
La sexualidad en el antiguo Perú se manifestó de múltiples formas, reflejando la cosmovisión de sociedades que vinculaban la reproducción con el equilibrio del mundo natural y espiritual. La cultura mochica, que habitó la costa norte del actual Perú entre los siglos II y VIII d. C., dejó un legado artístico que incluye representaciones explícitas de actos sexuales en cerámica. Estas piezas, conocidas como huacos eróticos, son objeto de estudio por su valor simbólico y por la información que aportan sobre la relación entre ritualidad y sexualidad en el mundo precolombino.
Las escenas plasmadas en estas vasijas han generado diversas interpretaciones. Algunas posturas académicas sostienen que se trata de registros de prácticas rituales relacionadas con la fertilidad, mientras que otras teorías consideran que estas cerámicas cumplían funciones pedagógicas. En palabras del periodista Carlos Gamero Esparza, “Agotados los conceptos de la Antropología, meditaciones de teólogos, argumentos e hipótesis de los psiquiatras, sociólogos y cuantos se han aventurado filosofar sobre sus funciones, el sexo, como la vida, continúa siendo un misterio”.
La iconografía mochica y su vínculo con lo sagrado

Las imágenes plasmadas en los huacos eróticos no representan únicamente el acto sexual. Muchas de estas piezas incluyen figuras antropomorfas con rasgos exagerados y posturas que desafían la concepción tradicional de la sexualidad. Algunas muestran personajes en escenas de coito anal, felaciones y masturbación, elementos que han llevado a debates sobre su significado dentro de la cultura mochica.
Según Rafael Larco Hoyle, investigador que dedicó gran parte de su vida al estudio de estas piezas, “Las representaciones eróticas en el antiguo Perú alcanzan su esplendor (…) con la cultura Mochica, no solo por el volumen sino sobre todo por la habilidad artística expresada en cada una de ellas. Con un profundo conocimiento de anatomía, el artista mochica esculpe fragmentariamente el cuerpo humano y acabadas representaciones de los genitales, el acto sexual y el parto”.

Las piezas no eran de uso cotidiano ni tenían una función decorativa. Diversos estudios sostienen que se trataba de ofrendas funerarias, destinadas a acompañar a los muertos en su tránsito al más allá. En ese sentido, la representación del acto sexual adquiría un carácter simbólico asociado con el renacimiento y la continuidad de la existencia en el mundo espiritual.
El arqueólogo Walter Alva, quien lideró el hallazgo de la tumba del Señor de Sipán, explicó a BBC Mundo que “No es que en las vasijas ellos hayan representado su vida diaria. Lo que hicieron fue plasmar escenas rituales y lo erótico está enmarcado en el principio de la vida”. Esto sugiere que la sexualidad, lejos de ser un simple reflejo de la intimidad cotidiana, formaba parte de un conjunto de prácticas ceremoniales con un propósito trascendental.
Otro aspecto relevante es la manera en que los mochicas entendían el cuerpo humano. A diferencia de otras culturas que evitaron representar la sexualidad en su arte, esta sociedad mostró un conocimiento detallado de la anatomía, reflejado en la precisión con que fueron elaboradas las figuras. “En todas las piezas se muestra a la perfección el detalle: elaboradas con maestría, no se limitan simplemente a reproducir, son verdaderos retratos psicológicos”, señala el estudio sobre estas cerámicas titulado “La sexualidad en el Perú pre-colombino”.
Los huacos eróticos también pudieron desempeñar un papel educativo. Rafael Larco Hoyle los clasificó en cuatro categorías: erotismo religioso, representaciones humorísticas, piezas moralizadoras y modelos de enseñanza sobre la reproducción. La presencia de escenas que muestran el parto y la lactancia respalda la idea de que estas cerámicas tenían un valor didáctico dentro de la comunidad.
Una expresión artística única en América prehispánica

La cultura mochica dejó una de las colecciones más ricas de arte erótico en el mundo precolombino. Aunque existen algunas representaciones similares en otras culturas andinas, como Vicús y Chimú, los mochicas destacaron por el nivel de detalle y realismo con que elaboraron sus cerámicas.
El Museo Larco, ubicado en Lima, alberga una de las colecciones más importantes de estas piezas. La galería Checan, cuyo nombre proviene de un término en lengua muchik que significa amor, permite a los visitantes explorar esta faceta poco conocida del arte precolombino.
“Los antiguos peruanos tenían un conocimiento anatómico muy amplio del cuerpo humano y por ello representaban con potencia en los huacos todos los órganos del cuerpo femenino y masculino”, explicó Ulla Holmquist Pachas, directora del Museo Larco a Andina.
Algunos de estos huacos eran para festividades, las personas interactuaron con estos objetos; los tuvieron entre sus manos y quizás bebieron de ellos en animadas fiestas y ceremonias. Estas acciones probablemente estimularon respuestas eróticas diversas, provocando exitación y deseo, generándose situaciones colectivas en las que el juego y el humor debieron también estar presentes, señala la página oficial del Museo Larco.
El papel de los ancestros en estas representaciones es otro aspecto clave. Muchas de las piezas muestran figuras con cráneos deformados o con atributos que los vinculan con el mundo espiritual. Algunas escenas sugieren interacciones sexuales con personajes que podrían representar deidades o antepasados, estableciendo una conexión entre la procreación y la transmisión del conocimiento y el linaje.
El significado de los huacos eróticos sigue siendo un tema de debate entre arqueólogos, historiadores y antropólogos. Mientras algunos los interpretan como piezas rituales, otros consideran que reflejan aspectos de la vida cotidiana y la educación sexual en el mundo mochica.
Lo que es innegable es el valor de estas cerámicas como testimonio de una sociedad que concebía la sexualidad de manera distinta a la visión predominante en el mundo occidental. Su estudio permite comprender mejor las prácticas culturales de una civilización que, a pesar de su desaparición, dejó una herencia material que sigue despertando interrogantes sobre la relación entre arte, ritualidad y sexualidad en el antiguo Perú.
Los mochicas

Los Mochicas, también conocidos como Moches, florecieron entre los siglos II y VIII d.C. a lo largo de la costa norte y los valles del Perú. Su poder y dominio se extendieron desde los valles de Chicama hasta Trujillo, abarcando una impresionante extensión de 600 kilómetros. Esta civilización no solo gobernó extensos territorios, sino que también se destacó en el arte, creando murales, cerámicas y trabajos en metal de un grado estético sin igual en las Américas.
El libro ‘Historia económica del Norte Peruano. Señoríos, haciendas y minas en el espacio regional’ de Carlos Contreras Carranza y Elizabeth Hernández García, revela la complejidad de la sociedad, moche. Cada uno de los valles bajo su dominio estaba gobernado por un señor principal que adquiría una imagen semi divina, concentrando todo el poder, en particular el religioso.
Este enfoque teocrático y jerarquizado permitía un eficaz control de la sociedad y contribuía a mantener una economía estable. Los Mochicas se caracterizaron por sus mecanismos eficientes de reciprocidad, que abarcaban etnias de todo el territorio, incluyendo los valles de Lambayeque, Moche, Virú, Chao, Santa, Nepeña y posiblemente Huarmey.