
Hablar de transporte pesado en el Perú es hablar de la columna vertebral de la economía nacional. Con más del 95% de la carga terrestre movilizada por este sector, según datos del INEI, su rol en el desarrollo de industrias como la minería, construcción, agricultura y energía es simplemente esencial. No se trata solo de vehículos que trasladan bienes; se trata de una red logística que conecta regiones, dinamiza mercados y sostiene miles de empleos en el país.
Durante 2023, el transporte de carga por carretera creció un 2.8% respecto al año anterior, de acuerdo con OSITRAN. Este incremento refleja no solo una recuperación económica, sino también una mayor demanda de infraestructura y soluciones logísticas más eficientes. El sector se estructura en tres segmentos principales: transporte de larga distancia (con tracto remolcadores), transporte vinculado a la minería y construcción (con volquetes), y transporte de distribución urbana. Los dos primeros representan cerca del 80% del mercado, lo que subraya su enorme impacto económico.
Sin embargo, este protagonismo contrasta con una serie de desafíos estructurales que limitan su verdadero potencial. La deficiencia en infraestructura vial es quizás el más urgente. El simple hecho de transportar mercancía de Lima a Cusco puede tomar hasta 24 horas, cuando bajo condiciones óptimas el trayecto podría reducirse a la mitad. Esta ineficiencia se traduce en altos costos logísticos, que en el Perú alcanzan el 34% del precio final de los productos, cifra que supera ampliamente el promedio latinoamericano, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). A ello se suman problemas como los bloqueos en ruta y los robos, que incrementan los costos operativos y generan cuantiosas pérdidas para las empresas.
En paralelo, el sector también está atravesando un proceso de modernización impulsado por la tecnología y la innovación. Una de las transformaciones más notables es la optimización de motores diésel y el uso creciente de combustibles alternativos como el gas natural. Estas soluciones están permitiendo no solo reducir los costos operativos, sino también disminuir significativamente la huella ambiental del transporte.
Asimismo, la incorporación de sistemas de seguridad activa —como frenos automáticos de emergencia, control de estabilidad o alertas de punto ciego— ha contribuido a mejorar la seguridad vial, especialmente en trayectos de alta exigencia o en condiciones climáticas adversas. La conectividad también juega un papel clave: los sistemas de monitoreo en tiempo real y el análisis de datos permiten optimizar rutas, identificar hábitos de conducción y prevenir riesgos, generando así un impacto directo en la eficiencia operativa.
De cara al futuro, el sector tendrá que responder a nuevas demandas logísticas generadas por megaproyectos como el puerto de Chancay o la ampliación del aeropuerto Jorge Chávez. Estos desarrollos aumentarán de forma considerable el flujo de mercancías, y con ello, la necesidad de contar con flotas más modernas, seguras y sostenibles. La actualización tecnológica no será una opción, sino una condición necesaria para competir en un entorno global cada vez más exigente.
La profesionalización del transporte también requiere una mirada inclusiva. La capacitación continua de conductores y la incorporación de mujeres en un rubro históricamente masculinizado son pasos fundamentales para cerrar brechas de género y elevar los estándares del sector. Iniciativas de formación especializada, tanto en conducción como en tecnologías vehiculares, deben consolidarse como política permanente para acompañar esta evolución.
Pero ninguno de estos esfuerzos será suficiente sin una alianza efectiva entre el sector público y el privado. Es necesario un compromiso conjunto para invertir en infraestructura, crear incentivos a la adopción de tecnologías limpias y diseñar políticas públicas que promuevan un transporte eficiente, competitivo y ambientalmente responsable.
En este contexto, la transformación del transporte pesado no es solo una responsabilidad. Es una oportunidad estratégica para avanzar hacia un modelo de desarrollo más equilibrado, sostenible y moderno. Un país que invierte en su red logística invierte en su capacidad de crecer, integrarse y responder a los retos del futuro.
El Perú necesita que su motor oculto —el transporte pesado— siga en marcha, pero con una visión renovada. Una visión que ponga al centro la seguridad, la eficiencia, la equidad y la sostenibilidad. Solo así este engranaje invisible podrá seguir moviendo el país hacia adelante.
