
El dedo se desliza por el teléfono y pasa por el tema de moda, lo que hay que comer en el desayuno, las votaciones y sus significados, la persona que despierta amor a la noche envenena odio a la mañana siguiente, el llanto que conmueve genera hate inmediatamente. Todo pasa. Pero pasa demasiado rápido y pasa como si nada hubiera pasado.
Todo pasa, pero no en un sentido trascendente que quita peso al dolor, sino en un sentido intrascendente que quita tiempo para el duelo y presencia para la alegría. Lo importante se vuelve intrascendente y lo intrascendente se convierte en importante, pasan los muertos en redes y las redes matan el tiempo de lo vivo.

En este contexto de crisis vital, tecnologías estalladas, amores desplazados por el descarte, crisis económica, cambio climático, colapso ambiental, esperanzas desactivadas, odios reactivados y recargados de crueldad la música muestra algunos signos de luz donde menos se lo espera: las raíces (Bad Bunny), la tradición (Milo J), el origen (Cazzu) y la espiritualidad (Rosalía).
Debí tirar más fotos, de Benito se convirtió en un himno y en un evento, en Puerto Rico, de reivindicación anticolonial y de una nostalgia enmarcada en el cuadro de las dos sillas de plástico de los patios tropicales en donde tías, madres, niños y jóvenes juegan, bailan, comen y esperan.
El álbum representó la dignidad latinoamericana mientras en Estados Unidos, la persecución a la migración vuelve a cualquier latino delincuente para terminar con la cabeza entre las piernas y la humillación filmada en una cárcel por buscar una vida distinta.

Milo J. con Mercedes Sosa recrean, aún después de la muerte, Jangadero en una versión que cantó con Soledad Pastorutti y que Milo J. aprovechó para traer a la gran cantante argentina en un abrazo entre el trap y el folclore que se consolida en este tema y en lo que él viene haciendo con la Sole, Peteco Carabajal y muchos otros artistas, en el espacio de “Esto es Fa”, conducido por Mex Urtizberea.
Cazzu, por su parte, es la gran madre patria argentina que se animó a reivindicar el carnaval de su Jujuy natal, bailar tango y generar un hit de cumbia en el álbum Latinaje que tiene el nombre justo para una guerrera que convirtió a su maternidad en una fuerza colectiva y a las diablitas norteñas en una fiesta de magia universal.
La tendencia va más allá de una figura, un disco, un video o una voz. El grito colectivo pide plantarse en la tierra, creer en algo más que en el consumo y tener fe como escudo o efecto de la depresión, la ansiedad y el pánico.
La respuesta frente a un mundo frenético y decepcionante no surge de la política, los ideales utópicos y tampoco de un odio que crece al otro que solo puede ser una reacción feroz y un rebote de rabia frente a la decepción, pero no calma u horizonte.

En ese sentido, la música trae espíritus de ancestralidad, sonidos que llevan a amores inmortales, ritmos trascendentales, estéticas místicas y creencias eternas. El folclore, el tango, la ópera, la salsa, la zamba, el flamenco zapatean sobre el piso, elevan al cielo con las voces líricas, amplifican con orquestas de violines los ángeles que quitan de los oídos los auriculares y recolocan a la cultural en una zona con menos celular y más épica.
La juventud vuelve a coleccionar vinilos, a sacar fotos en rollos que se revelan, a escuchar como una orquesta se levanta con un dedo y una garganta estruja el alma. No es solo una pantalla, no alcanza con una experiencia, la música adelanta una demanda: trascendencia.
Rosalía entonces se baja de la moto y luce una espiritualidad que no es burla, provocación ni continuidad. Puede besar a una mujer y taparse el pelo porque los signos escapan a las instituciones y los desafíos ya están hechos por otras generaciones o por ella misma.
Desnudarse entra en las posibilidades pero no es una rebeldía inmaculada. Lo que busca es salir de una historia likeada y olvidada y retornar a la mística. Quien quiera oír que oiga. Y quién no quiera ver que pase el dedo en busca de otra historia.

El disco Lux de Rosalía despertó todo tipo de interpretaciones y polémicas. Se la intentó enfrentar a Benito por la lengua, ella habla en muchos idiomas y él defiende el español frente al ataque de los deportadores seriales por los que no puede cantar en Estados Unidos, por miedo a que en las redadas detengan a sus espectadores.
Pero la base de lo que refleja su lanzamiento va más allá del formato de las redes sociales que busca llevar a la polarización a cada movimiento vital. Se puede escucharla e ir más allá de un hit de verano en el plano de reivindicar el tiempo.
La estética de la santidad y lo celestial hoy no implica volver a la castidad o a las normas que prohibían el deseo o castigaban el desvío. Es tomar de inspiración algo de la divinidad y volverse deidad en la mixtura de posibilidades que da esta época.

“La inspiración es la mística femenina”, dijo Rosalía, de 33 años, en México, para presentar su último álbum, Lux, después del éxito de Motomami, en 2022. En México nació Sor Juana Inés de la Cruz, el 12 de noviembre del 1648 y la elección trae remembranzas.
Sor Juana fue la escritora que se tuvo que hacer pasar por varón para intentar estudiar y que tuvo que ser monja para poder escribir. “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión, de lo mismo que culpáis”, inmortalizó Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, cuyo nombre lleva la palabra sor como una identidad eterna.
“Me ayudó acercarme a cómo el otro entiende la fe, la espiritualidad, el mundo”, explicó Rosalía en la presentación del disco. Su primera aparición fue en la pantalla del Times Square de Nueva York y en la Plaza de Callao, en Madrid, con un vestuario blanco de monja.

“El hábito es una pieza que representa el compromiso con una causa. Yo tengo compromiso con la música. Está hecho desde el amor, el respeto, no desde la provocación”, remarca con la misma voz que entonó en 13 idiomas. Y vuelve a reafirmar: “Lo divino es lo perfecto”.
La vuelta a la espiritualidad va más allá del new age, pero sí marca la multiplicación de los altares latinoamericanos frente a cada charla feminista en los encuentros migrantes, las hojas incaicas que se aúllan en la Pachamama, los templos egipcios en donde las mujeres aparecen revalorizadas por las piedras que sacan lágrimas.
La decisión de respetar a las que rezan y a las que se tapan y defender la libertad en un marco en donde la fe no se utiliza para oprimir sino para imprimir la necesidad como parte de la vitalidad humana. Si todo es tan instantáneo que desaparece antes de palparse, lo eterno o lo ancestral vuelven a ocupar un lugar que supera lo efímero.

La artista y militante transfeminista Vanesa Cufré vibra con la canción de Rosalía y le resuena en la búsqueda donde como las deidades puede renacer de mil vidas y florecer sus facetas para reimprimirse en un mundo donde creer es parte de darle sentido a la existencia.
“La espiritualidad es muchas partes de una misma y una necesidad de sentido que te das cuenta de que no es material, ni intelectual, ni se termina complementando, ni con tener hijos. Hay una necesidad o vacío que se va encontrando a la medida que se va adquiriendo cierta conciencia, remarca”.
Vanesa reivindica su lectura de la Biblia y su paso por la iglesia evangélica pentecostal. No es una valorización sencilla. A ella su papá, pastor evangélico, la echó de su casa y de la fe organizada, cuando le descubrió un diario íntimo en el que contaba que le gustaba un chico. Tenía solo 15 años.
“Me echan de mi casa y de la iglesia y, después de eso, me quise suicidar. Me quedé sin padre, sin madre, sin hermanos, sin familia, sin Dios, sin nada. Me quise suicidar. Yo tenía una fe y ahora la pude recuperar”, describe y valora.
Ahora tiene cuarenta mil vidas donde peleó, renació, trabajó, organizó derechos. Pudo volver a hablar y el lenguaje es su herramienta. También para defender su vuelta a la valorización de la fe como una deidad en donde las identidades se superponen y potencian.
“Cuando hay carencia intelectual la religión se liga al absolutismo y a los fines no de la espiritualidad sino para la funcionalidad del sistema. Cuando las personas crecen intelectualmente van complejizando el concepto de Dios y no son tan literales, se acercan a la espiritualidad y salen de la funcionalidad del sistema”, desarrolla Vanesa, mientras escucha a Rosalía y a Eugenia Quevedo, que cantó el himno nacional en el último partido de Messi, con devoción cuartetera de su Córdoba natal.

La música y la mística van del oído, especialmente, cuando no acentúan el aislamiento sino la ritualidad. “Yo comprendo la liturgia y la puedo vivir en una fiesta electrónica, rave, en Mallorca, España, con personas conectadas en una misma energía como una experiencia áurica o una experiencia espiritual del arte o que hay canciones que te sanan el alma como Adios Nonino de Astor Piazzolla que una amiga, Brownie, me dijo que le sanaba el alma", cuenta Vanesa.
“La resignificación de Dios va más allá de arriar ganado que es lo que quiere la religión. El hecho artístico es creativo y lo único parecido a Dios del ser humano es lo creativo. Es una conexión con lo espiritual del universo”, destaca.
Vanesa enreda las manos con la Mona Jiménez, se emociona con Rosalía y cruza pañuelos con una zamba. No es solo un último tema. Es algo inteligible en donde todos podemos ser muchos y lo que pasa puede ser más potente que lo que simplemente pasa de moda.
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