
El diseño siempre fue un espejo de su tiempo. No solo responde a necesidades estéticas o funcionales: traduce los valores, las tensiones y las aspiraciones de la sociedad que lo produce. Cada material, cada forma y cada proceso cuentan algo sobre el momento histórico en que nacen.
Hoy, en un contexto marcado por la crisis ambiental y la urgencia de repensar nuestros modos de producción y consumo, la mirada sobre el diseño vuelve a transformarse. Si el siglo XX fue el tiempo del acero, el vidrio y el plástico, símbolos del progreso industrial, el siglo XXI parece reclamar materiales vivos, renovables y regenerativos.
De la Bauhaus a los biomateriales A comienzos del siglo XX, en plena reconstrucción de posguerra, Walter Gropius fundó la Bauhaus, una escuela que buscaba unir arte, técnica y producción. Su objetivo era claro: dar una respuesta al contexto social y económico de su tiempo. En un mundo que demandaba eficiencia y funcionalidad, el diseño moderno abrazó los materiales industriales como sinónimo de bienestar y progreso.
Pero lo que en aquel entonces fue símbolo de avance, la producción masiva, la estandarización, la durabilidad, hoy se resignifica. La modernidad industrial nos dejó un modelo de consumo que ya no resulta sostenible. Y, al igual que la Bauhaus propuso un cambio radical en su época, el diseño contemporáneo enfrenta ahora su propio desafío: reconciliar la producción con la naturaleza.
Las generaciones jóvenes impulsan este cambio de paradigma. Desde movimientos como Fridays for Future (2018), el cuestionamiento hacia la producción de baja calidad y alto impacto ambiental se volvió una demanda transversal. Según estudios recientes, siete de cada diez consumidores en Latinoamérica aseguran que prestan atención a los mensajes de sostenibilidad en los envases al momento de comprar.
La pregunta ya no es solo qué diseñamos, sino de qué está hecho lo que diseñamos. La materialidad se convierte en un manifiesto. En ese sentido, los biomateriales son más que una innovación técnica: son una declaración cultural sobre cómo entendemos el progreso.
Estos materiales, cultivados a partir de organismos vivos o residuos naturales, proponen una nueva relación entre el diseño y la materia. No se fabrican: se cultivan. No se desechan: se transforman. Ya no buscan perdurar infinitamente, sino integrarse en un ciclo donde cada pieza cumple su función y luego vuelve a la tierra.
Entre ellos, el micelio, la red de filamentos que constituye la raíz de los hongos, se destaca como una de las alternativas más prometedoras. Crece sobre sustratos agrícolas y se reintegra al suelo en menos de 45 días. Es rígido, liviano, aislante y compostable.
El packaging es uno de los territorios más fértiles para la innovación. Se usa una sola vez, pero puede tener un enorme impacto ambiental. Rediseñarlo es también rediseñar nuestra relación con los objetos.
La revolución de los biomateriales no es sólo técnica: es simbólica. En lugar de extraer, colaboramos; en lugar de fabricar, cultivamos. Diseñar con materiales vivos implica aceptar los tiempos y las lógicas de la naturaleza, integrarlas al proceso creativo y aprender de ellas.
Este enfoque propone una nueva ética del diseño, donde lo orgánico, lo imperfecto y lo cambiante adquieren valor. La tendencia “zero waste” y la búsqueda de una economía circular reflejan este cambio cultural profundo: ya no se trata solo de crear objetos bellos, sino de repensar la materialidad misma.
El diseño, en este sentido, vuelve a ser espejo. Refleja una sociedad que empieza a valorar la trazabilidad, la responsabilidad y la circularidad por encima de la cantidad y la velocidad.
El manifiesto del presente Así como la Bauhaus fue la expresión de una era industrial en expansión, el diseño con biomateriales es el manifiesto de una era regenerativa. Los productos ya no están pensados para durar eternamente, sino para cumplir un ciclo virtuoso: nacer, servir y volver a nutrir la tierra.
En última instancia, el desafío de nuestro tiempo no es crear más, sino crear mejor. Y en esa búsqueda, los biomateriales, con el micelio como símbolo vivo, nos recuerdan que el diseño del futuro no se impone sobre la naturaleza: dialoga con ella.
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