fenecido Papa Francisco al hablar de “la cultura del descarte” de la actual economía.
Robert Prevost ya había hecho hincapié en esto al indicar en su homilía llevada a cabo el 18 de mayo en el Vaticano que existe mucha discordia en el mundo de hoy debido a un “paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres”. ¿Se puede garantizar nuestro futuro como humanidad excluyéndonos a nosotros mismos y desintegrando y fragmentando la creación que se nos fue dado a “gratuidad”?
Lo que podemos esperar del actual Papa es amplio, aunque con estas pinceladas y relacionamientos de su posible pensamiento e identidad podemos avizorar un pontificado a la altura de los problemas contemporáneos como la necesidad de la universalización del amor como medio único para el auténtico desarrollo y la superación de las inequidades sociales. No obstante, ¿será suficiente eso? ¿Deberían los pueblos indígenas unir mayores esfuerzos con el mundo cristiano y especialmente con el mundo católico?
Con nuestras enormes contradicciones, pero también oportunidades no solo para nosotros como indígenas sino también para la sociedad en general en un periodo muy crucial de la humanidad, los pueblos y comunidades ancestrales podríamos tener, sin ataduras ideológicas y agendas impuestas, y sin caer en el conservacionismo no dialogante ni en la moda del wokismo hedonista un posible aliado importante y altamente influyente desde Roma.
