
La obesidad no es solo un problema estético, ni una simple consecuencia de malos hábitos. Es una enfermedad crónica y compleja que está arrasando con la salud de millones de personas en el mundo. En América Latina, el 24% de la población adulta la padece, y Perú no es excepción: se proyecta que, para 2025, el 30% de los peruanos sufrirá de obesidad, y el 73% presentará un alto índice de masa corporal (IMC). Estas cifras van más allá de ser estadísticas; representan vidas marcadas por complicaciones graves, ya que, en su forma más extrema, la obesidad severa puede reducir la esperanza de vida hasta en 10 años.
Uno de los principales desafíos es reconocer la obesidad como una enfermedad crónica con factores biológicos, donde mecanismos hormonales y metabólicos favorecen la acumulación de grasa y dificultan la pérdida de peso sostenida. Estos factores no solo afectan la calidad de vida, sino que también están vinculados a más de 200 condiciones graves: diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, hipertensión y 13 tipos de cáncer son algunas de ellas. Comprender esta complejidad es clave para dejar de percibirla únicamente como un problema de autocontrol y abordar su tratamiento de manera más efectiva.
Este entendimiento es especialmente relevante en el contexto peruano, donde el crecimiento acelerado de la obesidad ha colocado al país entre los tres con mayor prevalencia en la región, en parte debido a un entorno que favorece el sobrepeso que, al promover la oferta de alimentos ultraprocesados y el sedentarismo, dificulta adoptar un estilo de vida saludable. Aunque existen medidas como la ley de octógonos y las regulaciones de quioscos saludables, que prohíben la venta de alimentos altos en azúcar, sodio y grasas saturadas, estas resultan insuficientes para enfrentar la magnitud del problema.
A estas dificultades estructurales se suma la falta de una ley nacional que garantice la cobertura del tratamiento integral de la obesidad, lo que representa una de las principales barreras para su apropiado abordaje. Para enfrentar este desafío, es fundamental crear centros especializados de obesidad y enfermedades metabólicas, donde los pacientes reciban evaluaciones completas y atención multidisciplinaria. La evidencia científica muestra que un manejo adecuado debe incluir estrategias médicas, farmacológicas y quirúrgicas, como la cirugía bariátrica, además de cambios en el estilo de vida, adaptados a cada paciente y siempre indicados por un especialista.
Sin embargo, estos esfuerzos deben complementarse con un enfoque preventivo sólido. Es crucial fortalecer la prevención desde la infancia, promoviendo hábitos saludables en las escuelas y la comunidad, ya que persiste una falta de concientización sobre la obesidad como enfermedad y el estigma social hacia quienes la padecen. Sensibilizar a la sociedad resulta clave para cambiar esta percepción y construir un entorno libre de prejuicios, capaz de brindar apoyo a las personas que enfrentan la condición.
Juntos, podemos avanzar hacia un futuro más saludable, donde la obesidad sea comprendida como una enfermedad crónica que no se “cura”, sino que se maneja con un enfoque integral y multidisciplinario. No es posible seguir postergando la acción ante esta crisis de salud pública. La calidad de vida de millones de peruanos está en juego, y es momento de actuar.
