
Todo el mundo con el que arranco una conversación me hace una pregunta ineludible: ¿Cuándo va a actuar Donald Trump contra el dictador mafioso venezolano Nicolás Maduro?
La respuesta de Trump, cuando en el famoso programa de CBS 60 Minutes le preguntaron por Venezuela, fue clara y contundente. Lo primero de esta conversación, que es muy relevante para la región, para los dictadores y para los narcos, fue que, ante la pregunta de la entrevistadora Norah O’Donell sobre si Estados Unidos iba a ir a la guerra con Venezuela, Trump claramente respondió: “No lo creo, lo dudo”.
Sin embargo, cuando la periodista le preguntó si Maduro tenía los días contados, Trump respondió: “YO DIRÍA QUE SÍ”. En mayúsculas, para que el mensaje se entienda.

Si yo soy la esposa de Maduro, de Diosdado Cabello o de Vladimir Padrino López estaría viviendo en otro país; pero, como no pueden, por lo menos en otra ciudad, pues lo que viene, como lo dijo claramente Trump, no es una invasión, sino una operación militar que, claramente, es de descabezamiento.
Trump no va arriesgar la vida de un soldado americano para llevar a Maduro a Estados Unidos a ser juzgado, a no ser que se lo entreguen sin riesgo alguno. La operación con el piloto del avión presidencial muestra hasta donde ha llegado la infiltración en las fuerzas militar venezolana.
La contraparte es la inteligencia cubana, que tiene a Maduro y a su cleptocracia agarrados de las bolas. No han entendido que el mundo cambió y que esos Estados Unidos que aceptaban su accionar intervencionista, o por lo menos miraban para otro lado, ya no existe.

Cuba tuvo la gran oportunidad de ingresar a la normalidad mundial, o por lo menos en América Latina, cuando Barack Obama, ingenuamente creo, les abrió las puertas a una relación normal con Estados Unidos, pero la cleptocracia cubana, tan podrida, corrupta y mafiosa como la venezolana, prefirió seguir en el mundo de la disrupción, la desestabilización y la pobreza de su pueblo.
La crisis económica de Cuba hoy es, incluso, peor que la del período especial, cuando se les acabaron las ayudas de la antigua Unión Soviética. La caída del muro de Berlín trajo gravísimas dificultades económicas, con un gran impacto social, pues la dictadura cubana perdió cerca de 4.000 millones de dólares al año.
Durante los años de la riqueza venezolana, que fueron los años de Chávez, lograron suplir ese déficit con el ordeño a la economía de ese país. La crisis de Venezuela terminó con esa ayuda que (ojo, hay que tener muy en cuenta esto) está siendo suplida por Mexico.

El anterior gobierno mexicano, el de AMLO, le regaló a Cuba cerca de mil millones de dólares cada año. Ordeñaron a Rusia, ordenaron a Venezuela y ahora están ordeñando a Mexico.
Lo grave es que la presidenta de hoy, Claudia Sheinbaum, en los primeros tres meses de este año le regaló al régimen de La Habana 3.000 millones de dólares -su formación comunista salió a flote-. Prefiere que su gente se muera de hambre, pero no los cubanos, sus socios ideológicos.
Volviendo a Venezuela y lo que allí va a pasar, es el comienzo de una nueva política exterior norteamericana en la cual el hemisferio occidental se vuelve por fin prioridad de los Estados Unidos.
El descabezamiento de Maduro y su cleptocracia viene, y pronto, pero esto apenas es el principio de una nueva guerra contra las drogas en la cual, una vez terminada la operación en Venezuela, México y Colombia pasarán a ser el epicentro.
Las medidas contra Petro son apenas el principio; las medidas contra Morena, el partido de Sheinbaum, son apenas el principio. Durante muchos años el gobierno mexicano y gran parte de su clase política se hicieron los de la vista gorda ante los carteles de la droga, que se apropiaron de industrias y de gran parte de la política, por lo menos en la mitad de ese país. Mientras tanto, en los pasados tres años, Petro sólo favoreció a los narcos, y juega a mexicanisar a Colombia.
Ya Trump amplió el espectro de su guerra militar al destruir barcos en el Pacífico, pero hablo sobre todo de las operaciones que se van a dar contra el transporte terrestre de drogas. Esperemos que la tecnología se comience a adaptar a este nuevo momento de lucha contra las drogas, que los drones intercepten o destruyan lanchas, vehículos, laboratorios e incluso cultivos de drogas.

Los tiempos cambian a una velocidad impresionante. El presidente de El Salvador logró que su país pasara de de ser uno de los más violentos del mundo a ser uno de los más pacíficos. Cuando le preguntaron si estaba encarcelando a ciudadanos inocentes, él contestó, con razón: “Estoy liberando millones de ciudadanos”.
Sí, el costo en libertades institucionales es alto, pero fue reelegido con cerca del 80% de los votos. No me cabe duda de que Nayib Bukele, gústenos o no, está mostrando un camino para la seguridad de los ciudadanos.
Lo mismo está haciendo Trump en la lucha contra las drogas. No se quedó en medidas timoratas que frente a carteles, brutales y violentos sólo facilitaban su trabajo criminal; decidió enfrentarlos como la amenaza de seguridad nacional que son, además.
Maduro es el primer objetivo, y como dice el título de esta columna, el conteo regresivo ya empezó. Pero los Petros y Sheinbaums del continente son los siguientes, con los Benedettis, los Roas y los Alcoceres que los rodean.
Una encuesta en América Latina sobre el derrocamiento de Maduro, mostró una madurez que no existía hace algunos años; ahora, el apoyo a esa medida no sólo es mayoritario, sino innegable. En Colombia, el respaldo es de cerca del 81%; en Chile, del 73%; en Brasil, del 61%; en Argentina, del 56%, y en México, lo que es increíble, del 53%.
América Latina está mamada de los dictadores y de los narcos. Enhorabuena.
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