El secuestro express se ha consolidado como una de las prácticas criminales más alarmantes en el ámbito delictivo en el país. A diferencia de los secuestros prolongados y dirigidos a objetivos específicos, esta modalidad se caracteriza por su ejecución rápida y su naturaleza oportunista. Sus víctimas suelen ser personas seleccionadas al azar en lugares de alta concurrencia, como gasolineras, estacionamientos o en las inmediaciones de residencias y oficinas.
El objetivo principal de los delincuentes es extraer la mayor cantidad de dinero posible en un breve lapso. Mediante el uso de amenazas y violencia, obligan a las víctimas a entregar recursos económicos, ya sea en efectivo o a través de transferencias bancarias. En muchas ocasiones, el secuestro exprés está asociado a la improvisación y al menor grado de experiencia de los delincuentes, lo que eleva los riesgos de violencia extrema, incluyendo desenlaces fatales.
Una experiencia aterradora para cualquier persona
“Pensé que no había forma de que me mataran aquí,” relató para Panorama una de las sobrevivientes de un caso reciente en Los Olivos, Perú. La mujer, junto con su colega, ambas veterinarias de una reconocida clínica, vivieron una serie de episodios marcados por la violencia y el terror. Su relato ilustra cómo los secuestradores operan con una mezcla de agresión premeditada y oportunidades fortuitas.
En su primer enfrentamiento, dos vehículos interceptaron el auto de las jóvenes, iniciando una persecución que se extendió por varias calles. Las víctimas intentaron escapar acelerando, pero los delincuentes lograron impactar su vehículo en múltiples ocasiones. “Nos decían que bajáramos del carro. Nos golpeaban con armas y gritaban constantemente,” añade una de ellas, mientras muestra las cicatrices en su frente, resultado de doce puntos de sutura.
El primer intento de secuestro no se concretó, pero las víctimas comenzaron a recibir mensajes intimidatorios poco después. Según una de las veterinarias, los criminales exigían videos y dinero bajo la amenaza de hacer daño a sus familiares o destruir su lugar de trabajo. “Decidimos no denunciar porque temíamos por nuestras vidas,” afirmó.
Días más tarde, los delincuentes reaparecieron. En esta ocasión, utilizaron dos motocicletas y un automóvil para acorralar a las jóvenes mientras se dirigían a su clínica. Los gritos de los vecinos no fueron suficientes para disuadirlos, y las jóvenes se vieron forzadas a chocar contra una vivienda en un intento desesperado por escapar. “Ellos nos perseguían con pistolas, disparaban al aire y amenazaban con matarnos,” detalló una de las víctimas.
El perfil de las bandas delincuenciales
Las autoridades han identificado un patrón preocupante: muchas de estas bandas están integradas por extranjeros que adoptan esta modalidad para obtener ganancias rápidas. Los objetivos suelen ser pequeños empresarios, trabajadores independientes y cualquier persona con una fuente visible de ingresos. “Estos delincuentes no respetan la vida ni las leyes,” afirmó un especialista en seguridad, quien destacó la necesidad de estrategias contundentes por parte de las fuerzas del orden.
Cada miembro de estas bandas cumple un rol específico durante los secuestros. Algunos se encargan de interceptar vehículos, mientras que otros aseguran el control de la víctima. Además, las motos se posicionan estratégicamente para evitar cualquier intervención policial. Este nivel de organización ha permitido que la modalidad se expanda rápidamente en diferentes regiones del país.
A pesar de las agresiones, una de las jóvenes logró escapar lanzándose del vehículo en movimiento. Su valentía y determinación contrastan con la brutalidad de sus captores. “Sabía que entrar al auto significaba la muerte,” declaró, mientras relataba cómo utilizó el descuido de los delincuentes para huir.
La otra víctima, golpeada y ensangrentada, quedó tendida en el lugar del ataque. Aunque ambas lograron sobrevivir, las secuelas físicas y emocionales persisten. “No dejábamos de temblar durante la entrevista,” admitió una de ellas.