Este domingo 15 de junio, Lima y Callao vivieron un nuevo sacudón. Un sismo de magnitud 6.1 interrumpió las celebraciones por el Día del Padre y volvió a poner sobre la mesa una pregunta inquietante: ¿está preparada Lima para soportar un terremoto de gran magnitud? La respuesta, según el presidente del Instituto Geofísico del Perú (IGP), Hernando Tavera, es clara y preocupante: no lo está.
Tavera advirtió que el principal problema radica en las autoconstrucciones y el crecimiento desordenado de la ciudad. En las últimas décadas, miles de personas han ocupado laderas, riberas de quebradas y terrenos poco estables, donde levantan viviendas sin asesoría técnica ni cumplimiento de normas de seguridad. “Sin querer, hemos sido nosotros mismos construyendo una ciudad de Lima cada vez en mayor riesgo desde el punto de vista estructural”, señaló con firmeza.
¿Qué ocurrió exactamente el domingo?
El especialista explicó que, aunque el sismo del domingo tuvo una duración muy breve —la ruptura apenas alcanzó los tres segundos—, la percepción del movimiento varió según la ubicación de cada persona. Si el suelo es blando o pantanoso, la sacudida puede sentirse con más fuerza y por más tiempo, especialmente si uno se encuentra en un piso alto. “Si estoy a nivel del suelo, el tiempo será menor, pero si estoy en un segundo, tercer o cuarto piso, el tiempo va a ser mayor”, indicó.
Para el presidente del IGP, este sismo no fue un gran terremoto, ni mucho menos. Sin embargo, sí representó una advertencia. Los niveles de aceleración registrados fueron moderados —del orden de 100 cm/s²—, muy por debajo de lo que generaron sismos devastadores como el de Chile en 2010 (8.8) o el de Japón en 2011 (9.0), donde se alcanzaron hasta 950 cm/s².

A pesar de ello, Tavera resaltó que, salvo casos puntuales, las estructuras en Lima respondieron “de manera adecuada entre comillas”. Esa salvedad se debe precisamente a la calidad variable de las edificaciones, muchas de las cuales no resistirían un evento mayor.
Silencio sísmico
La preocupación del IGP no es nueva. Según sus investigaciones, frente a la costa central de Lima existe una gran zona de acoplamiento sísmico de unos 400 km de longitud. Allí, dos placas tectónicas —la oceánica de Nazca y la continental sudamericana— están en fricción constante, acumulando energía desde hace siglos.
“Históricamente, todo indica que no ocurre un sismo de mayor magnitud desde hace más de 279 años”, advirtió Tavera. Esa es la razón por la cual los simulacros en Lima se diseñan para un sismo de magnitud 8.8: porque esa es la magnitud esperada cuando esa zona libere finalmente toda su energía acumulada.

Pero más allá de los simulacros, la verdadera preparación empieza con las edificaciones. “El nivel de preparación de una ciudad va a estar en base a la calidad de sus construcciones… Si lo que hemos construido no soporta el nivel de sacudimiento, podría colapsar”, enfatizó. Y es ahí donde Lima muestra su punto más débil: miles de viviendas construidas sin supervisión técnica, en zonas inadecuadas, con materiales precarios o en suelos que amplifican los movimientos.
De hecho, la historia ya nos ha mostrado lo que Lima puede vivir. Hace exactamente 85 años, el 24 de mayo de 1940, un terremoto de magnitud 8.2 transformó la capital en una ciudad de escombros, gritos y polvo. El suelo se quebró sin aviso, dejando 179 muertos, 3.500 heridos y miles de edificaciones colapsadas. El sismo fue tan potente que se sintió desde Guayaquil hasta Arica. Lo que siguió fue una reconstrucción desde cero y un país con una nueva conciencia sísmica… aunque, al parecer, no lo suficiente.
Por eso, Tavera insiste en que la prevención debe convertirse en una prioridad. No basta con reaccionar cuando la tierra tiembla; es necesario actuar antes. Esto implica revisar las viviendas, reforzar estructuras, evitar construir en zonas de riesgo, participar activamente en simulacros y educar a las familias sobre cómo actuar en caso de emergencia.


