El sitio de Callao, el segundo de tres que hubo en su historia, quedó inscrito como el episodio más prolongado de las guerras de independencia sudamericanas.
Este enfrentamiento reunió a fuerzas patriotas de Perú, Chile y Gran Colombia contra la Fortaleza del Real Felipe, bastión realista que albergó a refugiados limeños y soldados leales a la Corona española.
Aislados tras la capitulación de Ayacucho, los defensores soportaron hambre, enfermedades y constantes bombardeos hasta rendirse en 1826, consolidando la independencia continental.
Una fortaleza asediada por tierra y mar
La Fortaleza del Real Felipe, situada en el estratégico puerto del Callao, fue desde el 5 de febrero de 1824 el escenario de un cruento asedio. El sitio combinó ataques terrestres y bloqueos navales liderados por el general venezolano Bartolomé Salom.
Las fuerzas patriotas dispararon más de 20 mil balas de cañón, mientras los defensores devolvían el fuego desde sus bastiones. Sin apoyo naval tras la salida del navío Asia, los realistas enfrentaron una presión incesante.
En el mar, flotas de Chile, Gran Colombia y Perú cercaron el puerto. La combinación de barcos como la fragata Prueba y la corbeta Pichincha cerró las vías de suministro, sumiendo a los defensores en un aislamiento que terminaría siendo letal. Desde tierra, los patriotas consolidaron su control en Bellavista, forzando la resistencia realista a extremos insostenibles.
El drama humano tras los muros
La fortaleza, diseñada para resistir ataques externos, se convirtió en una trampa mortal para sus ocupantes. Con más de 8 mil refugiados hacinados, las condiciones de vida se deterioraron rápidamente. La escasez de alimentos obligó a recurrir a un mercado negro donde la carne de ratas se volvió un recurso habitual y de primera necesidad.
Otro punto en contra para los realistas fueron las enfermedades, como el escorbuto y la disentería, que ahí se originaron y cobraron miles de vidas. Entre las víctimas destacó el expresidente peruano José Bernardo de Tagle, junto a su familia. La sobrepoblación y las malas condiciones sanitarias acentuaron el sufrimiento de civiles y soldados por igual, quienes, rodeados por el enemigo, no encontraron esperanza de salvación.
La resistencia de Rodil y la tragedia del último bastión
El brigadier José Ramón Rodil, al mando de la guarnición, se negó a aceptar la capitulación de Ayacucho. Confiando en refuerzos que nunca llegaron, impuso una resistencia feroz. Castigó con ejecuciones cualquier intento de deserción o colaboración con los patriotas.
Para reducir el número de bocas que alimentar, expulsó a los civiles sin recursos hacia las líneas enemigas, donde muchos perecieron por disparos de ambos bandos o por las penurias en la “tierra de nadie”.
La obstinación de Rodil no pudo superar la falta de recursos. A principios de 1826, las últimas defensas comenzaron a derrumbarse. La deserción de oficiales clave y la rendición de fortalezas secundarias aceleraron el fin. Con apenas 400 soldados en condiciones de combate, Rodil inició negociaciones con el general Salom el 11 de enero.
La capitulación y el fin del dominio español
El 23 de enero de 1826, tras dos años de resistencia, la Fortaleza del Real Felipe fue entregada a las fuerzas patriotas. La capitulación permitió a los sobrevivientes salir con honores, mientras que las banderas de los regimientos derrotados quedaron como trofeos de guerra. Rodil regresó a España con un grupo reducido de oficiales, llevando consigo el amargo recuerdo de una resistencia infructuosa.
Con la caída del Real Felipe, el último vestigio del dominio español en Sudamérica desapareció. La fortaleza fue rebautizada como Fortaleza de la Independencia, simbolizando el triunfo de las fuerzas patriotas y el cierre de una era marcada por la lucha por la libertad en el continente.