Uno de los mayores desafíos para avanzar hacia un futuro más productivo es la desconexión entre lo que los jóvenes aprenden en las aulas y lo que realmente exige el mercado laboral. A menudo, se gradúan con títulos que no se traducen en empleos estables. Hoy en día, el 70% de ellos trabaja en áreas no relacionadas con sus estudios, de acuerdo con el Ministerio de Trabajo y Empleo (MTPE).
Con ese panorama, la pregunta que debemos hacernos no es solo “¿qué nos exige el mercado?“, sino “¿cómo podemos prepararnos mejor?”. Para ello, debemos replantearnos las prioridades educativas. Asegurar que la preparación sea adecuada, alineada con las necesidades del ámbito laboral y con el desarrollo de competencias prácticas. Más aún cuando existe un déficit de 330 000 jóvenes técnicos, de acuerdo con el MTPE, a pesar de la alta demanda de estos perfiles. Y solo uno de cada cinco egresados de educación superior tecnológica logra esta calificación.
A menudo se subestima, pero la formación técnica es la clave para que los jóvenes puedan integrarse rápidamente al mercado laboral con las competencias que realmente se necesitan. Es la puerta de ingreso a sectores que impulsan la competitividad y el crecimiento económico del país, como la administración, la ingeniería, la salud, entre otros. A la fecha, solo el 15% de peruanos entre 15 y 29 años estudió una carrera técnica, según el informe Perú: indicadores de Educación 2013-2023 del INEI.
Conozco de cerca a varios jóvenes que, gracias a una formación técnica sólida, han logrado destacarse en empresas de renombre y avanzar en sus carreras para llevar estabilidad a sus hogares. Muchos de ellos, que estudian en escuelas profesionales, obtienen su grado de bachiller profesional equivalente al universitario, con lo que han podido continuar sus estudios y acceder a programas de posgrado nacionales o internacionales en corto tiempo.
Entendamos que la formación técnica no solo beneficia a quienes la eligen, sino que también impulsa el progreso del país al satisfacer la demanda de sectores estratégicos; es decir, en los negocios que se impulsan en el Perú. Si no abordamos esta demanda, corremos el riesgo de que los trabajos queden desocupados, lo que frena el desarrollo en áreas clave para el bienestar de la población. Por ello, es fundamental que el Estado, las empresas y las instituciones educativas trabajen juntos para fortalecer este nivel de formación, actualizando currículos y promoviendo programas para garantizar una real inserción laboral.
Desde el sector privado, es necesario asumir este compromiso orientado también a contribuir con un país más sostenible hacia 2030. Esto es, impulsar el talento joven en habilidades técnicas en áreas como la economía circular y la innovación tecnológica. De esa manera, no solo se promueve la competitividad, sino que también garantizan que los nuevos profesionales contribuyan activamente a la transición hacia un modelo de desarrollo más sostenible que necesitamos.
La inversión en este sector educativo es el primer gran paso para crear un país más competitivo y descentralizado. Apostar por los jóvenes de todas las regiones es hacerlos parte de nuestro desarrollo económico, brindémosles la educación necesaria para liderar el cambio. Entonces, ¿damos el primer paso?