
Es crucial reflexionar sobre uno de los problemas más devastadores que afectan a las mujeres en el Perú y en el mundo: la trata de personas. Aunque afecta a diversas poblaciones vulnerables de nuestro país, las mujeres afectadas por esta economía ilegal representan el 85.6% de las víctimas, siendo especialmente propensas a la explotación sexual y al trabajo forzado. La trata de personas priva a miles de mujeres de su libertad y dignidad; y tiene impactos profundos no solo en las víctimas directas, sino también en la economía, las instituciones y la cohesión social.
Se estima que la trata de personas moviliza aproximadamente USD 1,300 millones anuales, posicionándose como una de las economías ilegales más lucrativas del Perú. Este delito opera como un ciclo del que las víctimas difícilmente pueden escapar. Según datos oficiales del Obersvatorio de Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior, un tercio de las víctimas son menores de edad, y en muchos casos los tratantes son personas cercanas a ellas, como familiares o conocidos. Esto evidencia cómo las cadenas invisibles de este crimen se entrelazan con dinámicas sociales que perpetúan la vulnerabilidad.

En términos económicos, la trata de personas no solo genera ingresos ilícitos para los criminales, sino que también implica costos sociales y económicos para el Estado y la sociedad. Estos incluyen el gasto en servicios de salud, justicia y seguridad, así como la pérdida de productividad y oportunidades económicas para las víctimas. Además, la desconfianza en las instituciones y la sensación de inseguridad que genera este delito complican aún más su erradicación.
Aunque el Perú ha avanzado en la implementación de políticas como, la Política Nacional frente a la Trata de Personas al 2030, estas no son una solución definitiva al gran desafío que enfrentamos. Combatir este delito requiere mucho más que marcos normativos; exige recursos adecuados y una coordinación multisectorial efectiva para garantizar resultados sostenibles.

La asignación presupuestal actual no refleja la magnitud del problema ni permite fortalecer capacidades operativas en áreas clave como prevención, persecución judicial y reintegración social. Además, los sistemas judiciales y policiales enfrentan limitaciones técnicas y estructurales que dificultan sancionar eficazmente a los responsables.
Es fundamental abordar las causas estructurales que perpetúan este delito. La vulnerabilidad económica y social alimenta el ciclo de explotación; por ello, programas enfocados en promover el acceso a educación, empleo digno y autonomía económica son esenciales. Asimismo, el uso estratégico de tecnología puede ser una herramienta poderosa para identificar redes criminales y proteger a las víctimas.

La gestión y política pública deben traducirse en innovaciones y estrategias efectivas que protejan los derechos fundamentales de las personas, asegurando la libertad y las oportunidades necesarias para que las mujeres y otros grupos vulnerables puedan desarrollar sus proyectos de vida sin verse obstaculizados por un entorno hostil. Solo mediante un compromiso político sólido y una coordinación multisectorial efectiva podremos alcanzar esta meta de desarrollo inclusivo y sostenible.
