
El 19 de enero del 2018 fue el día en que el Papa Francisco nos miró a los ojos y nos dijo con fuerza y claridad: “esta no es una tierra huérfana, no es una tierra de nadie”. Aquella mañana, en Puerto Maldonado, en Madre de Dios, no solo fue histórica para quienes llegaron desde los rincones más remotos de la Amazonía, fue también un acto de justicia, un reconocimiento profundo a nuestras luchas, nuestros territorios y a la vida en el planeta.
El Papa Francisco vino a decir verdades, a denunciar lo que tantas veces hemos reclamado solos: que Madre de Dios, nuestra casa común, está siendo convertida en un territorio desechable, víctima del extractivismo salvaje, de la trata de personas, de la tala ilegal y la minería que envenena nuestros ríos. Él, desde el altar levantado para aquel encuentro, se atrevió a hablar de “una cultura del descarte”, esa que no ve ni bosque ni ser humano, sino recursos y mercancías. En sus palabras, sentimos el eco de nuestras propias voces tantas veces ignoradas.
Su visita significó un hecho trascendental. Él toma la iniciativa de venir al Perú, de ir a la ciudad de Puerto Maldonado y de convocar un sínodo amazónico, que tuvo como resultado la creación de la Conferencia Eclesial de la Amazonía (Ceama). Esta articula la acción de los obispos de diferentes países a favor de las tierras amazónicas.
Ese día, desde la Federación Nativa del Río Madre de Dios y Afluentes (FENAMAD), organización regional de AIDESEP, le entregamos un presente simbólico: una escultura que contenía madera, tierra, agua y oro. No era solo un regalo, era un mensaje. Representaba lo que la Amazonía nos da y lo que estamos perdiendo, un recordatorio de cómo los pueblos originarios hemos vivido siglos cuidando la biodiversidad que hoy el mundo intenta salvar, pero que muchas veces lo hace sin escucharnos.
El Papa Francisco dijo en su discurso: “sabemos que los PIACI (Pueblos Indígenas en Aislamiento y Contacto Inicial) son los más vulnerables de entre los vulnerables. El rezago de épocas pasadas los obligó a aislarse hasta de sus propias etnias, emprendieron una historia de cautiverio en los lugares más inaccesibles del bosque para poder vivir en libertad. Sigan defendiendo a estos hermanos más vulnerables”. En esa línea, hemos continuado nuestra lucha por cuidar a quienes no tienen voz.
En su visita también le hicimos llegar nuestras demandas y nuestra visión de desarrollo, explicando las leyes que rigen en el Perú y las políticas de gobierno que atentan contra nuestros pueblos, las que desencadena en la contaminación de ríos y territorios, producto de las actividades extractivistas irresponsables. Las acciones ilícitas invaden cada vez más nuestras tierras y, como líderes indígenas, a veces nos quedamos callados para que no se atente contra nuestras vidas.
Hoy, mientras los ataques a nuestros territorios se intensifican y los PIACI siguen en riesgo, las palabras del Papa deben volver a resonar, no como un recuerdo, sino como un llamado urgente. Él denunció los modelos de conservación que excluyen a los pueblos amazónicos, revelando que en nombre de proteger la selva también se están violando derechos fundamentales.
Queremos que nuestras formas de vida, nuestros saberes, nuestras luchas por un desarrollo justo y armónico, sean reconocidas y valoradas. Que nuestros territorios no sean vistos como zonas de sacrificio, sino como lo que son: el corazón vivo del planeta.
Desde nuestros territorios, seguimos de pie. Como pueblos indígenas, como defensores de la Amazonía, como herederos de una cultura que no necesita destruir para existir. Y sí, como dijo el Papa Francisco: amamos esta tierra, la sentimos nuestra, y jamás la trataremos como un objeto descartable. Continuemos con el llamado del Papa acerca de cuidar la naturaleza y la casa común, enfatizando que la tierra no debe ser explotada, sino amada y respetada.
