No hay tal cosa como rezago de 26 meses para bajar la inflación

La discusión sobre el tiempo necesario para que caiga la suba de precios refleja diferencias fundamentales entre argumentos técnicos y políticos, centrando la atención en la credibilidad de las políticas y las expectativas sociales

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El presidente Javier Milei (Presidencia)
El presidente Javier Milei (Presidencia)

Desde la campaña electoral, Javier Milei repite que la inflación no baja de inmediato porque existe un “rezago” entre el freno a la emisión monetaria y el impacto sobre los precios. El argumento, presentado como una verdad técnica incuestionable, cumple una función política clara: explicar por qué, aun con un ajuste fiscal severo y una política monetaria contractiva, la inflación tarda más de lo prometido en desacelerarse. Sin embargo, cuando se analizan con cuidado sus declaraciones públicas, aparece un problema evidente: Milei no ha sido consistente en el plazo de ese supuesto rezago.

En distintas entrevistas, discursos y apariciones mediáticas, Milei habló de un rezago de 18 meses, señalando que ese sería el tiempo necesario para que la inflación refleje plenamente el cambio de régimen monetario. En otras oportunidades, en cambio, redujo ese lapso a 12 meses, afirmando que la política monetaria de hoy impacta sobre los precios “un año después”. No se trata de un detalle menor ni de una simple cuestión semántica: entre un año y un año y medio hay una diferencia sustancial cuando se gobierna una economía con inflación de dos dígitos anuales.

El problema de fondo es más profundo que la contradicción temporal. En economía monetaria no existe un rezago fijo, rígido y cronometrable entre la cantidad de dinero y la inflación. Ni Milton Friedman ni la escuela de Chicago, a la que Milei suele invocar, hablaron nunca de un plazo único e inmutable. Lo que la teoría señala es que existen rezagos variables, que dependen de múltiples factores: credibilidad del programa económico, expectativas de inflación, demanda de dinero, velocidad de circulación, indexación de contratos, política cambiaria y consistencia fiscal, entre otros.

Presentar el rezago como si fuera un reloj que empieza a correr el día que se corta la emisión es conceptualmente incorrecto. Si los agentes no creen que el programa sea sostenible, el rezago se acorta o directamente desaparece. Si, en cambio, hay confianza y una fuerte recomposición de la demanda de dinero, el impacto sobre los precios puede ser más rápido. La inflación no responde a una ley física, sino a acciones humanas, expectativas y señales de política económica.

En ese contexto, afirmar hoy que “todavía no bajó la inflación porque no pasó el tiempo del rezago” es una explicación ex post, útil para justificar desvíos respecto de las promesas iniciales, pero débil desde el punto de vista analítico. Más aún cuando el propio Milei va ajustando el plazo del rezago según la evolución de los datos y la necesidad política del momento. Si el rezago es de 18 meses, no puede ser al mismo tiempo de 12; y si puede ser ambos, entonces deja de ser una referencia técnica para convertirse en un argumento flexible.

En economía monetaria no existe un rezago fijo, rígido y cronometrable entre la cantidad de dinero y la inflación

Es más, pocos días atrás dijo que un alumno de un amigo había hecho un trabajo en el que mostraba que el rezago era de 26 meses. Un alumno que no sabemos quién es y no conocemos su trabajo, solo su afirmación, sentenció que el rezago es de 26 meses, pero lo más curioso es que el alumno contradice a Thomas J. Sargent en su trabajo The Four Big Inflations, dónde muestra que no hay tal rezago. Aclaremos que Sargent fue Premio Nobel 2011, especialmente por sus aportes sobre expectativas racionales, política monetaria, inflación y cambios de régimen.

La experiencia histórica, tanto en Argentina como en otros países, muestra que cuando hay un programa creíble y consistente, la inflación empieza a bajar antes, aun con costos reales significativos. Y cuando no hay confianza suficiente, ningún “rezago” sirve para explicar por qué los precios siguen subiendo. En definitiva, el debate no debería centrarse en cuántos meses faltan para que se cumpla un supuesto plazo, sino en si el programa económico logra reconstruir la demanda de dinero y anclar expectativas de manera sostenida.

Reducir la discusión inflacionaria a un rezago fijo es simplificar un fenómeno complejo y, al mismo tiempo, correr el eje del análisis. La inflación no baja porque pase el tiempo, baja cuando cambian los incentivos, la credibilidad y el comportamiento de los agentes. Todo lo demás es relato.

Si observamos la forma en que bajó la inflación durante la convertibilidad, el rezago del que habla Milei a propósito del alumno de su amigo, queda fuera de combate.

En febrero de 1991 la inflación era del 27% mensual. La convertibilidad entró en vigencia en abril de 1991 y en noviembre la inflación ya empezaba con cero. No hubo que esperar 26 meses, como dice el trabajo del alumno de su amigo y que contradice a Sargent, que demostró que no hay rezago cuando un plan económico genera confianza.

En síntesis, las expectativas inflacionarias de la gente y la credibilidad en una política económica no son posibles de incluir en una ecuación que, con un par de derivadas y raíces cuadradas puedan predecir con exactitud cuándo va a bajar la inflación a una tasa que empiece con cero.