La necesidad de una estrategia bioceánica

El centro de la demanda, la inversión y la innovación logística se consolidan en el Indo-Pacífico

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Nueva corredor logístico promete conectar
Nueva corredor logístico promete conectar al océano Pacífico con el Atlántico

La gravitación económica global se desplaza hacia el Asia-Pacífico, pero el desafío para el Cono Sur no es “mirar a Asia” en abstracto: es construir corredores, reglas de juego y una narrativa comercial pragmática. Chancay, los pasos andinos y la integración logística con Chile y Perú vuelven ineludible una agenda bioceánica. En el debate económico argentino —y, en buena medida, también en el brasileño— persiste una falla de percepción histórica: tendemos a leer el comercio exterior con un mapa donde el Atlántico ocupa casi todo el campo de visión. Eso no implica renunciar a esa tradición, pero sí reconocer que el tablero global ya se organiza con otras coordenadas. Ese reflejo fue funcional durante décadas, pero hoy encarece decisiones: el centro de la demanda, la inversión y la innovación logística se consolidan en el Indo-Pacífico.

¿No es, en el fondo, una forma de auto-limitación estratégica seguir narrando nuestra inserción internacional en clave atlántica cuando los corredores, los estándares y los hubs que ordenan el comercio del siglo XXI se están consolidando en el Pacífico? El Fondo Monetario Internacional (FMI), por ejemplo, ha señalado que Asia y el Pacífico aportan alrededor del 60% del crecimiento global, una señal clara de dónde se está concentrando la dinámica de la economía mundial. Y si miramos el espejo institucional más obvio —APEC—, la escala del tablero es contundente: las economías del foro concentran cerca del 61% del PBI mundial y el 46% del comercio global.

Más que épica regional, la discusión hoy es de ingeniería económica: una crítica sutil —pero necesaria— al pensamiento latinoamericanista tradicional es que, a menudo, confundió integración con retórica. El problema no es la identidad regional, sino el déficit de herramientas: corredores, facilitación comercial, interoperabilidad, financiamiento y políticas de desarrollo productivo que vuelvan competitiva a la región en cadenas de valor.

En términos simples: no alcanza con “estar de acuerdo” en foros; hay que poder mover mercancías más rápido y con menos incertidumbre, atraer inversión, cumplir estándares y escalar capacidades tecnológicas. Ahí es donde la narrativa APEC —pragmática, logística, basada en reglas— se vuelve relevante para Argentina y Brasil.

En la propia presentación editorial de What It Takes: Southeast Asia, Gita Wirjawan recuerda que el Sudeste Asiático —con unos 700 millones de habitantes y una economía de alrededor de US$ 4 billones— sigue siendo un actor subestimado en el debate global, pese a que su escala y su capacidad de construir agenda serán cada vez más determinantes. En términos comerciales, Argentina tiene a tres de sus principales socios en la región.

El “Latino-Pacífico” como marco para pensar la política exterio

En este marco, el concepto de “Latino-Pacífico” permite ordenar la estrategia con una lente más exigente. Tal como lo trabaja Andrés Bórquez (Universidad de Chile), no debe leerse como una mera delimitación geográfica, sino como una categoría geoeconómica y política: un modo de pensar cómo América Latina puede dejar de orbitar como periferia del dinamismo transpacífico y pasar a actuar con mayor densidad estratégica. La propuesta, en esencia, es construir una agenda propia que articule infraestructura, facilitación comercial e inserción productiva, de modo que el vínculo con el Asia-Pacífico no sea solo una salida de exportación, sino también un vector de transformación y captura de valor.

Para Argentina y Brasil, el “Latino-Pacífico” implica algo concreto: asumir que parte de su competitividad futura dependerá de su capacidad de articularse con los países latinoamericanos del Pacífico (Chile, Perú, México y Colombia, entre otros) y de operar —de verdad— como economías bioceánicas.

En lo concreto, los corredores del sur muestran que el Pacífico ya está en la rutina comercial: La conversación “Atlántico versus Pacífico” suele quedarse en metáfora. Pero el Pacífico ya opera como variable práctica en el Cono Sur. Un dato lo resume: el Sistema Cristo Redentor (Mendoza–Chile), principal paso terrestre bilateral, registra alrededor de 1.600 camiones por día en promedio. Eso no es una aspiración; es comercio real. Cuando se lo mira desde la infraestructura, la agenda bioceánica no es un discurso de cancillería: es coordinación aduanera, horarios, digitalización documental, reglas sanitarias, seguros y logística integrada. Es ahí donde se gana (o se pierde) competitividad.

En clave política, una frase reciente sugiere una idea simple: Chile opera como interfaz hacia el Asia‑Pacífico: En días recientes, el presidente electo chileno José Antonio Kast sintetizó la lógica de plataforma: Chile, dijo, puede “prestar un servicio” porque es “la cara hacia el Asia-Pacífico”, mientras Argentina “tiene muchas condiciones para producir mucho”. La frase, más allá de la política, apunta a un hecho económico: el Pacífico se define por rutas y servicios.

Chancay: un shock logístico que reescribe la cuenca del Pacífico sudamericano

En paralelo, Chancay (Perú) ilustra cómo la infraestructura puede reescribir la geografía económica: el puerto de Chancay, en Perú, es el ejemplo más visible de cómo la infraestructura altera la geografía económica. Su desarrollo —con fuerte participación china— apunta a consolidar un nodo de conexión directa con Asia y acortar tiempos y costos de transporte. Ya se han anunciado rutas directas desde China con tiempos de tránsito cercanos a un mes y reducciones significativas de costos logísticos. Pero el caso también muestra el dilema de la región: infraestructura sí, pero con gobernanza. Chancay enfrenta debates por su encuadre regulatorio y por los impactos socioambientales y territoriales. En otras palabras: el Pacífico demanda competitividad, pero también licencia social.

Otro espejo útil es México: el puerto de Manzanillo muestra cómo pensar Pacífico sin abandonar otras prioridades. México ofrece un espejo útil de “pensar Pacífico” sin abandonar otras prioridades. El puerto de Manzanillo —principal puerta de entrada de contenedores del país en la costa del Pacífico— está en expansión con el objetivo de aumentar su capacidad hasta niveles que lo ubicarían entre los mayores de la región. La apuesta está ligada a su industria manufacturera, que importa insumos de Asia y los integra a cadenas productivas norteamericanas. Como en Chancay, el debate público también incluye impactos ambientales y tensiones locales: el desarrollo logístico no es neutro.

China: integración sostenible, no solo financiamiento

En términos estructurales, CEPAL advierte que sin productividad no hay narrativa que aguante. El giro bioceánico se vuelve aún más urgente por un dato estructural: el bajo crecimiento. La CEPAL advierte que América Latina y el Caribe sigue atrapada en una “trampa de baja capacidad para crecer” y estima una expansión regional en torno al 2,4% en 2025 y 2,3% en 2026. Sin un salto de productividad y transformación productiva, la integración al Pacífico corre el riesgo de limitarse a exportar volumen, sin capturar valor.

China y la integración sostenible. En este tablero, China es un actor inevitable. Pero el desafío no es adhesión automática ni rechazo reflejo: es estrategia. Santiago Bustelo (Fundar) plantea un criterio equilibrado: la cooperación económica con China no debería “circunscribirse al financiamiento” de obras de infraestructura, sino avanzar hacia una agenda de inversiones productivas y encadenamientos que amplíen la oferta exportadora y eleven la complejidad de lo que se vende.

Si el objetivo es construir una narrativa comercial más cercana a la lógica APEC, el punto de partida puede ser tan sencillo como aterrizarla en decisiones operativas: una diplomacia económica bioceánica enfocada en reducir tiempos de frontera, unificar documentos y coordinar controles sanitarios; corredores como política de Estado, con inversión en cuellos de botella y gestión cotidiana (no solo obra pública); una estrategia portuaria regional que ordene salidas complementarias por Chile y Perú y las conecte con cargas del NOA, Cuyo y el sur de Brasil; una apuesta por productividad y upgrading, usando el acceso al mercado asiático como incentivo para mejorar calidad, innovación y densidad industrial; y un vínculo con China bajo condiciones, que pase del esquema obra-crédito a proyectos productivos con aprendizaje y transferencia de capacidades.

Un futuro para repensar estrategias

En definitiva, el Pacífico funciona como método: Argentina y Brasil no necesitan “abandonar” el Atlántico. Necesitan dejar de pensar que el Atlántico alcanza. El Pacífico hoy es, sobre todo, un método: integrar logística con estrategia, infraestructura con reglas, y comercio con desarrollo productivo. Brasil, en este punto, ya empezó a moverse antes que Argentina: desde 2022 fue reconocido como Sectoral Dialogue Partner de ASEAN y abrió una misión dedicada ante el bloque en Yakarta en marzo de 2024. Esa señal se consolidó cuando Lula participó como invitado en la Cumbre de ASEAN de esta año en Malasia y visitó la sede de ASEAN en Jakarta en octubre de 2025, mostrando una diplomacia económica más explícita hacia el Indo-Pacífico. La región ya tiene corredores en funcionamiento, puertos que reordenan rutas y una gravitación global que no espera. Falta lo más difícil: corregir la falla de percepción histórica y convertir la integración en capacidad.