Ciudades inteligentes: el camino que el Perú aún no se atreve a recorrer

Sin coordinación entre instituciones, sin un liderazgo empoderado y sin un marco legal actualizado, la tecnología se vuelve inútil

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Representación futurista de la Ciudad
Representación futurista de la Ciudad de México, con edificios inteligentes y transporte aéreo avanzado. - (Imagen Ilustrativa Infobae)

Imagínese vivir en una ciudad donde, ante un asalto, un botón de pánico alerte de inmediato a la policía más cercana; donde las cámaras de seguridad no solo registran, sino que identifican a los delincuentes en segundos; y donde las decisiones del municipio se toman en función de datos reales sobre lo que sucede en cada barrio. Esa ciudad existe. No en el Perú, al menos no todavía, pero sí en lugares como Chongqing (China), Singapur o Barcelona, ejemplos concretos de lo que se conoce como Smart Cities o ciudades inteligentes.

Este modelo de ciudad no se limita solo a modernizar infraestructuras. Se trata de usar la tecnología como un vehículo para mejorar la vida urbana: desde la movilidad y la educación, hasta la salud, el medio ambiente y, de forma crucial, la seguridad ciudadana. Una Smart City no solo ofrece servicios eficientes, sino que entiende en tiempo real lo que sucede en su territorio y actúa con rapidez.

La primera ciudad del mundo en convertirse en una Smart City fue Ámsterdam en el año 2009. Luego le siguieron urbes como Seúl o Barcelona, y en América Latina, Medellín, Santiago o Rosario ya transitan ese camino. En estos casos, transformar una ciudad convencional en una Smart City involucra una fuerte inversión en infraestructura tecnológica (sensores, sistemas embebidos, Internet de las Cosas IOT), el despliegue de infraestructura de redes de comunicación (fibra óptica, redes 4G/5G o WiFi público), centros de cómputo para monitoreo de información, software de análisis de datos basados en Big Data, ciberseguridad de la información, disponibilidad de especialistas en análisis de datos y gestión de tecnología. Por encima de todo, se requiere un gran liderazgo y un fuerte cambio de paradigma de todos los sectores constituyentes de la sociedad: la industria privada, la sociedad civil, la academia y el propio Estado.

En el Perú, esta posibilidad aún parece lejana. Mientras enfrentamos una ola creciente de inseguridad que incluye sicariato, extorsiones y robos a plena luz del día, seguimos sin aprovechar el potencial que ofrecen las ciudades inteligentes para combatir el crimen. En Chongqing, por ejemplo, el sistema Skynet cuenta con más de dos millones de cámaras de alta definición distribuidas en toda la ciudad. Gracias a la inteligencia artificial, estas cámaras pueden reconocer rostros, seguir vehículos e incluso anticipar comportamientos sospechosos.

A ello se suman herramientas como botones de emergencia en paraderos, colegios u hospitales, sensores que detectan disparos, y drones que vigilan zonas de difícil acceso. Toda esta información se integra para generar respuestas inmediatas y coordinadas. No es un concepto futurista: es tecnología que ya está salvando vidas.

¿El Perú es una Smart City? Aún no. Lo que existen son iniciativas puntuales: el Colegio de Ingenieros del Perú y el INACAL han propuesto marcos técnicos para orientar a los municipios; la PCM impulsa la transformación digital del Estado; y en 2022, la Municipalidad de Miraflores intentó incorporar ciertas tecnologías. Pero ninguna de estas propuestas ha logrado consolidarse como una política pública sostenida.

Sin coordinación entre instituciones, sin un liderazgo empoderado y sin un marco legal actualizado, la tecnología se vuelve inútil. Por ejemplo, de poco sirve contar con cámaras inteligentes si la justicia no puede utilizar esa información como prueba legal. El problema ya no es de capacidades técnicas, sino de voluntad política y gestión estratégica.

Mientras otras ciudades evolucionan, el Perú sigue detenido. Apostar por un modelo de ciudad inteligente no es una moda ni un lujo: es una necesidad urgente en un país donde la inseguridad avanza más rápido que las soluciones. En otras palabras, existen todavía asuntos pendientes muy importantes; que nos permitirían aprovechar las tecnologías disponibles y la experiencia de las iniciativas que se han venido desarrollando, en favor de la mejora del bienestar ciudadano en materia de seguridad. La tecnología está al alcance, lo que falta es decidirse a usarla en favor de todos.